REVISTA NOMBRE

REVISTA NOMBRE fue creada por los escritores Axel Díaz Maimone y Nicolás Antonioli con el fin de promocionar y difundir a autores de toda índole y procedencia, clásicos y modernos. Esta publicación esta abierta para cualquier tipo de material literario y/o artísitico en general, es por eso que los editores solicitan a quienes estén interesados que envien sus textos (ensayos, monografias, poemas, cuentos, canciones, novelas, teatro, etc.) a la siguiente dirección de mail: nicolas_antonioli@yahoo.com.ar





jueves, 1 de octubre de 2009

LA JUNTADA: NUEVA POESÍA ARGENTINA

LA JUNTADA
NUEVA POESÍA ARGENTINA
PROGRAMACIÓN


LUNES 5
18 A 18.45

Elisa GAGLIANO (Córdoba)
Cristian REZK (Trelew - Chubut)
Julián Matías RODRÍGUEZ (Tandil – Bs. As.)
Clara CANZANI (CABA)
Victoria SCHCOLNIK (CABA)
COORDINA: Gerardo De Brasi

19 A 19.45
Flavio MÁNTICA (Rosario- Santa Fe)
Jéssica RUIDÍAZ (Margarita Belén – Chaco)
Dante SEPÚLVEDA (Villalonga - Bs. As.)
Agustín NOCEDA (CABA)
COORDINA: Salvador Marinaro

20 A 20.45
Alejandro LUNA (Salta)
Soledad CASTRESANA (Int. Alvear – La Pampa)
Luciano FERNÁNDEZ (Vte. López Bs. As.)
Daniela GOLDÍN (CABA)
COORDINA: Laura Yasmín KISIELEWSKY

Martes 6
18 a 18.45
Pablo ESPINOZA (S. S. de Jujuy – Jujuy)
Paolo MUÑÓZ (San Juan)
Magali GARCEA (Ciudad Evita – Bs. As.)
Gabriela LÓPEZ GIMÉNEZ (CABA)
COORDINA: Axel DÍAZ MAIMONE (Necochea – Bs. As.)

19 A 19.45
Juan Manuel DÍAZ PAS (Salta)
Jorge VILA (Viedma – Río Negro)
Facundo JIMÉNEZ (Mar del Plata – Bs. As.)
Laura Yasmín KISIELEWSKY (CABA)
COORDINA: Luciano FERNÁNDEZ

20 A 20.45

Alejandra MÉNDEZ (San Cristóbal – Santa Fe)
Eric SCHIERLOH (La Plata Bs. As.)
Nicolás ANTONIOLI (Florida - Bs. As.)
Guadalupe WERNICKE (CABA)
COORDINA: Jessica RUIDÍAZ



MIÉRCOLES 7


18 A 18.45

Juana María LUJÁN (Córdoba)
Dana SALAS (Posadas – Misiones)
José CASTILLO (Quilmes – Bs. As.)
Gerardo DE BRASI (CABA)
Lucas MORENO (Luján – Bs. As.)
COORDINA: Julián Matías RODRÍGUEZ


19 A 19.45
Ezequiel VILLARROEL (Dto. M. Belgrano – Jujuy)
Martín PUCHETA (Gualeguaychú – Entre Ríos)
Noelia RIVERO (CABA ).
Florencia ABADI (CABA)
COORDINA: Axel DIAZ MAIMONE

20 A 20.45
Irina GARBATZKY (Rosario – Santa Fe)
Salvador MARINARO (Salta)
Griselda GARCÍA (CABA)
Mariano SCHUSTER (CABA)
COORDINA: Nicolás ANTONIOLI


CHARLA PARA INCORPORAR DÍA Y HORA
Lucas AMUCHÁSTEGUI (CABA)

Más información:
http://apoalajuntadapoesia.blogspot.com

miércoles, 8 de julio de 2009

Revista Literaria Nombre (Año II - N° 4)

Nombre
Revista Literaria









Queridos amigos:
En febrero del año pasado, el poeta Nicolás Antonioli y yo caminábamos por la playa, en Monte Hermoso. Hablábamos de literatura, como casi siempre. Y en un momento surgió la idea de hacer una revista literaria.
Durante casi un mes esa idea dio vueltas en nuestras cabezas, hasta que logramos concretarla. Llamamos a nuestros amigos escritores y cada uno aportó un texto, en su mayoría inédito. Entonces, “with a little help from my friends”, como cantaban The Beatles, salió el primer número de Nombre, hace un año.
A ese número inicial le siguieron dos ediciones de especiales: la primera fue dedicada a Alfonsina Storni, pues en octubre de 2008 se cumplieron setenta años de su muerte; y la segunda, a Victoria Ocampo, conmemorando el trigésimo aniversario de su fallecimiento.
Normalmente, cuando sale una revista literaria, se dice que pasando los tres números tiene vida asegurada. Nombre los pasó, y sopla ahora su primera vela de cumpleaños. También se dice que en los cumpleaños hay que pedir tres deseos (lo mismo que al pisar por primera vez un templo); nosotros pedimos que la revista siga publicándose, pero con instinto de superación, tratando de ser siempre mejor que antes.
Para festejar el primer aniversario de la Revista Nombre, decidimos organizar una serie de actividades a lo largo del año. Así, lanzamos un concurso literario de cuento y poesía, y proyectamos una mesa redonda a realizarse en septiembre, como cierre de los festejos. Esa mesa redonda está programada para el sábado 12 de septiembre, se hará en Necochea (Provincia de Buenos Aires) y versará sobre El rol del escritor en la Argentina (identidad nacional - efecto e imagen del escritor en el tiempo - presencia y situación del escritor en el ámbito nacional - literatura y periodismo - el oficio del escritor - nuevos escritores y mercado editorial: acceso, problemas y ventajas, primeras publicaciones).
A su vez, pensamos entregar los premios del concurso durante esa jornada y acompañar la mesa redonda de una actividad lúdica denominada “Juicio al lector”. Paralelamente, habrá una exposición de homenaje a Adolfo Bioy Casares.
A título personal y como director de esta revista, quiero agradecerles que nos hayan acompañado a lo largo de este primer año de Nombre. Y si bien el agradecimiento es general, tanto para los escritores como para los lectores, no puedo dejar de mencionar a un grupo de personas que han estado ligadas a esta publicación desde el inicio: María Rosa Lojo, María Laura Guevara, Jorge Torres Zavaleta, Diego Zigiotto, Martín Kasañetz, Omar Ramos y Rafael Oteriño. A todos, muchísimas gracias.

