REVISTA NOMBRE

REVISTA NOMBRE fue creada por los escritores Axel Díaz Maimone y Nicolás Antonioli con el fin de promocionar y difundir a autores de toda índole y procedencia, clásicos y modernos. Esta publicación esta abierta para cualquier tipo de material literario y/o artísitico en general, es por eso que los editores solicitan a quienes estén interesados que envien sus textos (ensayos, monografias, poemas, cuentos, canciones, novelas, teatro, etc.) a la siguiente dirección de mail: nicolas_antonioli@yahoo.com.ar





domingo, 1 de febrero de 2009

Extras y suplementos de Revista Nombre nº3:

Video documental en DVD: Victoria Ocampo, la mujer tras los lentes ($25)
Libro: Victoria Ocampo la mujer tras los lentes ($30)


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Revista Literaria Nombre (Año I Nº3)

Homenaje a Victoria Ocampo








Presentación

Con este número especial, Revista Nombre quiere homenajear a Victoria Ocampo en el trigésimo aniversario de su fallecimiento.
En la Séptima serie de Testimonios (Editorial SUR, 1967), Victoria Ocampo cuenta cómo su perro se escapó de su jardín marplatense y pasó dos horas buscándolo hasta que lo encontró en una caballeriza cercana a Villa Victoria. Es una página divertida que no pasa desapercibida en el libro. Pero centrémonos en el último párrafo: “He terminado la temporada con un complejo de inferioridad frente a mi perro [un dogo argentino]. Claro que no aspiro a representar a nuestro país tan brillantemente (ya dije que es brillante como un terrón de azúcar). Ni tengo una fantasía comparable a la suya. Pero se me hace difícil soportar que me lleve tanta ventaja. Siento que el próximo verano, si oigo repetir con orgullo a los veraneantes: “Es argentino”, a propósito del dogo, voy a ladrar: ¡Guau, guau! A lo mejor recordarán entonces que yo también soy argentina”.
Victoria era argentina hasta la médula. Y representó a su patria tan brillantemente como el terrón de azúcar al que alude en su texto, o como la medialuna de diamantes que vendió para hospedar a Rabindranath Tagore en San Isidro. Quizás por eso cuando Manuel Mujica Lainez escribió para Testimonios sobre Victoria Ocampo tituló su texto “Victoria argentina”.
El azar, entendido como coincidencia de fenómenos independientes, quiso que todas las personas que colaboraron para que este número de Nombre se pudiera llevar a cabo fueran argentinas. A Victoria Ocampo le hubiera gustado, suponemos, esta casualidad. Que sus propios compatriotas (en algunos casos, amigos suyos; en otros, contemporáneos; otros que ni siquiera llegaron a conocerla, y quienes apenas la vieron alguna vez) hablen de ella y hagan hincapié en su nacionalidad, en su incuestionable argentinidad, la hubiera emocionado. De la misma forma, sabemos que la hubiera disgustado ver que se hacían remeras con la foto de su incorporación académica digitalizada y tocada con una boina estilo “Che Guevara” y la leyenda “Hasta la Victoria Ohcampo!” en una protesta contra un régimen del que no era ni hubiera sido partidaria... Porque Victoria, como ella misma solía decir, era “capaz de muchas locuras, pero no de tilinguerías” (Páginas dispersas de Victoria Ocampo. Revista SUR Números 356/357).

La Dirección







Victoria Ocampo: el valor de vivir como un individuo

Por María Rosa Lojo*1


“Vivió como un individuo en una época en que las mujeres eran genéricas” Con su precisión habitual, Jorge Luis Borges apunta a las causas del malestar que causó (y aún sigue causando) Victoria Ocampo en la sociedad argentina. Minimizada como escritora, reducida por sus muchos detractores a una caprichosa coleccionista de celebridades (sobre todo masculinas), vista sólo bajo los clichés que caricaturizaban al “gorilismo” y a la oligarquía vacuna, considerada por los bienpensantes católicos de su tiempo como una oveja perdida, Victoria incomoda, en suma, porque es una mujer que piensa y decide por cuenta propia.
Después de una juventud impetuosa, aunque sometida, en parte, a los mandatos paternos, y a la deferencia que éstos le exigían ante las convenciones sociales, la Victoria de la madurez rompe con esas últimas ataduras. Cuando funda Sur su gran amor (Julián Martínez, oculto durante tanto tiempo para no herir a su familia) ya no ocupa el primer plano de la escena. Aquella relación central y apasionada se diluirá en una amistad nostálgica y distante. Libre de otros lazos, Victoria será la única dueña de sí misma, de su dinero, de sus gustos siempre personales destinados a “bajar línea” en el panorama artístico y cultural.
Con Las libres del Sur (Sudamericana, 2004) quise escribir parte de la “novela de formación” de Victoria Ocampo. Está entre los treinta y los cuarenta años. No es muy joven, pero es todavía joven. Ha dado muestras de talento (su ensayo sobre Dante y algunos otros textos), pero no se suelta del todo. Aún no sabe cómo canalizar en una obra ese talento, su tiempo y su fortuna. En su camino van apareciendo “ayudantes” y “oponentes”, como en el cuento tradicional. Pero en definitiva, incluso los “oponentes” ayudan de alguna manera. Su decepción, su desencuentro de ribetes grotescos con el conde de Keyserling, si bien no marca el final de su heroworship, sí la convence de que no debe esperar de esos héroes intelectuales las indicaciones para vivir su propia vida. Waldo Frank, sin duda uno de sus grandes y perdurables amigos, es la compensación para su gran chasco con Keyserling. Frank la empujará hacia Sur y convencerá a la “europea trasplantada” de que en realidad era “americana sin saberlo”. Sur no será exactamente la revista en la que pensó Frank, y eso nos habla de la autonomía de Victoria, que tomó la idea, pero para imprimir a la obra sus propias características.
La fundadora de Sur no escribió ficción, pero supo escribirse a sí misma como pocos lo han hecho en nuestra literatura nacional. Y fue autora, también, de admirables testimonios y ensayos críticos. Recoradaré, en especial, los que dedicó a la condición femenina (dos de ellos reunidos en “La mujer y su expresión”, de 1936). Nunca la abandonó la preocupación por colocar los derechos de las mujeres en un plano de igualdad respecto a los hombres, pero sin obliterar por esto la peculiaridad de una mirada diferente, que se construye desde una biología y un recorrido histórico distintos.
Admiró, con toda la desbordada generosidad de que era capaz, a Virginia Woolf. La novelista inglesa, genial y perturbada, no le correspondió de igual manera, quizá porque tampoco pudo despegarla de otro cliché: el de “millonaria americana excéntrica” (“y yo para ella fui una sombra lejana en un país exótico creado por su fantasía”). Gracias a Ocampo y a pesar del disgusto de Woolf, esa relación aportó algunas imágenes fotográficas memorables de Virginia. Y también un bello libro en su homenaje, escrito por nuestra compatriota. Entre tantas frases inolvidables, quiero rescatar ésta, donde Ocampo señala una meta no sólo para ella misma sino para todas las escritoras que la sucedimos: “…estoy tan convencida como usted de que una mujer no logra escribir realmente como una mujer sino a partir del momento en que esa preocupación la abandona, a partir del momento en que sus obras, dejando de ser una respuesta a ataques, disfrazados o no, tienden sólo a traducir su pensamiento, sus sentimientos, su visión.”


Victoria Ocampo en Mar del Plata, fotografiada por María Luisa Riva.