Axel Eduardo Díaz Maimone

Premio Aniversario para Cuento y Poesía

Revista Nombre convoca a escritores argentinos, mayores de dieciocho (18) años, a participar del Premio Aniversario dedicado a cuento y poesía. Se recibirán obras desde el 15 de junio al 30 de julio de 2009, inclusive.
Los trabajos deberán estar escritos a máquina o por computadora en fuente Times New Roman, tamaño 12, a doble espacio en todos los casos y en hoja tamaño carta o A4, de un solo lado de la hoja.
Características de las obras a concursar: Por inscripción podrá presentarse sólo un (1) trabajo. Los cuentos tendrán una extensión máxima de 3 (tres) páginas; y los poemas no deberán exceder los treinta (30) versos. El tema es libre y a elección y conveniencia de los concursantes para ambos géneros. Los trabajos presentados deberán ser de inéditos sin excepción y no haber sido galardonados en ningún otro certamen.
Presentación: La obra se presentará por triplicado, perfectamente abrochada y firmada con seudónimo (en forma LEGIBLE para facilitar su identificación) dentro de un sobre tamaño oficio. En su interior se colocará un sobre común, cerrado, que a modo de plica contendrá un papel con los datos personales del autor, a saber: Nombre y apellido, seudónimo, título de la obra, tipo y número de documento, domicilio, localidad, código postal, provincia, teléfono y correo electrónico si lo posee; y en la parte externa deberá escribirse el seudónimo empleado y el título de la obra.
Envío: Se enviarán a “Premio Aniversario Revista Nombre”, Sr. Axel Eduardo Díaz Maimone, Calle 71 Nº 2777, CP (7630) Necochea, Provincia de Buenos Aires, República Argentina. Se tendrá en cuenta el matasellos del correo.
Premios: Se otorgarán un Primer Premio (consistente en plaqueta y diploma exclusivos), y dos Menciones para cada categoría. La entrega de premios se realizará en acto público en un lugar a designar.
Jurado: El Jurado estará integrado por escritores designados por la Dirección de la Revista. Su fallo será INAPELABLE pudiendo designar premios desiertos y también compartidos según crea necesario. El jurado contará con veinte días corridos, a partir de la fecha de cierre; los ganadores serán informados personalmente por los organizadores del concurso, por vía telefónica o por correo electrónico. Los trabajos que no resulten premiados serán destruidos. En ningún caso serán devueltas las obras, siendo incineradas luego de finalizado el concurso. Todos los poetas conservan para si los derechos de autor de las obras presentadas.
Arancel: La inscripción tendrá un arancel único de $10 (diez pesos) por autor, para gastos, que deberá enviarse dentro del sobre con los trabajos.
Organización: La organización NO se hará cargo del traslado y hospedaje de los premiados.
Participación: Por el solo hecho de participar los concursantes toman conocimiento y aceptan las bases y el reglamento del certamen, y el incumplimiento de dichos requisitos invalida su participación.
Para mayor información, contactarse a revistanombre@hotmail.com










Anticipo: Un capítulo de la novela Lejos del campo salvaje, Jorge Torres Zavaleta

El cautivo francés

Lo que más deprimió al monsieur fue la carne de yegua, a veces demasiado cruda, otras demasiado cocida, sin ninguna salsa que le diera el tono adecuado al paladar de un verdadero gourmet. Y no era sólo eso. Era todo. ¿Cómo podía gustarle vivir así? Odiaba sin vueltas esa jaula enorme de las Salinas Grandes. Espacio, distancia, cielo, arena, pastos, nada. ¿Y la vida ahí? No era una vida. Sólo un suceder que ignoraba todo lo bueno. Estar ahí era ser un fantasma, condenado a quedarse en un lugar asqueroso.
Pero era mejor que esas primeras semanas terribles a partir de que lo capturaron los indios de la Patagonia. Lo habían encontrado de noche en un campamento alrededor de un fuego con tres gauchos y otros dos franceses. Le habían perdonado la vida porque leía en voz alta, los demás intrusos estaban distraídos y les fue muy fácil matarlos. Lo ataron, aturdido por los golpes, mirando a las ancas de un caballo salvaje. Horas y horas, días enteros al galope mientras lo sobresaltaban con gritos y chuzazos. A los tumbos por el desierto él era un solo dolor hecho de muchos, perdido en el infinito de la nada, sacudido por el caballo y el insoportable anhelo de su otra vida. Extrañaba París, extrañaba sus mujeres, cafés y boulevards, los trajes caros que le hacían pensar bien de sí mismo, los modales encantadores de las mujeres ricas e influyentes dispuestas a pilotear el talento de un varón. Había sido un pájaro que estuvo muy cómodo en su jaula, sabiendo de memoria a qué percha aletear. Sus artículos, sus estudios, la vida agradable, mujeres siempre dispuestas a decirle que su trabajo era importante, conversaciones al respecto, algún artículo, meduloso pero animado, —menos de los que hubiera querido— y los comentarios. Hasta que lo tentaron con el ofrecimiento. De ese país lejano que era como un texto exótico. Había mucho que hacer allí, un hombre como él sería apreciado. Y podría escribir un libro. Y ahora llanuras salvajes sin término, cielos despiadados. Y el miedo. Hombres brutales, furiosos, de rasgos toscos, acostumbrados a todo lo que él ya no quería conocer. Viento seco, cielo blanco, ojos cada vez más doloridos. Ah, qué terrible ese mundo salvaje. Era un país imposible. No había caso de establecerse ni dirigir un instituto, y evidentment si alguna vez fuera libre no pensaba organizar ninguna biblioteca de alguna provincia malhadada. Y maldecía a esos compatriotas estúpidos que lo habían convencido de ver con ellos el extremo sur.
Ya estaba medio muerto cuando los indios patagones lo canjearon a Calfucurá por quince yeguas madres. Sabían que el gran Piedra Azul necesitaba un amanuense, puesto que se le había fugado el secretario anterior.
Así empezó la larga estadía del monsieur con el señor de todas las tribus de los indios de Buenos Aires. Calfucurá, al verlo con talentos, le dijo que si era leal con él no tendría de qué quejarse. Él se dio cuenta de que el gran cacique casi siempre prefería actuar con bondad, por lo menos hasta que terminaba la hora de las advertencias, y decidió no causar ningún problema. Era cuestión de obedecer, si Calfucurá mandaba. La voz del jefe era ronca, como con ecos de piedras limadas por el viento. Sus ojos eran oscuros, sin velos de la edad. No tenía esa expresión reticente y apagada de otros indios. Y era verdad que tenía más de cien años, todos lo decían. Un hombre fuerte de pecho amplio, hombros apenas redondeados no por los años sino por la carga de sus decisiones. Los cien años sólo se le notaban en la fuerza latente de sus recursos.