Recuerdo de Victoria Ocampo

Por Edgardo Cozarinsky*2

No era fácil en la Argentina de los años ’30 ser mujer, ser rica y al mismo tiempo querer realizas sus aspiraciones culturales fuera de los salones de la llamada “buena sociedad”. Victoria Ocampo lo logró con una jugada genial: su obra maestra indiscutible fue, sigue siendo, y como tal quedará, la colección de la Revista SUR, que fundó y orientó durante más de cuarenta años.
Durante los primeros treinta años de existencia, la Revista fue un predicado de la personalidad de su creadora: exigente como ella, como ella discutida, segura de tener una misión e insegura de su capacidad para realizarla. Victoria Ocampo supo rodearse muy pronto de colaboradores perspicaces, que correspondían a su gusto sin ahorrarle a veces la contradicción que buscaba, acaso para comprobar que no se había rodeado de cortesanos.
Conocí a Victoria Ocampo a fines de los años ’60 y aprecié inmediatamente su curiosidad por los jóvenes llegados de horizontes sociales lejanos al suyo pero poseídos por la pasión de las letras. Porque Victoria pertenecía a esa generación, que espero no sea la última, para quienes la literatura fue el centro indiscutido de la vida del espíritu, aún más allá de lo cultural.
Como toda personalidad fuerte, Victoria prefería sus propios errores a las certezas sin riesgo de los demás. Las relaciones personales estaban en la base de sus elecciones culturales o políticas, antes que las ideas generales. En 1936, al estallar la Guerra Civil Española, la posición de Jacques Maritain la confirmó en su hostilidad a Franco. En 1961, cuando Eichmann fue raptado en Buenos Aires, desafió la indignación de los nacionalistas irritados por esa “violación del territorio nacional por agentes israelíes” y manifestó públicamente su satisfacción de ver a un criminal de guerra llevado ante un tribunal. Y lo hizo evocando la memoria de Benjamin Fondane, poeta francés y judío rumano, que en 1939 le había confiado sus archivos para resguardarlos de la guerra que se anunciaba… ese mismo Fondane que en los últimos días de la ocupación fue deportado a Auschwitz donde murió en las cámaras de gas, ironía trágica, varios meses después de la liberación de París.
Ante esta mujer hermosa, apasionada, generosa, siempre sentí una admiración más fuerte que cualquier desacuerdo puntual sobre gustos u opiniones. Victoria Ocampo se inventó un destino y realizó una obra, peleándola sola hasta el final.

(Palabras leídas en la Maison de l’Amérique Latine, en París, el 1 de febrero de 2005 y traducidas por el autor)








La otra cara de la moneda...

Hay gente con nostalgia

Por Osvaldo Lamborghini*3

La década del 30´,
de sus ultrajes afilados.
Se estaba mejor, se dice
en esa placenta.
En San Isidro y sus barrancas,
el refinamiento disimulaba a los tarados
escuchando a Tagore, Ortega,
gente medio culta
y peores deslices
(para reírse: hasta el conde Keyserling).
Mientras la limosna llega, pensarían los hombres sabios
Mejor mirar al río, la vista fija,
la boca apretada
para aguantar la risa:
no perdonaba chistes
la bestial Victoria Ocampo;
la estulta,
Que se lo pregunten al ético Borges
y a ese genio que es Pepe Bianco.

(Texto extraído de Poemas 1969-1985, edición al cuidado de César Aira; Editorial Sudamericana, 2004).



Versos de autor anónimo recogido por Alicia Jurado en sus Memorias

Cierta dama de fuste, militante de izquierda,
La balalaika toca con tanta perfección
Que a un tiempo ejecuta, en una sola cuerda
Y con un solo dedo, pues la dama no es lerda
Los barqueros del Volga y nuestro pericón.








El hombre del látigo1
(Los días de Victoria Ocampo en el Buen Pastor)

Por Martín Kasañetz*4

Después: Mar del Plata.

El 8 de Mayo de 1953 la policía de Perón irrumpe en la silenciosa noche de Villa Ocampo en busca de Victoria y se encuentra con la casa vacía. El jardinero -único ocupante y afiliado al partido Peronista- informa que la dueña se encuentra en su casa de Mar del Plata en donde es buscada ese mismo día a las ocho de la mañana y es trasladada a la cárcel del Buen Pastor. Los crímenes de los que se la acusaba nunca se concretaron.

Antes: El Hombre del Látigo.

La niña Victoria Ocampo camina por el invierno de la Avenida Alvear que, aun con baldíos, refresca sus pulmones en sus paseos diarios –según su madre los niños debían tomar aire en todas las estaciones- y se detiene en algo que la sofoca de sorpresa y de horror. La niña Victoria sujeta con fuerza la mano de la niñera que la acompaña. La imagen que ve es la siguiente: un hombre había atado a un árbol a un caballo, un pobre mancarrón, y lo castigaba a grandes latigazos. El animal se debatía, se encabritaba, tiraba en vano de la cuerda que lo mantenía cautivo. El hombre lo golpeaba sin tregua. El cupé se aleja lentamente de lo que le parece un espectáculo de inconcebible crueldad. Esa imagen se graba en la mente de la niña Victoria hasta llegar a la esquina de su casa en Florida y Viamonte en donde insiste a su niñera que la lleve al vigilante que estaba de guardia. El hombre de uniforme –en el cual la niña confiaba la justicia- escucha a la niña Victoria mientras es arrastrado con una mezcla de escepticismo y diversión.
Este es el primer encontronazo de Victoria Ocampo con el abuso de la fuerza. La idea repugnante de la tortura. Naturalmente no sería la última. El hombre de uniforme tampoco sería, nunca más, un sinónimo de justicia.

Después: El Buen Pastor.

Victoria está acostada en su catre, en la misma sala y en la misma prisión, a metros de dos mujeres que acaban de ser torturadas. Hace un esfuerzo pero no consigue pensar en otra cosa. Se hace la pregunta aterradora: ¿Por qué yo no? Cavilación que no facilita su sueño. En cada interrogatorio al cual es llamada sus piernas tiemblan.
Victoria sabe que el hecho de estar encerrada en una cárcel enciende la imaginación más remolona. Una tarde, después de mucho insistir, le permiten a las presas políticas, condenadas al ocio, que tejieran o bordaran. Este es uno de los momentos en que Victoria vuelve a diferenciarse por su clase social del resto de las presas: el trabajo manual no estaba entre sus habilidades. Sin embargo si lo estaba la inteligencia: Victoria recita, para la diversión de sus compañeras, cuentos y poesías, representó el Living Room y Gigi sin saltear ni una escena.

Antes: Gabriela Mistral.

Durante la detención de Victoria se multiplican los reclamos en su defensa, no sólo de sus amigos de la Argentina, sino del exterior: A.Camus, André Maurois, F.Mauriac solicitan su libertad al gobierno, Waldo Frank condena la guerra de Perón contra la Democracia, un editorial de New York Times reclama su liberación. El primer ministro de la India, Nerú, intercede ante el gobierno Argentino a favor de Victoria. Gabriela Mistral envía un telegrama a Perón: “profundamente contrariada por la noticia del encarcelamiento de Victoria Ocampo, ruego a vuestra excelencia liberarla recordando su labor internacional que ha presagiado siempre a la Argentina. Vuestra intervención será vivamente celebrada y agradecida por las Américas y por Europa. Vuestra Servidora, Gabriela Mistral”.

Después: Lo inesperado.

Una tarde Victoria estaba sentada sola y no muy alegre en el patio de la cárcel. Tres compañeras suyas que quería mucho acababan de ser puestas en libertad; despedidas que siempre trascurrían entre lágrimas mal disimuladas y alegrías conmovedoras. Unas horas después Victoria iba a ser puesta en libertad pero ella aun no lo sabía. Una muchacha, presa de delito común, o ex presa que trabajaba en el Buen Pastor para las hermanas lavando el patio pasó a su lado.”No esté triste, pronto va a salir”-murmuró. “Gracias…gracias” –contestó Victoria mientras la mujer se alejaba con su delantal desteñido, sin medias, arrastrando sus chancletas gastadas. Victoria años después dirá que no recuerda el nombre de la mujer y que piensa que tampoco ella recordará el suyo pero que le debe uno de los regalos más grandes que recibió en la cárcel.

Victoria dice en sus Testimonios: “Este convivir durante un mes en condiciones poco agradables, que acababan por no contar demasiado frente a lo “otro” fue una revelación para mi, de inmensas posibilidades de entendimiento y fraternidad entre personas sin aparentes puntos de contacto (me refiero a lo que cada una de nosotras nos interesaba, a lo que formaba el fondo de nuestra existencia diaria)” […] “El estado de ánimo inexplicablemente feliz de aquellas semanas de encierro no se dejaban empañar por los insomnios, la privación de luz en las noches y de libros (segunda forma de cárcel para mí), la incertidumbre sobre la duración de nuestro encarcelamiento, las molestias diarias y las momentáneas exasperaciones que no viene al caso enumerar”. La espalda oculta del intelecto, la humanidad simple de un gesto, se descubría en una forma básica, desconocida para Victoria.

Final: El regalo.

Victoria decide junto a sus compañeras bordar su nombre en los delantales de presa a la altura de donde se coloca la legión de Honor. María Teresa Gonzalez bordó el de Victoria. Al salir de la cárcel del Buen Pastor Victoria intenta comprar el delantal como símbolo de ese momento y de sus vivencia pero no le es permitido hacerlo. Sólo guarda esa tirita de género como recuerdo de esa maravillosa camaradería como ella lo define años después. En palabras de Victoria: “… No sospechábamos, antes de la cárcel, hasta dónde puede llegar ese sentimiento. Así, siempre somos deudores de algo a los demás, inclusive a nuestros enemigos. Porque es a nuestros enemigos a quienes debemos la posesión de un tesoro que no pueden arrancarnos: hemos conocido una de las formas más puras de la solidaridad humana…”

Ficha de Victoria Ocampo como detenida política en el Buen Pastor.

Fue inscripta como Victoria Ocampo de Estrada, y bajo el número 20.104





Alicia y Victoria
(Una conversación entre Alicia Jurado y Axel Díaz Maimone)


Alicia Jurado y Victoria Ocampo fueron amigas durante los últimos veinticinco años de la vida de ésta última. Compartieron la literatura, el amor por las plantas y la escritura, y la causa de la mujer. Hoy, a sus 86 años, Alicia Jurado ocupa el sillón de Victoria Ocampo en la Academia Argentina de Letras.
El diálogo que se transcribe a continuación no es una entrevista en el sentido estricto de la palabra. Puede decirse, y en realidad es así, que fue una conversación de amigos durante una prolongada sobremesa, y se continuó en una carta

- Usted ha escrito que conoció a Victoria Ocampo por medio de una carta. ¿Cómo recuerda ese primer encuentro?

- Yo le escribí una carta a Victoria contándole los esfuerzos que hacía para conocerla y ella me invitó a tomar el té en Villa Ocampo; lo hicimos ante la chimenea encendida, solas, pero no en el comedor (donde fui después tantas veces y con otra gente) sino en una salita más chica de la planta baja. Ella estaba vestida con pantalones y alpargatas y tenía un ramito de calicanto (flor que me recordó mi infancia) en la solapa de la chaqueta. Conversamos largamente sobre sus temas preferidos, y de otras cosas también.

- ¿Cómo fue su relación con Victoria?

- Muy cordial. Yo no trabajaba para ella (ser colaboradora de SUR no era trabajar en la Revista) y por lo tanto no hubo roces. Cuando se sacó la foto tan reproducida de los treinta años del “Grupo SUR”, Victoria quiso que yo figurara en ella a pesar de no ser de los fundadores; y allí estoy.

- ¿Qué cosas admiraban cada una en la otra? ¿En cuáles disentían?

- Mi admiración por ella era justificada y no necesitaba explicación. En cuanto a mí, creo que soy una buena escritora pero no sé si tan admirable. Ella creía en mi capacidad, porque me eligió para muchas cosas y actuó como informante cuando me presenté a la beca Guggenheim, que obtuve. ¿En qué disentíamos?. En muy poco. Ella era un poco arbitraria en su fervor por ciertos personajes, pero en general estábamos de acuerdo: a ambas nos gustaban las plantas, la música, la lectura. Ella era, tal vez, más tolerante que yo en materia política y creía que la inteligencia era más importante que las opiniones; yo no soportaba a nadie que fuese partidario de dictaduras de ningún signo.

- ¿Victoria aparece en sus libros tal como era en la vida real?

- Sí.

- Los argentinos, hoy ¿valoran o comprenden a Victoria Ocampo como persona y como escritora?

- Creo que hoy han comprendido que Victoria fue una gran mujer y no sólo difusora de cultura sino excelente escritora, con una capacidad racional que no excluye la sensibilidad extrema.
- ¿Qué le significa ocupar el sillón de Victoria en la Academia?

- Para mí es importante. Cuando Victoria fue elegida miembro de la Academia era ya una persona de mucha edad. Yo fui una de las personas que la impulsaron a aceptar el nombramiento. Victoria quería que yo la acompañara en la Academia de Letras, pero no pudo ser; yo la sucedí en su sillón, pero eso, en mi discurso de incorporación hablé de ella. Titulé mi discurso “Victoria Ocampo, mi predecesora”, y la recordé no como fundadora y directora de la Revista y de la Editorial Sur, sino como escritora, porque me parecía que ese era el lugar y el momento para hacerlo.

- Usted le dedicó a Victoria su segunda novela, En soledad vivía. ¿Cómo tomó Victoria esa dedicatoria?

- Esa novela le gustó. Recuerdo que me dijo: “¡Qué lástima que la protagonista no se animó atener el chico!”… Pensar que ella hubiera querido uno de Julián Martínez…

- Para terminar, quisiera que me hable de Victoria Ocampo y la condición de la mujer.

- Victoria fue campeona de la causa femenina. Hizo traducir A room of one`s own*, de Virginia Woolf para la Editorial SUR, publicó un número especial de laRevista sobrela mujer y en toda su obra se advierte la preocupación por el tema. Ella misma, en algún libro*, refiere su indignación antela situación social y jurídica que sufrió (y aún sufre en muchos países) la mitad dela humanidad.

Alicia Jurado, Victoria y María Esther de Miguel, junto a otros escritores,

durante la Fiesta Nacional de las Letras en Necochea.