Sin duda, escribió el monsieur más tarde, Calfucurá era de una gran superioridad sobre los demás salvajes, en lo que se refería al trato y la consideración que merecía un extranjero de cultura. A los pocos días, cuando lo vio más animado, Calfucurá le dijo que mañana empezaban a escribir cartas. Que se las arreglarían porque él sabía hablar bien el castellano y el monsieur le aseguró una vez más que él ya había publicado algunos artículos en los principales diarios argentinos.
Todas las mañanas Calfucurá salía del toldo, le mandaba que lo siguiera y escoltado por varios ayudantes que llevaban banquitos de cuero de vacas chorreadas, el pelaje preferido del cacique, iba caminando con decisión hasta la sombra de un viejo tala. Desde allí, mirando a veces hacia arriba donde temblaban las hojas verde claro, le dictaba con voz meditativa. Sostenía una nutrida correspondencia con las autoridades de Buenos Aires y con personajes de toda especie, blancos e indios, que resultaba vital para los intereses de su gente. Desde las primeras misivas el amanuense se las ingenió para escribir con bastante fluidez el español, por algo lo había aprendido en el Institut –aunque se cuidó de mencionar que los artículos publicados en los diarios de Buenos Aires habían sido traducidos-, y leyó en voz alta varias veces el texto que le había dictado Calfucurá para que viera que no había ninguna invención. Hay errores, dijo Calfucurá, con tono plano y el monsieur se excusó: el había estudiado español en Francia durante unos pocos años, pero también había vivido en la Argentina varios meses, incluso dio clases de francés a unos chicos de Buenos Aires y seguro que podía mejorar su desempeño. Calfucurá fue muy amable, comprendió perfectamente. Pero hizo chequear las cartas varias veces; el monsieur corrigió lo más evidente. Ya conforme, Calfucurá las envió, pero al poco tiempo le puso mala cara. No todo el mundo, hélas, estaba dispuesto a admitir los giros gálicos, en realidad propios de la lengua más civilizada. Eran inconvenientes pasajeros, le dijo al gran cacique, los podría solucionar, si no lo degollaban, pensó. El castellano, como lo llamaban los argentinos, no era tan difícil para él, insistió. Y se esforzó. Y mejoró, mejoró mucho, porque le resultaba clarísimo que ese hombre de más cien años estaba muy impaciente. Se largó al castellano como un pez que tiene la obligación de salvarse, con la misma capacidad de improvisar de su época de joven periodista. Si se le escapaba de tanto en tanto un error gramatical no era el fin del mundo, ¿non? Pero de eso, nunca se sintió muy seguro.
Durante las primeras semanas, hasta que entraron de lleno en la correspondencia más reservada, Calfucurá nunca dejó de hacer leer a otros alguna que otra carta, a veces delante del monsieur, otras en su toldo. Hubo algún viajero ambicioso que puso en duda el contenido mismo. Pero el monsieur leyó las misivas ante varios caciques y de a poco fue conquistando casi plenamente la confianza de Calfucurá.
Y ahora, al fin, Calfucurá estaba, decía, realmente encantado, por suerte. Era necesario, le dijo, redactar unas cartas que no quería ventilar ante los otros ayudantes indios, se trataba de un tema delicado y por eso confiaba en la discreción de su secretario francés. Le había tomado simpatía, mucha simpatía, le aseguró. Esa correspondencia duraría un tiempo, así que el monsieur debía afilar aún mas su pluma.
A esa altura, ya admiraba, en cierta forma, a Calfucurá. Pensaba que ese viejo hubiera sido una gran fuerza si hubiera nacido en otro lugar. Más allá de Europa, en Rusia, por ejemplo. Hubiera sido, se le ocurrió, un digno enemigo de Francia. Y si lo hubieran apresado o tuviera que ir a Paris a parlamentar, haría furor en los salones. Pero esos eran los sueños de un hombre que no podía salir de ahí, entendió al fin.
Una tarde, sin avisarle, Calfucurá despachó bruscamente a los otros ayudantes. Siempre había varios indios cerca, porque el cacique tenía el hábito de estampar sus cartas con un sello que grababa una inscripción redonda de diez centímetros. Representaba un arco y flecha y unas boleadoras, elegantemente realizadas. Eso se llevaba a cabo en todos los documentos que despachaba desde las Salinas Grandes. Para un indio de sus tribus acompañar al cacique siendo el portador de uno de esos sellos era un gran honor, sabía el messieur, una función que daba mucha jerarquía, casi digna de Versailles.
Un indio se especializaba en juntar la papelería, otro sellaba esa inscripción arriba de cada página con un golpazo solemne, esparcía arena –allí sobraba- , la secaba, soplaba, y un tercero le tendía la mano al monsieur, juntaba el fajo de manuscritos y lo llevaba corriendo a los toldos donde aguardaban los correos, listo para salir al galope. Calfucurá le comentó que esos sellos había sido su idea, hacía como cuarenta años de eso.
-Ustedes dos, -ordenó el cacique esa mañana- lleven estos papeles y váyanse.
Había llegado el momento de iniciar la correspondencia secreta, entendió el monsieur. Y se hizo un largo silencio mientras los indios despachados se retiraban sin ganas.
Calfucura miró al monsieur y justo lo pescó medio distraído pensando, malgré moi, nos dice en sus memorias, que sería gracioso que encabezando los documentos constara también una inscripción en latín. Un lema, si, como en los escudos nobiliarios, que indicara el poder y prestigio de Calfucurá y todas sus tribus. Hubiera sido perfecto, un beau petit detaille. Cuando el cacique le habló estuvo a punto de sugerírselo pero lo pensó, y no. Mejor no.
Calfucura dejó que los portadores de los sellos y documentos se alejaran del todo.
-Hijo mío, no mires más las nubes, vuelve a ti. Un hombre práctico debe saber concentrarse. Pon tu interés en esto. Ahora nos dedicaremos a asuntos que, lo verás, serán de la mayor importancia para todos nosotros.

Jorge Torres Zavaleta* 1





El “Estado musical” de guaraníes y jesuitas

La gran región inexplorada habitada por los tupí-guaraníes fue para los hijos de Ignacio de Loyola una verdadera Tierra de Promisión, un lugar donde poder aplicar las ideas propias del humanismo cristiano, de un gobierno teocéntrico y una sociedad igualitaria en la que los hombres vivieran explotando los frutos de la tierra y alabando a su Creador. Los jesuitas fueron logrando la realización de esta Utopía en la cuenca del Plata a través de distintos elementos integradores. Uno de ellos fue la música.
Desde su llegada a América los primeros misioneros franciscanos, dominicos y jesuitas, comprendieron la importancia que tenía la música en la conversión de los indios. En general el aborigen americano no hacía demasiado caso a los razonamientos teóricos de los occidentales, pero tenían el sentido de lo sagrado y los impresionaba la belleza del culto realzado por la música de coros e instrumentos. Algo similar ocurría con los negros africanos, importante componente de la sociedad hispanocriolla.
Tanto en las ciudades como en los pueblos de misiones, las fiestas litúrgicas, con el boato de las procesiones, música, cantos, bailes y representaciones teatrales a las que eran tan propensos los españoles del período barroco, cautivó a los indios y a los negros. Esto llegaría a su culminación en las misiones jesuíticas.
La historia de los misiones sería incomprensible si no tuviéramos en cuenta la dimensión sagrada y la alegría que el indio alcanzó a través de la música y la emoción y el consuelo que esto proporcionó a los misioneros. Su experiencia los había llevado a comprender que la influencia de la música era fundamental para atraer a los indígenas. Tanto los guaraníes como los chiquitanos tenían predisposición hacia todo lo artístico y una gran facilidad para aprender a cantar, bailar y tocar instrumentos occidentales. A principios del 1600, en los comienzos de las reducciones, los padres empezaron a enseñar canto a los niños para después continuar con los adultos. “Ellos son la esperanza de todo este rebaño”, decía Mastrilli Durán, Superior de las misiones “...los padres les enseñan a leer, escribir, cantar, tocar instrumentos, danzar y otros entretenimientos semejantes, para prendarlos más y cebar a sus padres que se vuelven locos de contento de ver tal mudanza en sus hijos.” Los paranáes, tenían hermosas voces “porque son criados con muy lindas aguas... de noche suelen cantar mil tonadas devotas que no parece sino un paraíso el lugar”. Concluía el misionero. Otro testimonio del siglo XVII, recogido en las cartas anuas dirigidas al Superior General en Roma afirmaba que los guaraníes “Son notablemente aficionados a la música que los padres enseñan a los hijos de los caciques...ofician misas con dos y tres coros y se esmeran en tocar instrumentos: bajones, cornetas, fagotes, arpas, cítaras, vihuelas, rabeles, chirimías, y otros, que ayudan mucho a atraer a los gentiles y al deseo de llevarnos a sus tierras para el cultivo y enseñanza de sus hijos.”
Los jesuitas eran una orden nueva, moderna y pletórica de entusiasmo. Los padres que venían aquí procedían de distintos países de Europa y había entre ellos muchos músicos. Apreciaban tanto como los indios la belleza formal del culto y las distintas manifestaciones musicales. El padre Martín Schmid, por ejemplo, misionero entre los chiquitanos, escribía a un amigo: “...llevo una vida alegre y hasta amena, pues canto a veces a la tirolesa, toco los instrumentos que me gustan y bailo también en rueda, por ejemplo, la danza de espadas. Pero ¿Qué dicen tus superiores de esta vida?, preguntarás. Yo te respondo: Si soy misionero es porque canto, bailo y toco música...Todas estas artes musicales que antes desconocía en parte, ahora las practico y las enseño a los hijos de los indígenas.” La rica litúrgica católica era un canto de alabanza al Señor a través de la exaltación de los sentidos de la vista y el oído. Esto llegaba a su culminación durante las fiestas religiosas. Las mas importantes eran: Navidad, Corpus Christi, el día de San Ignacio y el del santo patrón del pueblo. En esas ocasiones en las misiones se “tiraba la casa por la ventana”. Eran pueblos austeros en sus costumbres pero con Dios y sus santos no había que andar con retaceos. A fines del XVII, cuando los pueblos estaban asentados y sin enemigos bandeirantes, estas fiestas tomaron una dimensión extraordinaria. La mejor música barroca, sobre todo la que especialmente Domenico Zípoli creara para las misiones, era ejecutada por los músicos y cantada por coros de extraordinaria afinación. Se efectuaban representaciones y auto sacramentales con vestidos que hubieran causado admiración en cualquier rincón de Europa. Toda obra teatral incluía música y bailes. Era tal el lujo de los disfraces y ropa de ceremonia que en 1680 el padre Altamirano, Superior de las misiones, protestaba a los procuradores de los pueblos por los gastos excesivos en libreas de seda y guarniciones o abotonaduras de oro y plata. Sin embargo la costumbre siguió: la sencillez era para la vida cotidiana pero para las fiestas y el culto, no había lujo que resultara excesivo.
Se ha llamado a las misiones “el Estado musical”, pues tanto la vida espiritual como la material se desarrollaban al ritmo de los mas variados instrumentos: no solo servía la música para atraer a los indios a la religión sino también para que rindieran en su trabajo. Todos los días, después de la misa cantada, grandes y chicos iban a sus tareas al son de flautas y tamboriles. Los que trabajaban la tierra llevaban en andas “una pequeña estatua de San Isidro labrador con una caja de resguardo por si llovía, y así, en una especie de procesión, con sus azadas al hombro, iban y volvían de sus cultivos con su santo y sus músicos que no cesaban de tocar durante el trabajo.
A pesar del aislamiento en que estaban los pueblos de misión, pronto corrió la voz de la maravillosa música que allí se hacía y las autoridades y vecinos de las ciudades de Asunción, Corrientes, Santa Fe y hasta Buenos Aires, pedían que los coros bajaran para Navidad y Pascua. Pronto comenzó a haber un intercambio entre músicos cordobeses y misioneros: algunos muchachos muy dotados iban a Córdoba a estudiar con Zipoli, mientras que niños negros de las estancias jesuíticas de Santa Catalina y Alta Gracia, pasaban temporadas en las misiones aprendiendo a cantar.
El pueblo musical por excelencia fue Yapeyú, donde el padre Sepp llegó, a principios del 1700 a construir un órgano con tubos de madera de cedro cortada en delgadas hojas y pegadas sobre pergamino, a falta de estaño.
En las misiones de Chiquitos, en Bolivia, existía el mismo entusiasmo por la música. En sus archivos se hizo el mayor descubrimiento de piezas musicales del siglo XVIII. Sumaban mas de cinco mil, la mayoría eran de Bartolomé Massa y de Doménico Zípoli. Este discípulo de Scarlatti, nacido en Prato, Toscana en 1688 y muerto en la estancia de Santa Catalina, entró a la compañía de Jesús y en 1717 se embarcó para el Río de la Plata y se instaló en Córdoba como organista y compositor. Mérito suyo es haber adecuado el barroco europeo al gusto y la idiosincrasia americana. El no estuvo nunca en las misiones pero su música era allí la mas difundida.
En resumen: la actividad en los pueblos de las misiones jesuíticas tuvo características muy peculiares: trabajo liviano aligerado por la música, cotidianeidad embellecida por las fiestas, seguridad reafirmada por los ritos repetidos una y otra vez, erradicación de la miseria y el hambre, relativa igualdad social son logros casi utópicos que llegaron a realizarse en las misiones jesuíticas de guaraníes y chiquitos.

Lucía Gálvez* 2

Elena Caricati Pennella y Liturgia del abismo

“Atroz belleza” es el oxímoron que aparece en un poema de Elena Caricati Pennella y tal vez sea la expresión más apropiada para definir su poesía. Los distintos grados de la antítesis rigen estos poemas que se agrupan según el orden de los contrarios – espacio de sombra y espacio de luz–, pero en los que siempre se da la presencia del otro aportando su profundidad, su fondo al cuadro. Y no es caprichosa la relación con la plástica, ya que estos textos, que tejen mundos como el del sueño y la alucinación, son propicios para ser representados por el color y la forma. Algunos han tenido por punto de partida la contemplación de un cuadro, como Incertidumbre, Genocidio y Hermafrodita.
El yo poético, igual que el héroe mítico, desciende a los infiernos para emerger con la gloria de un conocimiento, más allá de los despojos padecidos. En uno de los poemas “luminosos”, Infancia, se habla de aprender a callar para que en otro espacio y en otro tiempo surja el poema. Aprender a callar para después aprender a escribir. Sin embargo, en esta escritura no aparecen frases torturadas, sino que las selectas palabras fluyen fácilmente por el cauce sonoro de una medida que tiende a lo regular. En el centro del libro, está la poética y el laboratorio. Se abre con Alquimia, que podemos leer como la descripción del trabajo poético. El yo lírico, en una noche precisa, según lo marca el cielo, en la oscuridad, en el silencio, somete a fervientes transformaciones esa materia prima (la lengua y todo el caudal literario y todos los conocimientos a los que ha tenido acceso) hasta lograr la obra que sale a la luz, “la rosa de pétalos exactos”. El negro, el verde, el rojo son señales de los puntos del proceso. La corneja negra, la rosa o las tablas de Hermes (la Tabla de Esmeralda de Hermes Trismegisto) son tomados por la poeta como metáforas de su hacer. Las palabras son claves, símbolos para nuevas simbolizaciones y la verbalización del espacio vacío se hace poesía. Pero si bien hay un saber en cuanto al oficio de poeta, es un saber hecho de preguntas e incertidumbres, que el yo –en cuanto humano– despliega con honestidad. Y esta duda y la búsqueda de sentido son lo que más otorga dimensión metafísica a los textos de Elena Caricati Pennella.
Como en la alquimia, en este libro hay pasos. Tal vez el poema Persona sirva de guía para emprender el retorno desde la desnudez a la recuperación de la identidad, a la totalidad después de la fragmentación. Esta poesía, que “no es hojarasca de palabras”, cumple con creces este itinerario que lleva a cabo trasmutaciones e inicia otras bajo la mirada activa del lector.