Villa Ocampo fue

Por Nicolás Antonioli*5

Como se dijera en algún momento de la historia en un lugar apartado, oculto, conocido y breve se halla una construcción que data del año 1891. Sobre el suelo con silueta de barranca, de un San Isidro polvoriento, y como ella dijera “a flor de barro”, en una zanja a pocos metros de este accidente, a propósito. Esta casa nido, ahora convertida en casa objeto, es a la que pasamos revista. Hemos puesto los pies sobre el pedregullo que recubre la senda, luego de una de sus entradas principales; debemos recorrer este camino incierto, rodeados por un jardín, según las señalizaciones: romántico.
Alguien decía que a Victoria no le agradaban los chistes y qué broma más auténtica que una casa hoy inmóvil, una casa que supo ser refugio en tiempos de auge literario.
Como dije antes, era un “nido” y por definición en los nidos pasan cosas y al nido vienen alimañas feroces y en el nido hay sensaciones pequeñas y voraces y una idea magna y hay una mujer que lo puede todo. Era como un caudillo y dueña de su propia inteligencia. Allí fue donde una mujer joven comenzó el duro trabajo de unir mentes, algunas de las cuales se hospedaron en esa posada, bebieron del olor de esos eucaliptos (si mal no me equivoco hay uno que está seco, el más frondoso que alguna vez hizo de fondo en fotografías) frente a la casa, pues todo está frente a la casa, lo que queda de ella (de sus diez hectáreas diez mil metros cuadrados quedan tan sólo) como una mínima partícula de lo que supo ser el templo cultural del siglo XX.
Todo comenzó finalizando y todo empieza en este recuerdo que no pretende ser hondo sino algo crítico. No es del todo fiel esto, pero en algún lado vi (y el lector aténgase a la idea de que estamos in presentia de ese parque) un letrero que anuncia a la UNESCO como ente continuador del trabajo y los éxitos que esa dama intitulada Victoria había logrado. Ella como hacedora, entre sus últimas indicaciones, manifestó su deseo de que este organismo internacional fuese el encargado de prolongar en el tiempo el espíritu que ella supo transmitir y conservar para sus pares semejante predio, mediante la difusión de toda expresión cultural habida. Como un puente entre el pasado y el futuro, el que ella pretendía para su casa, símbolo del encuentro de engendros complejos o exquisitamente simples, dentro de la igualdad del lenguaje y en busca del bien más preciado: la palabra que diga.
“En mis barrancas de San Isidro el río era prolongación de otra cosa: del pasto, del barro; prolongación de mis ojos, de mí misma, sin más importancia que la de mis trenzas que barrían el Cuaderno San Martín a la hora del dictado”, escribió Victoria en 1965 en una nota aparecida en el diario La Prensa.
En otra nota escrita mucho antes, cuando San Isidro era todavía un conglomerado de pequeñas y medianas estancias, en el diario La Nación ella se pronunció en total disconformidad con lo que llamó descuartizamiento de la tierra a manos hombres mediocres, en referencia al boom del progresivo loteo y urbanización de lo que hoy llamamos San Isidro. Ni Villa Victoria se salvaría de tal descomunal disección.
Vuelvo a un punto que me parece por demás interesante subrayar, el verdadero papel que está cumpliendo la UNESCO con este patrimonio que encierra, no sólo la belleza de su construcción, sino la historia argentina reciente, el mito VO y el por qué último de su existencia. Se visualiza un estupendo trabajo de restauración edilicia, se han conservado libros de la biblioteca familiar y personal de V.O, material fotográfico inédito, muebles de diversos estilos y orígenes, en fin, se ha procurado conservar todo lo que alguna vez rodeó a su mentora como anodinas piezas de museo.
Personalmente no creo que esa haya sido la tarea encomendada. Digo, no es posible que uno, que desea beber un humilde café, deba obnubilarse ante un menú que nos propone una merienda J.L.B. y un cortado Bioy Casares (espero que esto último haya sido producto de una alucinación de las tantas que me suelen suceder cuando quiero exagerar, pero la realidad me puede).
(Me pregunto si no es posible recuperar el espacio intelectual de la casa, dar albergue a destacados hombres y mujeres de todas las disciplinas artísticas y científicas; propiciar actividades de gran envergadura en el ámbito literario de Buenos Aires, presentaciones de revistas culturales, espacio para jóvenes escritores, biblioteca pública, cafés literarios. Si nada de esto es posible hoy en esa majestuosa Villa Ocampo, en el siglo XXI, entonces habrá que creer en la reencarnación o vulgarmente, acceder al suicidio).

Villa Ocampo, en mayo de 2008.








Victoria Ocampo pudo gastar su tiempo en viajar y gozar -elegir Biarritz antes que Mar del Plata-, pero optó por gozar de la manera más plena: incorporando a su vida los placeres y riesgos de la literatura.

Rafael Felipe Oteriño*6










V.O.

Por Jorge Torres Zavaleta*7

Victoria Ocampo era amiga de mis abuelos. Mi abuelo tenía un campo que, la verdad, era muy lindo, en la zona de Mar del Plata: Chapadmalal; el lugar se llama así por esa estancia.
A Victoria le gustaba bajarse en la tranquera del campo, dejar ahí su coche con el chofer japonés e irse caminando hasta la casa, por las avenidas de pinos marítimos y árboles así. De hecho, uno de los testimonios de Victoria se llama “Chapadmalal a pie” (Testimonios, sexta serie). Porque ella consideraba Chapadmalal como una obra de arte, y en verdad lo era.
Cuando Victoria Ocampo llevó a Tagore a pasar unos días allá, él encontró la casa “llena de cosas sin sentido”; todo era inglés, porque mi bisabuelo se había educado en Inglaterra y trajo todo de allá. A Tagore le dio una especie de ataque, como si volviera a encontrarse dentro del Imperio. Y Victoria le contestó: “Todo tiene sentido acá. Esta era la Argentina de principios de siglo, que buscaba las cosas afuera. Pero eso no significa que dejaran de ser argentinos, porque la gente tenía una identidad criolla muy firme”.

Yo conocí a Victoria Ocampo en Mar del Plata, cuando tenía dieciocho años y había escrito la mitad de mi primer libro. Me llevó una amiga de mis abuelos, que era amiga de ella también, a Villa Victoria, y Victoria estaba con Angélica en la terraza.
Victoria leyó esos cuentos y vio que yo estaba empezando, pero le interesaron. Recuerdo que sólo me hizo una observación. Y después le comentó a Silvina. Por eso nos mudamos al primer piso de Posadas 1650, el mismo día que llegamos Silvina me mandó una tarjetita que decía “Se qué escribís, ¿por qué no subís a visitarme? Silvina”. Porque Victoria y Angélica le habían hablado de mí.