Isabel Llorca Bosco* 3

El habla de los sapiens hispánicos
(El uso de la lengua en los autores de hoy)

En la actualidad hablar de literatura puede significar adentrarse en conceptos técnicos, en querer encasillar una obra en algún subgénero, compararla con la creación de otro escritor, en fin, esas son las salidas fáciles para llegar a un puerto inseguro, como decía el poeta Osvaldo Lamborghini “no existen géneros sino personas que escriben, no existen personas sino disímiles literaturas”. Los rasgos de una literatura se diferencian de los moldes preestablecidos, para tomar la forma humana que escapa a propósitos iniciales, es allí donde se logra una aproximación a la “verdad literaria”. La obra adquiere características de criatura, su piel presenta una superficie con aptitudes de espejo en la cual el que se atreve (lector) a la experiencia literaria no ve lo mismo en diferentes unidades de tiempo y esto a su vez varía según el individuo que realice tal análisis. Entonces no se puede hablar estrictamente de una verdad sino de una irrealidad, o para ser más ilustrativos la convivencia de una amplia gama de “verdades”.
A esto se le agrega el ámbito social y geográfico. No será lo mismo la literatura de un hombre pobre que de un pobre hombre, ni de ese hombre en Bangkok o en Yakarta, en Buenos Aires o en el Conurbano Bonaerense. Por lo tanto podemos añadir a esta comprensión del fenómeno literario que existen tantas literaturas como escritores y lectores en su conjunto. Supongamos que la totalidad de los habitantes del planeta se dedicasen a la lectura de un mismo libro, entonces habría 6000 millones de interpretaciones distintas, ahora bien, si se les diera a esas personas la obra completa de un autor, entonces existirían en igual número tantas literaturas como sujetos.
Para Gelman “nada podrá cortar el hilo humano de la poesía”, según Roberto Arlt “hay que escribir como se habla”. Estos ejemplos, por citar algunos, profundizan en el carácter humanizado de la literatura, en los valores que trascienden el tiempo y el espacio para situarse en los anaqueles del consejo que es pasible de apropiación o de rechazo. La literatura en su más indivisible partícula, es un artificio y por ende señala que es una utopía la propuesta de Arlt, por lo menos en poesía aunque no en cuento. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha dado un fenómeno un tanto acelerado, no por eso negativo, la proposición de García Márquez de jubilar la ortografía, “nadie confundirá revolver con revólver”, aunque es un error tal proclama porque en los fines prácticos eso ya es una realidad; la actualización constante del diccionario de la Real Academia Española, en el que por ejemplo es lo mismo decir arveja que alverja. Unificando los dos conceptos, se está materializando el hecho de que no podemos controlar la fisonomía del lenguaje, no se pudo con el latín, surgiendo idiomas como el francés, el español, el portugués, el italiano y el rumano, más sus múltiples dialectos; esta fragmentarización de la lengua se dio en una zona relativamente pequeña, por lo que sería en vano pensar que en América no pasará lo mismo. De hecho el presente esta impregnado de neologismos, pero en suma dan cuenta de la transformación de la cual se está nutriendo el lenguaje; esto fue posible en la antigüedad debido al aislamiento que padecían los pueblos, consecuencias de guerras y divisiones monárquicas, hoy en cambio el fenómeno se da a raíz de la coexistencia de refugios lingüísticos dentro del campo de la comunicación extrema, a partir de la formación de megalópolis que aglomeran heterogéneamente a las sociedades en un cosmopolitismo exacerbado y en relación a las distancias entre puntos en una misma ciudad, incluso entre cada aglomeramiento urbano, en cada nación y entre cada nación de esta Latinoamérica que cada vez más se autoabastece de giros que son propios a cada región, posibilitando el enriquecimiento del idioma, modificaciones que la literatura no elude sino que alienta.
Para algunos semiólogos existen tantos sublenguajes como entes, las denominaciones de objetos, expresiones de desagrado o de felicidad, varían considerablemente entre habitantes de un mismo sitio, es el caso del lunfardo. Pero en un plano más detallado se puede percibir que también hay cambios de ese lenguaje según el hablante, según el estrato social, además de variaciones en la pronunciación de determinadas palabras.
El proceso de asimilación de estos surgimientos en el habla hacia la literatura se da, en general, de forma lenta y progresiva. La convivencia de estilos: el estilo propio se autodefine como la decantación a la creación literaria del vocabulario que el escritor utiliza frecuentemente en la vida diaria y que sobrevive a los filos de la corrección. No se puede pensar en el acto literario sin tener en cuenta estas herramientas de las que se vale la autonomía de la contemporaneidad, para ser más específicos tendremos que analizar las apariencias que de esta evidencia se desprenden amplificando ambos sentidos: el sentido que el lector adjunta al juego interpretativo de la obra como una mixtura de innovaciones y las reglas que impone el autor desde su inocencia de creador incólume. Estas reglas obviamente son sorteadas por los lectores más carismáticos, el lenguaje une ambas fuerzas y es allí donde se crea la verdadera literatura, no en meras vacilaciones sino en la amplitud de criterios, en la autodeterminación atrayendo los sistemas para una complementación de los surgimientos, a posteriori, de nuevas perspectivas que acrecentarán en la conciencia de la gente que decide arriesgarse a una aventura intelectual. Es cierto que luego de tales pronósticos haya quien piense en un caos idiomático, pero de nada sirve negarse, nuestra lengua, como otras, esta viva, se mueve, muta, permuta, se regenera, envejece y procrea otras jergas, significado de que la sociedad avanza. Este hecho es, sin duda, imposible de frenar y es necesario que así transcurra. Huellas de nuestro paso por el lugar de la lengua.


Nicolás Antonioli* 4




Cortázar: A veinte años de su muerte, un ensayo y un cuento evocan al autor de Rayuela

Julio Cortázar: La razón poética

El artista es el anunciador de una época nueva.