Arte y política en Victoria Ocampo y en SUR

Por Omar Ramos*8

“Mi proyecto, decía Victoria Ocampo, es facilitar a la Argentina los medios para que tenga un lugar -Villa Ocampo, en San Isidro y Villa Victoria, en Mar del Plata- donde los escritores y artistas de nuestro país y del mundo entero puedan encontrarse, conocerse, dialogar e incluso hospedarse”.
Lo meritorio de Victoria Ocampo es que una dama de la alta sociedad, que a diferencia de sus pares dedicó su vida y su dinero a estudiar, a difundir la cultura y el arte en todas sus formas, supo ayudar a escritores, artistas plásticos, escultores, filósofos, poetas, y además fundar y dirigir una editorial y una revista que como Sur, se editó en enero de 1931, en un volumen ilustrado de más de doscientas páginas y llegaría a perdurar por sesenta y dos años. “La calidad literaria ha sido la única discriminación a la que me atuve”, dijo Victoria.
Contó con escritores de distintas ideologías: José Bianco, Eduardo Mallea, Guillermo de Torre, Ernesto Sábato, Héctor Murena, Enrique Pezzoni, entre otros. Fue fundamental el aporte intelectual de Waldo Frank, un norteamericano que contribuyó a afianzar las relaciones culturales entre Estados Unidos y el resto de América. Y también a dar forma a la Revista Sur.
La propia Victoria se encargó de traducir y de editar bajo el sello Sur las obras de Albert Camus, William Faulkner Graham Greene, Lanza del Vasto, T. E Lawrence. La editorial también difundió a Malraux, Cesare Pavese y Marcuse. La lista de autores que fueron conocidos gracias a la revista y a la editorial es enorme. Allí hubo comunistas, gandhianos, católicos, anarquistas, socialistas, liberales, una variedad de criterios artísticos, estéticos e ideológicos. La editorial y la revista mantuvieron una actitud plural hasta su suspensión en 1970. Waldo Frank y María Rosa Oliver, dos marxistas, eran miembros del Comité de Colaboración. También comunistas como Malraux escribieron en su revista. “No estoy en contra del comunismo, estoy en contra de todos los totalitarismos por pura incompatibilidad espiritual”.
Es cierto que en Sur no publicaron a partir de 1961 pro castristas. Sí peronistas como Leopoldo Marechal, (le publicaron “El Centauro”, y Laberinto de Amor, en 1936 uno de sus grandes poemas) y Juan José Hernández y Juan José Sebreli.
En sus primeros veinte años, Sur no dio la impresión de ser una revista que exageraba su afrancesamiento. Había publicado a 55 ingleses, 80 franceses, y 182 latinoamericanos. Borges fue desagraviado en 1942, a lo largo de 30 páginas, cuando la Comisión de Cultura le negó el Premio Nacional.
Las páginas de los seis tomos de la Autobiografía de V.O. la muestran transgresora y valiente, máxime si se considera que nació en 1890, en un medio tradicional de origen patricio. Un ámbito donde la influencia victoriana, con su carga de prejuicios, machismos e hipocresía otorgaba prioridad a las apariencias sociales. En este marco donde fue educada por institutrices francesas, inglesas y una dinamarquesa, es más que meritorio que Victoria Ocampo haya sabido romper con estos cánones y difundir el arte sin acondicionamientos culturales, sociales, políticos y religiosos.
Supo emocionarse con manifestaciones artísticas y literarias ajenas a la tradición católica y occidental que imperaba en su medio social, como fue el caso de reunirse con Ravindranath Tagore y organizar un festival benéfico donde recitaría poemas de Baudelaire y Verleaine, y Claudio Arrau, de paso por Buenos Aires, brindaría un concierto. El encuentro pudo realizarse sin las damas cristianas beneficiarias porque la escritora fue declarada persona no grata por la curia. Un alto dignatario de la Iglesia Católica justificó la medida: “La Señora Ocampo ejerce una gran influencia, es persona de arrastre. Hace falta darle una buena lección para que le sirva de ejemplo. Tagore y Krishnamurti, dos enemigos de la Iglesia, son amigos suyos y han sido invitados”.
Victoria Ocampo traspasaba los límites de las normas sociales de la época: se emocionaba con las realizaciones artísticas transgresoras para su tiempo, ejerció la libertad intelectual traspasando los límites de lo que se consideraba apropiado y viajó a la búsqueda de los intelectuales que admiraba.
Victoria Ocampo soportó duras críticas por sectores de derecha e izquierda. En 1925, según Horacio Salas, el dirigente nacionalista católico César E. Pico intentó destruirla con descargas irónicas como que era un material para las fiestas y los encantos del five o’clock, y una eclosión de romanticismo, sensualidad y sensiblería.
Manifiesta Victoria en su Autobiografía que no cree que el fascismo aniquile menos que el comunismo las posibilidades de la libertad y del espíritu. “Lo que Mussolini piensa me horripila. Detesto su manera de considerar a la mujer, es suficiente para alejarme amplia y definitivamente del fascismo”. Opina que los comunistas son más justos en ese aspecto. “No he conocido a Lenin pero he conocido a los comunistas del partido que a menudo son hipócritas. Aunque sin duda hay sinceros entre ellos. No me gustan los unos ni los otros. No sé entrar en el juego de la política, estoy en otro estado. Será necesario encontrar otra cosa o pronto estallaremos todos”
Los políticos que más admiró fueron Gandhi y Nehru, a los cuales les tuvo mucha confianza, mucho respeto. A los otros políticos no: “Algunos de ellos pueden ser grandes hombres bajo ciertos aspectos, pero bajo ciertos otros sus fallas me chocan (aunque sean fallas humanas como las de todos nosotros). Pero ellos, por ser responsables y tener el poder en la mano, tienen menos derecho a equivocaciones que repercuten en millones de personas”.
Nunca más proféticas estas palabras de VO cuando al caerse el comunismo el capitalismo globalizado se expande en su faz financiera y no productiva y distributiva produciendo una pobreza no sólo económica sino también en lo cultural y en el espíritu.
“No se puede vivir sin una causa a la cual dedicarle la vida -afirma Victoria-. Y si se cree en una causa más que por la mitad es como si no se creyera en ella”.
Al declararse la Guerra Civil española Victoria Ocampo y la Revista Sur asumieron la defensa de la República y tampoco hubo dudas en manifestarse categóricamente en contra del nazismo.

Victoria Ocampo podría haberse pasado la vida viajando y admirando cuanto ciudad y museo le vinieran en gana, o haciendo beneficencia como la mayoría de las damas de su origen social, sin embargo difundió y promocionó a los talentos artísticos de su época. Basta recordar que fue ella la que le organizó a Jorge Luis Borges conferencias cuando tuvo problemas durante el primer peronismo, y que detectó el saber de Jacques Lacan, en los comienzos de su carrera, cuando no había llegado a los treinta años.
Pasó la mayor parte de su vida respondiendo críticas, soportando injusticias pero siempre haciendo cultura, difundiendo la educación y el saber, acallando con esta actitud las voces de aquellos que no la consideraban argentina.
La vida de Victoria Ocampo lejos está del acondicionamiento que le impusieron sus detractores que no vieron en ella más que su belleza, condición social privilegiada, y el entretenimiento de una niña bien a la que le gustaba ser una mecenas.









V.O.: Contra viento y marea

Por Horacio Salas*9

Los prejuicios ideológicos han estragado -y continúan estragando- la cultura argentina, donde la objetividad necesaria a toda actividad intelectual, generalmente ha brillado por su ausencia. Un cierto fanatismo en el cual, en la práctica, ningún escritor argentino (obviamente me incluyo) ha dejado de incurrir alguna vez –o demasiadas- a lo largo de la historia literaria del país. Los controvertidos y muchas veces dramáticos avatares nacionales permearon sobre los creadores nativos dejando una impronta crítica que rara vez ha permitido juzgar las obras con independencia de las opiniones políticas de los autores, las que, como señaló Borges “son lo más baladí que tenemos”.
Desde los comienzos de su actividad creadora, Victoria Ocampo no pudo escapar a las generales de la ley. Ya lo dije en algún libro, pero con frecuencia es conveniente reiterar las verdades una y otra vez. En vida, Victoria fue ignorada por gran parte de sus compatriotas, muchos de los cuales la habían denostado con rencor ideológico por el significado icónico de su nombre, o la juzgaban, en el mejor de los casos, como una divulgadora cultural, una suerte de mecenas, una dama de alta sociedad que paliaba sus aburrimientos con frecuentes viajes a Europa, donde intimaba con personalidades culturales de moda que luego solía invitar a Buenos Aires sólo para su lucimiento personal.
También los sectores de la derecha católica la tacharon primero de esnobismo y luego la acusaron por lo que juzgaban una vida privada escandalosa: separada de su marido y con relaciones sentimentales que eran la comidilla de la pacata sociedad argentina de principios de siglo. Para peor se mostraba fumando y conduciendo su automóvil. Un atrevimiento. Además ironizaban sobre su costumbre (que abarcó la redacción de sus primeros textos) de escribir en francés y hacerse traducir al castellano).
Por otro lado, aún antes de que fundara la revista Sur, y de que su aparición produjera rechazos en el reducido mundillo literario de comienzos de los treinta, la realidad era que Victoria Ocampo se atrevía a plantarse en terrenos hasta entonces exclusivamente masculinos.
Ya en la dirección de la revista recibió acusaciones que la acompañarían -con mayor o menor virulencia- hasta sus últimos días: la calificación de extranjerizante, por la importancia que brindaba a la cultura europea y a autores desconocidos en el medio nativo. Cuando se reunió con Mussolini en Italia, por única vez, en una entrevista que terminó cuando el dictador europeo, en desacuerdo con las tesis feministas de Victoria, le espetó: “la donna é per parire”, los sectores de izquierda la acusaron de fascista. En tanto, la curia metropolitana la había declarado persona no grata, con lo cual prohibía de hecho que cualquier dama católica asistiera a sus conferencias. Había cometido el pecado de permitir que en su revista escribieran algunos autores comunistas y personalidades pertenecientes a otras religiones: resultaba inconveniente esa amplitud de criterio que demostraba Sur, así como los autores elegidos por la editorial, provenientes de las más diversas ideologías, que fueron traducidos y dados a conocer entre los lectores argentinos, a lo largo de más de cuarenta años.
El espacio de esta nota no permite una información más detallada sobre las dificultades que VO debió enfrentar a lo largo de los años. Se podría agregar que con el tiempo también ella abandonaría su actitud receptiva e incurriría en sectarismo, enconando su reticencia respecto de autores peronistas y –tras el triunfo de Fidel Castro en Cuba- de los escritores de la izquierda latinoamericana.
Mi generación (la que la historia de la literatura ha dado en llamar del sesenta) mantuvo mayoritariamente respecto de Victoria Ocampo una actitud de prejuicioso rechazo que encerraba una paradoja. Denostábamos a la directora de Sur, pero al mismo tiempo no dejábamos de leer, aunque fuera para demolerlos, los números de la revista que ostentaba en sus tapas una flecha de color con la punta hacia abajo.
Por último (aunque a ciertos oídos todavía les resulte una herejía) creo necesario resaltar que Victoria Ocampo fue profundamente argentina. Hasta su deslumbramiento por Europa era también una seña de identidad nacional. La lista de autores que fueron conocidos en esta parte del mundo gracias a Sur, tanto a la revista como a la editorial –insisto- es enorme. La deuda de los lectores argentinos también. (Albert Camus William Faulkner, Graham Greene, Dylan Thomas, Césare Pavese son sólo algunos de los nombres, difundidos en la Argentina gracias a Victoria Ocampo. Ella podría haberse conformado con realizar anodinas obras benéficas, como los hicieron la mayor parte de sus contemporáneas del mismo origen social. Victoria, en cambio, trató de que sus compatriotas fuéramos mejores. A su manera y de acuerdo con sus posibilidades: lo hizo.
Como escritora los seis tomos de su Autobiografía señalan, que era una notable memorialista y algunas de esas páginas se encuentran entre los mejores textos que produjo la literatura de este lado del mundo. No es poco. Los diez tomos de sus Testimonios, por su lado, representan la crónica apasionada de su tiempo
Victoria Ocampo pasó buena parte de su vida dando explicaciones, enfrentando críticas, soportando envidias e injusticias. Quizá esa sea otra demostración de que era argentina.


Primer número de SUR, correspondiente al verano de 1931.











Victoria jardinera

Por Sonia Berjman*10

Un jardín es el macrocosmos representado en un microcosmos. ¿Cómo iba a estar ausente en la vida de una mujer universal pero también entrañablemente criolla como Victoria?
“Cuando pienso en el jardín de San Isidro, en sus flores (que están floreciendo en este mes), ¡qué nostalgia! ¿Para qué viajar si uno lleva dentro en germen toda la belleza del mundo? (…) Cuando pienso que allí es verano, que el jardín está lleno de flores, que hay duraznos y cielo azul, me siento desgraciada, desterrada.” 1
Este enero 2009 nos trae el recuerdo de los treinta años de su desaparición física. Pero Victoria no ha muerto: sus ideas, sus libros y sus jardines todavía viven para que la sigamos escuchando, leyendo y admirando.
Esta mujer excepcional de la cultura latinoamericana fue, además de escritora, creadora de la Revista SUR, mecenas de las artes y gestora cultural, una amante de la naturaleza, una jardinera intelectual y práctica ella misma y nos legó jardines míticos de nuestro país, como los de Villa Ocampo en San Isidro, Villa Victoria en Mar del Plata , el jardín moderno de Palermo Chico y aquellos otros de sus escritos.
Para Victoria, un jardín era la suma de todos los sentidos, tanto materiales como simbólicos. Por ello, gustaba enfatizar el juego de especies autóctonas junto a exóticas buscando el placer y la magia del ambiente. Así, mezclaba especialmente plantas, de color (privilegiando el blanco), de sabor (frutales) y de música (por el mecerse de sus ramas con el viento y por los pájaros que allí anidan) y de olor: “ … los olores lo mismo que los sonidos son poderosos fijadores, prolongan y conservan (…) los estados fugitivos del alma, las atmósferas sentimentales, que de otro modo ya no podrían resucitar en nosotros (…) Esa música de los troncos, de las ramas, de las hojas, ha acompañado mi vida de tal modo, la ha iluminado con tanta constancia …” 2
Pero, además de los jardines materiales de sus casas y de los literarios de sus escritos, Victoria siempre llevaba consigo el pequeño jardín del ramito de su solapa, para recordarnos que la naturaleza es la esencia de lo bello y que no hay mejor adorrno que unas simples flores o unas hojas. De acuerdo a los ciclos de las floraciones, Victoria adornaba las solapas de sus tailleurs con gardenias, jazmines, paraísos y otras flores estacionales.
Autodefinida como autodidacta, sus saberes fueron amplios y profundos. En los primeros lugares de sus preferencias estuvieron tres disciplinas que delinearon al personaje: la literatura, la música y el conocimiento de la naturaleza. La naturaleza para Victoria abarcaba el paisaje, la botánica, la horticultura y la jardinería.
En el transcurso de su vida se fue empapando del saber necesario para construir sus propios jardines, para apropiarse de jardines ajenos a los que quería como propios, para adornar viviendas sin jardín como si lo tuvieran y para escribir tantas y tantas páginas verdes, que invito a leer.

El jardín de Villa Ocampo









Victoria Ocampo representa mucho

Por María Esther Vázquez*11

La figura y la obra de Victoria Ocampo se han revitalizado mucho.
Cuando un escritor o una persona de importancia muere, hay un período en que se lo olvida totalmente y que se llama purgatorio. Si tiene suerte, a veces la cabeza para arriba; y, si no, se hunde definitivamente. En el caso de Victoria, la figura empezó a elevarse. Ayudó bastante el incendio de la casa (que es uno de los dos edificios de estilo franco-victoriano que hay en el país). También la idea de que esa casa, como dijo Vargas Llosa, “es el símbolo de la cultura de América”; y en eso coincidieron escritores de países y lenguas muy diferentes, como Octavio Paz, Graham Greene, André Malraux...
La figura de Victoria Ocampo se ha ido agrandando con el tiempo. Porque a medida que la Victoria física se va alejando, va creciendo la imagen de una Victoria que puede ser igual a la física, que nunca va a ser peor y que puede incluso llegar a ser mejor.
No nos olvidemos que la Revista y la Editorial SUR tradujeron y fueron un puente de ida y vuelta entre la Argentina y el mundo. El hecho de que Borges fuera conocido tan pronto en Francia se debió a la labor que hizo Victoria Ocampo, esta mujer tan generosa, que estaba siempre dispuesta a todo desde el punto de vista del arte.
Yo creo que Victoria Ocampo, hoy, representa mucho.