El pensamiento del artista, al que doy el nombre de razón poética, legitimada en el último siglo por pensadores como Heidegger, Ricoeur y María Zambrano, es el eje de la obra de Julio Cortázar. Crea dentro de esta concepción, y teoriza sobre ella. El artista es para él el hombre nuevo que los tiempos actuales deberán alumbrar, entre los estertores del mundo viejo, los gestos anquilosantes de la rutina, y la violencia de una humanidad amnésica y suicida.
Recordemos que el poetizar, no es solo la construcción de un género literario, sino ante todo, un modo de vida y de conocimiento. En todos los momentos creativos de la historia ha resurgido la continuidad de las artes en un ámbito común que los griegos llamaron mousiké , lugar de las musas. Cada una de esas damas simbólicas, númenes celestiales, presidió una modalidad expresiva, que comporta una técnica específica, pero todas ellas fundadas en una común manera de pensar y sentir la realidad, tanto física como metafísica, desde el nous. o conocimiento profundo y esencial.
A lo largo del tiempo la razón poética se manifiesta en la tradición del orfismo, que conecta la poética clásica, la lírica del Medioevo y el Renacimiento, con las poéticas modernas del Romanticismo, el creacionismo y el surrealismo. El artista nato -a cada paso lo vemos ya se trate de Leonardo o Van Gogh, también de William Blake , Cortázar o Ramponi- tiene predisposición para distintos modos del arte aunque cultive en particular una de sus vías. A grandes rasgos puede hablarse de dos tendencias, musical y el visual.
El artista musical hace del oído el órgano espiritual por excelencia. Intuye al universo como sonido y despliega su expresión desde el canto y las formas primitivas de la sonoridad hasta las vías más refinadas y complejas del arte musical. El artista visual, considerado como un tipo humano eidético, da primacía a las artes del espacio, haciendo del color, la luz y el volumen, así como el movimiento de la danza o las técnicas de la modernidad, las herramientas de su expresión.
En la poesía suelen combinarse estas dos modalidades, anteriores a la reflexión. El poeta tiene como materia al lenguaje, pero apela permanentemente a un estrato previo a él, que es el campo de la imagen, ya sea visual, auditiva o de otros órdenes sensibles e imaginarios. El lenguaje poético tiende visiblemente al orden musical, o es propicio a la plasmación de imágenes pictóricas, sinestésicas, de movimiento, que son las que permiten la traducción a otras lenguas, o las transposiciones de arte a las que han sido tan afectos los artistas modernos. En ese nivel, que denominamos translingüístico, -nivel a menudo ignorado o relegado por los analistas de la lengua- es donde se instala la fraternidad de las artes, de los artistas.
Julio Cortázar es uno de nuestros escritores mayores, tanto por su significación intelectual como por su maestría expresiva y su manejo del idioma. Ha sabido llevar la lengua, el idioma argentino, a un grado poco común de esplendor y expresividad, incorporando en algunos casos el lunfardo, cultivando sin chabacanería el habla nacional que desde el siglo XIX se afirmó en las obras de Lucio V. Mansilla, Cambaceres, Macedonio Fernández, Cancela, Arlt, Borges y Marechal.
Fue renovador de todos los géneros: el cuento, la novela, el ensayo, la poesía. Menos brillante en el teatro, también lo intentó. (Su obra Los Reyes no pertenece al teatro convencional sino a la poesía escénica). Agudo observador de la sociedad y sus vicios, practicó un humorismo de la mejor ley. Inventó los cronopios y los famas, con una variante, las esperanzas, fauna humana en la cual nos reconocemos en alguna medida todos nosotros.
Como poeta, desarrolló en máximo grado la intuición receptiva, y abrió el lenguaje al máximo de sus posibilidades semánticas y sugestivas.
Su relación con las artes no es circunstancial sino profunda y necesaria a su pensamiento. En efecto, Cortázar ha sido entre nosotros quizás el máximo defensor de lo que hoy se llama la razón poética, que no es privativa del poeta sino en general del artista. Tristán Tzará, el pintor que encabezó el dadaísmo, se preguntaba: ¿Podrá dudarse de que hay un pensamiento en la pintura?
En cuanto a la música, acaso no cabe hablar de un “pensamiento”, pero sí de un logos, un mundo espiritual, un espacio significativo que no pasa por la racionalidad y sin embargo conecta a los hombres en un plano profundo.
Julio Cortázar pertenece de raíz al tipo musical, pero como todo artista genuino se sintió solicitado por todas las artes. Se inclinó a la música como oyente, melómano y conocedor de la música contemporánea, como cultor del jazz (durante su estadía como profesor en Mendoza formó parte de un grupo de amantes del jazz) y por supuesto del tango.
Pero hay algo más profundo en su relación con la música, y es su moldeado en la herencia órfico-pitagórica, que elevó a la música por encima de otras artes, enlazándola con la filosofía del número y con el tema de la salvación del alma. Cortázar ve en el universo la presencia de un orden musical, un ritmo cósmico que se manifiesta en la astronomía, la geología, los reinos vegetal y animal y la constitución psicofísica del hombre. Repite una frase de Arturo Maraso, uno de los maestros que recuerda de su etapa adolescente: : : El mundo era tan solo una música viva. El tema del ritmo lo he estudiado en mi libro sobre Cortázar como determinante de una actitud clásica que preside sus primeras obras, y entra en contrapunto con ulteriores momentos en que se abre paso, a ratos; la visión del grotesco da en el mal y la caída.
Refiriéndose a su propio destino dice en el libro Territorios, tan autobiográfico como todos los suyos: “Al final, sin batalla y solapadamente, las palabras pudieron más que las luces y los sonidos; no fue músico ni pintor, empezó a escribir sin saber que estaba eligiendo para siempre, aunque su escritura guardaba todavía el contacto con los vidrios de colores y los acordes de un piano ya cerrado. Era inevitable que la estética simbolista le pareciera el único camino, que su primera juventud se ordenara bajo el signo de las correspondencias, que la poesía finisecular francesa se mezclara con Walter Pater, con Whistler, con D’Annunzio. Cuando esto quedó atrás y él entró en su tiempo tumultuoso y se supo latinoamericano, no lo hizo con desprecio ni despecho, su corazón guardó el prestigio de las iridisaciones y resonancias (...) Siempre se dará en él, en algo de él, esa hora fuera del tiempo, donde los juegos de luz de un vitral o de una pintura de Nierman, el escalofrío a pleno sol del fauno de Debussy, la resonancia de palabras que laten como un pulso, lo devolverán a una condición privilegiada, a un instante de temblorosa maravilla: otra vez, contra el cielo azul, un fragor de cristales rotos, un olor quemante de sal, un niño que juega con lentes e interroga a los astros” (Territorios, p.110)
Cortázar fue un aficionado al jazz; tocaba la trompeta y admiraba a Armstrong (Satchmo), a Gillespy, a los grandes del género. . Veía en el jazz esa amada combinatoria del ritmo y la libertad, una creación comparable al poema, que también se debate entre la musicalidad que lo ata al ritmo cósmico y la libertad que lo convierte en aventura. El poema es para él un solo de jazz, y esto podría apuntalarse con muchos textos poéticos y teóricos.