Villa Victoria, la residencia marplatense de Victoria Ocampo, tal como se conserva actualmente.





Carta a Victoria Ocampo, a treinta años de su muerte

Por Axel Eduardo Díaz Maimone*12

Victoria, querida y admirada Victoria:
Sé que estas líneas nunca llegarán a tus manos, pero te las escribo de la misma forma que vos lo hacías con aquellos amigos que te precedieron en la muerte. Quizás el contenido de esta carta te alcance dondequiera que estés; o -¿por qué no?- lo vayas leyendo a medida que te escribo, asomada por detrás de mis hombros. Sabrás que me deleita pensar la segunda posibilidad.
La mañana del 27 de enero de 1979, cuando te fuiste, cuando decidiste cruzarte de brazos a los ochenta y ocho años, yo no había nacido. Vine al mundo seis años después, y te descubrí poco antes de que se cumplieran veinte de tu muerte. Hace mucho, es cierto, pero recuerdo todo con nitidez cinematográfica.
Una tarde de otoño llegué a tu casa marplatense. Mis padres -quizás algo extrañados por mi afición a los libros y mi gusto por los Museos y Centros Culturales a una edad (once o doce años) en que la mayoría de los chicos juegan- me llevaron a tu “bungalow frente al Atlántico”.
Al cruzar la cancela vidriada vi una foto tuya: en traje de baño, con un pie en la arena y otro sobre una roca, sonreís mirando hacia el mar. Me pregunté quién sería, que habría hecho esa mujer que, como acababa de escuchar, había nacido el mismo día que mi bisabuela y le daba nombre a un Centro Cultural. Entonces hice la visita, y supe algo de tu vida, de SUR (que fue tu vida), de tu obra, de tus amigos.
Pero al llegar a tu cuarto (sigue estando allí el magnífico juego de muebles que usaste por última vez en la primavera de 1977) me impactó otra fotografía colgada entre los dos roperos: mirás de frente, con una tristeza estremecedora, y tapás con el abrigo de piel parte de la cara para que no vean las huellas que te va dejando el cáncer. Es la foto que te sacaron cuando entraste a la Academia, Victoria, el 23 de junio de 1977. Comentando esa fotografía con María Esther Vázquez, años después, me dijo: “Lo que más impresiona es la desolación de la mirada, que los anteojos no pueden disimular. La tristeza increíble de esos ojos, grandes todavía, nos habla de su devastación interior”[1].
De vuelta en Necochea, te descubrí a través de la primera biografía que te escribió Maria Esther. Pasé del libro de ella a tus Testimonios en menos de una semana. ¡Leerte fue admirarte, Victoria! Caí de rodillas ante tus escritos de la misma forma que vos con Tagore, pero con una diferencia: vos lo conociste, fuiste su amiga; yo no tuve con vos la misma suerte.
Desde entonces no he dejado de leerte, Victoria. Hace doce años que te leo y releo, y siempre encuentro algo nuevo. Tampoco he dejado de visitar tus casas, porque siento allí tu tácita presencia (que haría salir corriendo a más de uno). Pero, ¿sabés?, hay veces que tengo la misma sensación que vos en el cottage de Lawrence: la gente que cuida tus casas me incomoda. “Esas presencias extrañas me impedían, en cierto modo, probar el goce que me había prometido. Se interponían, imposibilitando todo acercamiento espiritual, mental, entre el dueño de casa y yo”, escribiste en “Una visita a Clouds Hill”[2]; permitime copiarte haciendo la salvedad de género, Victoria, pero esas líneas tuyas me vinieron a la mente cada vez que estuve en Villa Ocampo.
Villa Victoria ha cambiado mucho. Tus libros y colecciones se trasladaron a San Isidro, y sólo quedan allí algunos muebles, el escritorio (¡que alguien dio en comodato!) y unos poquísimos objetos personales; creo recordar, también, el bandó de una cortina expuesto en una vitrina porque se salvó de ser forro para unas bagatelas que venden en la boutique. Pero la Municipalidad mantiene la casa, o intenta hacerlo, en buenas condiciones...
Sin embargo, Villa Ocampo ha padecido mucho: más de veinte años de desidia, un incendio, ¡un robo! María Esther, con Alicia Jurado y otros amigos tuyos han luchado mucho para salvar la casa. Hubo una ayuda oficial (que no imaginábamos y ha sido útil) y hoy se puede volver a visitar -con muchas restricciones- y ¡hasta tomar el té ahí mismo! (porque han reformado ambientes para instalar una confitería dentro y mesas y sillas en la terraza, pero no “para ser usada con un sentido vivo y creador, en la producción, experimentación y desarrollo de las actividades culturales, literarias, artísticas y de comunicación social tendientes a mejorar la calidad de la vida humana, la cooperación internacional y la paz entre los pueblos”[3], como vos querías). Pese a todo la casa conserva ese toque tuyo, porque “los muertos no están muertos sino cuando sus menores ademanes o sus pasos ya no se perpetúan en nadie. Esos ademanes, esos pasos, no significan nada para quienes no los quisieron […] pero bastan, si nos toman desprevenidos, para hacernos soltar el llanto”[4].
Querida Victoria, creo que te he contado varias cosas. Pero quizás, como en esa primera carta que le escribiste a Tagore, he dicho mucho que podría haber callado y no te conté todo lo que hubiera querido. Tal vez en otro momento continúe esta carta, o te diga cara a cara lo que falte. Ahora, sólo me resta reiterarte mi admiración, que es la misma de ayer, de hoy y de mañana.



Ingreso de V.O. a la Academia de Letras, 1977.






Bibliografía de Victoria Ocampo

De Francesca a Beatrice. Con epílogo de José Ortega y Gasset. Revista de Occidente. Madrid. 1924.
La laguna de los Nenúfares. Revista de Occidente. Madrid. 1924
Testimonios I Revista de Occidente. Madrid. 1935
Supremacía del Alma y de la Sangre. SUR. Buenos Aires. 1935
La Mujer y su Expresión. SUR. Buenos Aires. 1936
Domingos en Hyde Park. SUR. Buenos Aires. 1936“Emily Brontë (Terra incognita). SUR. Buenos Aires. 1938
San Isidro. SUR. Buenos Aires. 1941. Con un poema de Silvina Ocampo y 68 fotografías de Gustav Torlichen.
Testimonios II. SUR. Buenos Aires. 1941
338.171 T. E.. SUR. Buenos Aires. 1942
Testimonios III. Sudamericana. Buenos Aires. 1946