Su cuento El perseguidor, dedicado a Charlie Parker, The Bird, es un buen ejemplo de la conjunción de la música y la vida espiritual. Construye un personaje, Johnny, que es un héroe o anti-héroe de la marginalidad, la vida interior y el arte. Johnny es un músico y a la vez una especie de shamán, un experimentador del tiempo. Se hace evidente la fusión del autor con ese personaje tierno y vencido por la droga, un cronopio que definitivamente no entra en la sociedad, así como en Bruno, su partenaire, que reflexiona sobre la experiencia del artista. El diálogo de estos dos personajes que son como las dos mitades de la actitud del autor -su cara creativa y su otra cara inquisitiva, filosófica e incluso científica, que no muchos críticos han visualizado- esboza un planteo que lo ha preocupado permanentemente: suspensión del tiempo, la entrada en otra dimensión a través del arte y fuera de éste. Es un tema propio del artista metafísico, especie a la que Julio pertenece.
Un libro en el que se manifiesta plenamente el tema del ritmo cósmico es Prosa del observatorio, obra que es de las más difundidas del escritor. El punto de partida del libro lo han sido las fotografías tomadas por Cortázar en un viaje a la India, de los restos de un observatorio en desuso, construido por el sultán Jai Singh, para medir la regularidad de las mareas. A ello se une en coincidencia junguianamente significativa, la noticia periodística sobre la peregrinación de las anguilas, que parten de ciertas costas y llegan con pasmosa regularidad, todos los años, a la otra punta del mundo para permanecer sumergidas durante ocho años y volver luego a la luz, una vez incubadas sus ovas. Sin duda, al superrealista Cortázar lo impresiona tanto el tema de las anguilas como la ley cósmica que rige la vida de los mares evidenciando ritmos desconocidos en su origen y sentido. También lo impresiona retomar con sus fotografías la actitud receptiva del sultán ante los fenómenos naturales. Asombro y horror, maravilla y espanto, son las respuestas que suscita la perfección de un engranaje ajeno al hombre, que es ante la conciencia su real alteridad, lo otro no reductible.
Julio se interesó mucho también por la pintura, como lo muestran los libros en colaboración con el pintor Julio Silva o el dibujante Sábat, y su obra Territorios dedicada a los pintores surrealistas. No es por cierto un crítico de arte, ni siquiera un comentarista regularmente abocado a transferir la emoción o el eco de la obra plástica: en ciertos casos toma el cuadro como punto de partida de una interiorización, que lo conduce a evocar momentos de su infancia y otros momentos de su vida. En otros casos combina la descripción, siempre rápida y abocetada, del cuadro, con una extensión imaginaria que le permite identificarse con el pintor, extender su mirada o jugar tácitamente con conceptos que le atribuye.
En el libro del dibujante Hermenegildo Sabat dedicado a Toulouse-Lautrec, inserta una historia inventada que titula “Un gotán para Lautrec”. En consonancia con los dibujos de Sabat, que recrean la pintura del ambiente prostibulario de Montmartre, Cortázar imagina que la francesita Mireille, supuesta amiga del pintor, viene al Plata para convertirse en la Rubia Mireya del tango. Esta transposición le sirve para evocar, nostálgico, a las francesas que vinieron a la Argentina para ejercer su antigua profesión, y a los porteños que soñaron con el éxito en Francia, sin dejar de verse a sí mismo, un poco oblicuamente, a través del tango “Anclao en Paris”.
En Territorios, libro esencialmente visual, Cortázar acompaña una serie de reproducciones de cuadros y material fotográfico con textos que entran en las categorías del humor, la poesía o el comentario reflexivo. La primera impresión que esta escritura produce es la del juego, que induce a mirar los cuadros de Pierre Alechisky desde la óptica de una hormiga que penetra en la trama del color y el dibujo. Creo que esta es una técnica para dispersar cualquier expectativa de lo que se conoce como crítica de arte. Sin embargo el autor entra en varios momentos muy a fondo en el impulso artístico, a través de la identificación con el artista, de la ampliación imaginaria de la pintura, o del paralelismo con situaciones autobiográficas. Se trata, sobre todo, de una aproximación empática. Flota en el libro la valoración del arte como vía privilegiada del conocimiento, y del artista en su protagonismo humano. Despliega también, en tácita confrontación con la psiquiatría, la defensa de la locura que secularmente ha sido asociada a la mentalidad del artista, divorciada de las vías racionalistas y conformistas. No se busque en Cortázar al crítico del arte, sino al artista que vibra empáticamente con la creación de otros artistas.
Más cerca de Rimbaud que de Mallarmé, y más próximo a Keats que a André Breton, Cortázar es el artista adolescente, romántico, clásico-moderno. Su pasión metafísica, tocada por la angustia, se resuelve en una utopía poética que alimenta con vehemencia. Hizo de John Keats una figura -símbolo con la cual se identificó, y tradujo admirablemente su poesía. Pero su contacto con el surrealismo tanto plástico como poético se hace notable en su obra desde muy temprano.
Si interpretamos adecuadamente su drama juvenil Los Reyes, publicado en el 49, vemos claramente su opción romántica y surrealista por Minotauro, héroe oscuro que se impone a Teseo, su matador. En el combate entre la razón y la poesía, entre la luz de la ciencia y la penumbra de la intuición artística, la decisión del joven Cortázar está tomada. Cuando comenta los grabados del austríaco Alois Zötl, sobre animales, nos da a entender que no es preciso inventar una fauna artificial para dar cuenta de lo extraordinario de la realidad: basta con observar, de una manera nueva todo lo existente. Lo maravilloso-real aparece a la mirada dispuesta y receptiva. A Cortázar le han interesado la pintura de Magritte, los paisajes oníricos de Remedios Varo, los collages de Max Ernst.
Pero las cosas no son tan simples. Hay de por medio una búsqueda del sí mismo, que trae consigo la emergencia de una conciencia ética, la revisión del individualismo, la opción de los últimos años veinte años por una participación política que puede no ser compartida pero nunca ignorada en la vida del escritor. Despertó tardía y parcialmente al compromiso histórico, y defendió hasta su último día la libertad creadora. (En ese compromiso debió afrontar dificultades por su defensa de casos particulares como el caso Padilla, y su fidelidad a una razón ampliada).
Tempranamente hizo la crítica de la modernidad, con sus excesos racionalistas y técnicos. Se anticipó a los posmodernos sin caer en el nihilismo de algunos de ellos. Su crítica del racionalismo, el puro cientismo, la mentalidad pragmática, venía de la Razón Poética, no de un europeo cansancio de época.
Como poeta y como latinoamericano sostuvo hasta el final la esperanza y la dignidad del vivir. En el fondo – sin negar su apoyo a Cuba y a Nicaragua – apostaba a una utopía poética, y estaba atento a los aportes de una ciencia nueva. Una sociedad justa – penaba - sólo puede ser construida sobre la base de hombres transformados. Es lo que surge de su obra, y de su invariable amor a John Keats, al que dedicó su máxima admiración, expresa en un libro que es también su autobiografía y su poética.