Henry V y Laurence Olivier. SUR. Buenos Aires. 1947
El “Hamlet” de Laurence Olivier. SUR. Buenos Aires. 1949
Soledad Sonora (Testimonios IV). Sudamericana. Buenos Aires. 1950
El viajero y una de sus sombras (Keyserling en mis memorias). Sudamericana. 1951
Lawrence de Arabia y otros ensayos. Aguilar. Madrid. 1951
Virginia Woolf en su diario. SUR. Buenos Aries. 1954
Testimonios V. SUR. Buenos Aires. 1957
Habla el algarrobo. SUR. Buenos Aries. 1959
Tagore en las Barrancas de San Isidro. SUR. Buenos Aires. 1961
Testimonios VI. SUR. Buenos Aires. 1964
Juan Sebastián Bach. El Hombre. SUR. Buenos Aires. 1964
La Belle y sus enamorados. SUR. Buenos Aires. 1964
Testimonios VII SUR. Buenos Aires. 1968
Diálogo con Borges. SUR. Buenos Aires. 1969
Diálogo con Mallea. SUR. Buenos Aires. 1969
Testimonios VIII. SUR. Buenos Aires. 1971
Testimonios IX. SUR. Buenos Aires.1975
Testimonios X. SUR. Buenos Aires. 1978
Autobiografía I: El Archipiélago. SUR. Buenos Aires. 1979
Autobiografía II: El imperio insular. SUR. Buenos Aires. 1980
Autobiografía III: La rama de Salzburgo. SUR. Buenos Aires. 1981
Autobiografía IV: Viraje. SUR. Buenos Aires. 1982
Autobiografía V: Figuras simbólicas. Medida de Francia. SUR. Buenos Aires. 1983
Autobiografía VI: Sur y Cía.. SUR. Buenos Aires. 1984
Correspondencia. Rev. SUR 347 Julio – Diciembre 1980. Buenos Aires. Impreso en 1981
Páginas dispersas de Victoria Ocampo. Rev. SUR 356/8357 Enero – Diciembre 1985. Impreso en 1987.
Cartas a Angélica y otros. (Selección, prólogo y notas de Eduardo Paz Lestón). Sudamericana. Buenos Aires. 1997
Correspondencia Victoria Ocampo - Roger Caillois. (Selección, prólogo y notas de Odile Felgine con la colaboración de Laura Ayerza de Castilho). Sudamericana. Buenos Aires. 1999
Testimonios. Series primera a quinta. (Selección, prólogo y notas de Eduardo Paz Leston). Sudamericana. Buenos Aires. 1999
Testimonios. Series sexta a décima. (Selección, prólogo y notas de Eduardo Paz Leston). Sudamericana. Buenos Aires. 2000

En Francés

De Francesca à Béatrice. Editions Bossard. París. 1926
Le vert paradis Lettres Françaises. Buenos Aires. 1945
338.171 T. E.. N. R. F. Gallimard. París. 1947

En Inglés

338.171 T. E. (Lawrence of Arabia). Traducción de D. Garnet. Gollancz. Londres. 1963

Traducciones

Albert Camus: Calígula. Rev. SUR 137/138 Marzo – Abril 1946
Colette y A. Loos: Gigí. SUR. Buenos Aires. 1946
Graham Greene: El cuarto en que se vive. SUR. Buenos Aires. 1953
Graham Greene: El que pierde gana. SUR. Buenos Aires. 1954
Lanza del Vasto: Vinoba (en colaboración con Enrique Pezzoni). SUR. Buenos Aires. 1955
T. E. Lawrence: El Troquel. SUR. Buenos Aires. 1955
Graham Greene: La casilla de las macetas. SUR. Buenos Aires. 1957
W. Faulkner – A. Camus: Réquiem para una reclusa. SUR. Buenos Aires. 1957
John Osborne: Recordando con ira. SUR. Buenos Aires. 1958
D. Thomas: Bajo el bosque de leche (en colaboración con Félix Della Paolera). SUR. Buenos Aires. 1959
Graham Greene: El amante complaciente. SUR. Buenos Aires. 1959
F. Dostoievski – A. Camus: Los Poseídos. Losada. Buenos Aires. 1960
Graham Greene: Tallando una estatua. SUR. Buenos Aires. 1.965
J. Nehru: Antología (selección y prólogo de Victoria Ocampo). SUR. Buenos Aires. 1966.
Varios Autores: Huit poètes argentins. TEN records. Monoaural 20.103. SUR. Buenos Aires. 1.970
Mahatma Gandhi: Mi vida es mi mensaje. SUR. Buenos Aires. 1970
Roger Caillois – Huyghes – D’Ormesson: Roger Caillois y La Cruz del Sud. Traducción y prólogo de V. O. SUR. Buenos Aires. 1.972
Graham Green: La vuelta de A. J. Raffles. SUR. Bs. As. 1976
Paul Claudel: Oda Jubilar. SUR. Buenos Aires. 1978



La última carta de V.O.
(extraída de www.albaomil.blogspot.com)




Agradecemos muy especialmente a:

Martín Zoloa
Diego Zigiotto
Martín Kasañetz
María Lucrecia Tellería






*1 Escritora e investigadora del CONICET especializada en Literatura Argentina. Es autora de casi una veintena de libros.
*2 Escritor y cineasta argentino radicado en París en 1973, aunque hace más de diez años que alterna entre aquella ciudad y Buenos Aires. Ha publicado más de una decena de libros, y es mayor el número de sus obras cinematográficas.
*3 Escritor y poeta argentino (1940-1985).
1 De la misma forma que V.O. pidió prestado un verso a San Juan de la Cruz para titular Soledad sonora la cuarta serie de Testimonios, el autor usó como título el de uno de los Testimonios de V.O.
*4 Escritor argentino nacido en 1978. Recientemente publicó la novela Gallino (Ediciones Fundación Victoria Ocampo)
* El libro fue traducido por Jorge Luis Borges, y publicado por la Editorial SUR en 1938 con el título de Un cuarto propio.
* V.O. se refirió a este tema en nueve de los diez volúmenes de Testimonios, en muchos de sus artículos periodísticos, en conferencias, etc.
*5 Poeta nacido en 1985, es vicedirector de ésta Revista y se ha especializado en poesía argentina postdictatorial.
*6 Poeta platense radicado en Mar del Plata. Es Miembro Correspondiente de la Academia Argentina de Letras.
*7 Escritor, autor de cuentos y novelas que recibieron, entre otros, el Premio Municipal de Novela Inédita bienio 1996-1997, el Premio Fundación Antorchas y el Premio Fortabat. Es colaborador del Diario La Nación, conduce talleres literarios y ha dictado numerosos cursos sobre narrativa.
*8 Escritor, secretario de la Fundación Victoria Ocampo.
*9 Escritor, Miembro de Número de la Academia Nacional de la Historia. Ha publicado más de una treintena de libros.
*10 Licenciada en historia del Arte y Doctora en Letras, ha publicado más de un centenar de trabajos sobre historia de la arquitectura, historia urbana e historia del paisaje. Es asesora del Proyecto Villa Ocampo de la UNESCO para recuperar los jardines de la casa, y ha publicado el libro La Victoria de los jardines.
1 Victoria Ocampo. Autobiografía, tomo II, El imperio insular, Editorial SUR, 1982, 2°ed., pp. 116-117.
2 Idem. Testimonios. Primera Serie, (Selección: Eduardo Paz Leston), Sudamericana, 1999, párrafo referido a Anna de Noailles, p. 24.
Carta a Eduardo Mallea, La Nación, 10 de agosto de 2003, Sección 6, página 3.
*11 Escritora. Ha publicado dos libros sobre Victoria Ocampo y preside la Fundación que lleva su nombre.
*12 Ha publicado decenas de trabajos sobre Victoria Ocampo, y tradujo del inglés toda la correspondencia de V.O. y Rabindranath Tagore.
[1] Así cierra M.E.V. la descripción de la foto con que abre el último capítulo de su biografía de V.O. (Planeta, Buenos Aires, 1991)
[2] En Testimonios, quinta serie. Sur, Buenos Aires, 1957.
[3] Revista SUR nº 342, Buenos Aires, 1978.
[4] Testimonios, segunda serie. Sur, Buenos Aires, 1941.








Director: Axel Eduardo Díaz Maimone
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