Graciela Maturo* 5




Recordando a Julio

“Lucho comprendió entonces: el juego no había sido un juego”.
(“Cuello de gatito negro”, de Julio Cortázar)

Veías tu cara en el fondo del lavatorio, turbia como el agua que escupís, aferrado a esa noche de caricias, rasguños y gritos. Pensaste en el relato que ibas a escribir sobre la hoja desnuda que te observa, como te mira ella, también desnuda, esperando el momento que los haga sentirse vivos: a la hoja de papel, a ella y a vos. Los tres metidos en el tiempo, sintiéndose aunque sólo sea un instante.
Hoy, a las seis de la tarde, en el Centro Cultural San Martín, se llevará a cabo un homenaje con motivo de su muerte. El ministro de Cultura, el presidente de la Sociedad Argentina de Escritores y destacados artistas disertarán sobre su obra.
Cuando vino el año pasado no le hicieron ningún homenaje, gritó un hombre de unos cincuenta años delante de los funcionarios, Siempre pasa lo mismo. ¿De qué le sirve ahora que está muerto? Ve señora, ya están sentados en la primera fila mientras nosotros nos deslomamos haciendo la cola. Usted exagera, contestó la mujer con aspecto de directora de escuela primaria. Las jerarquías hay que respetarlas, sobre todo en una democracia. Falta mucho para llegar a una democracia, a ver si se cree que porque votamos vamos a tener un gobierno que piense en el pueblo. No empujen, acá no vinimos a hacer política. Estás equivocado, ahora hay que exigir hechos concretos como sentarnos todos juntos. Hay que pedir cultura, no empujen que voy a aplastar a la señora y todavía faltan subir varios escalones. Esto es peor que los cines de Lavalle. Nosotros los votamos y resulta que están sentaditos, adelante, en los mejores lugares, tomando Coca Cola.
Arrojás el dentífrico y te seguís viendo en ese lavatorio lleno de nostalgia, con un miedo inmenso que no podés explicar. Lo sentís fluir muy adentro, hasta que lo destilás cuando preparás el café‚ y escribís unas horas para hacerle caso a esas ganas de inventar una historia como ésta. Con Lucho que conoce en el metro a Dina, cuando roza intencionalmente su guantecito negro entre montones de manos y codos. Se dicen unas pocas palabras hasta que ella lo invita a conocer su departamento.
A los empujones, como si se tratara de entrar en la popular de una cancha de fútbol, estudiantes, profesores, jubilados e intelectuales subieron por las escaleras y entraron al salón principal. Esto es un desorden, para entrar tardamos más de una hora. No se queje, va a tener seis años para eso. No se puede hacer todo de golpe. ¿No escuchó a la Filarmónica en el Parque Lezama? ¿Y qué me dice de los centros culturales en los barrios? No empujen, el salón es muy grande. ¿A dónde quieren ir? No lo van a resucitar.
― Habría que encontrar las causas ― dijo Lucho― . A lo mejor habría que ir muy lejos, casi hasta el final si queremos encontrar algo juntos.
― No entiendo de qué hablás. Me das miedo, mucho miedo ― dijo Dina.
― Quiero hacer una historia y luego otra y otra ― argumentaste mientras le servías un poco de café.
― Si no subiste por mí, no quiero escucharte ― gritó Dina.
― Nada me sirve fuera del papel. Ni siquiera vos, aunque sea un disparate o una crueldad decírtelo. Te necesito en el espacio en blanco, tengo que escuchar el ruido de la máquina tecleando la trama, en este caso la de Lucho y Dina. Sólo así encuentro la puerta de este cuarto, la perilla de luz, la ventana y a vos, aunque tus cinco dedos busquen ahora enroscarse en mi cuello.
― Te dije, te dije que no soy un personaje de tu historia ― gritó ella.
― Ayudame a encontrar la lámpara o unos fósforos. Tienen que estar en la mesa de luz, no quiero seguir tanteando a oscuras. ¿Dónde estás? ―exclamó Lucho.
― Tu mano se cerró sobre la garganta de Dina, como si apretases un guante o el cuello de un gatito negro, hasta que la soltaste porque te dolía el pecho y no podías respirar.
― No encuentro el final de esta historia ― le dijiste―. Por más vueltas que le dé, no me convence.
Jadeabas, quisiste incorporarte para buscar la luz del velador y seguir escribiendo, pero no pudiste. Un dolor profundo te oprimía el pecho y las ideas se te mezclaban. Ya no sabías si esa mujer que estaba con vos era ella o Dina, si vos eras vos o Lucho.
No me queda tiempo, siento que se acaba y me parece que las ideas que pasan por mi mente ya las escribí. Es hora de hacer un cuento sin final. A lo mejor sería mucho más interesante escribir un relato donde los personajes y los hechos recomenzaran y no concluyeran.
Ella pareció no entenderte. La fiebre formaba gotas en tu rostro, esbozaba nuevas historias, trayendo antiguos cuentos. Un intenso frío se apoderó de tu cuerpo. Después de un profundo jadeo, caíste hacia atrás. Tus ojos inmóviles traspasaron la ventana. Habías muerto.
Al comenzar el acto, el locutor dijo: "No murió. La noticia es totalmente falsa. Fue comunicada por inescrupulosos. Seguramente alguna editorial con el fin de aumentar las ventas de sus libros. Quizás por periodistas que quisieron escribir columnas sobre su muerte. Tal vez por alimañas que siempre andan buscando historias. Qué mejor cuento que el de su muerte".
El público miraba ansioso. Los aplausos y los vítores estallaron cuando el locutor anunció que estabas allí para desmentir tu muerte y leer el último de tus cuentos inéditos.
Cuando saliste al escenario, la gente vio a ese hombre alto que con voz ronca refería: "He llegado desde París para desmentir mi muerte y de paso contarles mi último cuento. Pensé terminarlo en el avión, pero el sueño y las preguntas de los pasajeros pudieron más. Les confieso que la noticia de mi muerte me asustó, pero ya estoy mejor. Después de este encuentro me iré a la casa de Banfield donde me espera mi familia. El lunes comenzaré el profesorado de letras. Los sábados relataré box desde el Luna Park. Dentro de unos años viajaré a París donde escribiré mis novelas. También llegará el momento de conocer Nicaragua y disfrutar el hermoso amor de Carol. Más tarde vendrá ese supuesto final donde muero por una injusta enfermedad. Pero ya ven que no es cierto, que es obra de algún escritor entusiasmado con finales trágicos. A esta altura de mi vida prefiero los cuentos sin final".
Veías tu cara en el fondo del lavatorio, turbia como el agua que escupís, aferrado a esa noche de caricias, rasguños y gritos. Aun no habías leído el diario que anunciaba que varios escritores hablarían en tu homenaje en el Centro Cultural San Martín.

Omar Ramos* 6


Microficciones


Riguroso silencio

Ella cantaba en riguroso silencio, cantaba en sueños envuelta en las palabras que los sueños prestaban como guantes oscuros.
Empezaba otra vez todas las noches la misma canción: los pasos torpes, los ojos dormidos, arrojada violenta, a contraviento, por la luz exterior.
Ella fuera de la luz fuera del mundo, ella sin casa sólo con un guante para apretar gargantas de mudez. Ella sentada a la orilla de su canción, como el pescador sobre el agua vacía.



El cartel

El cartel cuelga en el primer piso de la casa de altos desde hace muchos años. Tapa las ventanas y las habitaciones vacías; tapa las luces de los automóviles y la velocidad de los seres que van perdiendo piernas y brazos, zapatos y relojes, a medida que la noche les esconde las calles y los patios en donde caminaron los muertos.
Sobre el cartel hay voces en jirones, caras despedazadas de candidatos al poder, anuncios de un jabón que borra todas las manchas, la sombra de unas vacaciones en la montaña donde el nivel del mar es apenas un sumergido recuerdo del invierno.
Por la mañana el sol envejecerá los colores y secará las capas de papel que se han hecho una sola, compacta e indiscernible como la piedra. Alguien tratará de leer en vano las primeras palabras, hasta que otra vez la noche pula el cartel y lo asordine como una pista de baile, golpeada por pasos invisibles.

María Rosa Lojo* 7

POESÍA Y PINTURA

En su libro de ensayos En defensa del fervor, escribe Adam Zagajewski que a menudo los poetas miran con envidia a los pintores y escultores, por el carácter material de sus quehaceres y la solidez de sus talleres. Que los poetas creen que pintores y escultores están mejor preparados para los días malos -aquellos que no aportan ningún progreso significativo en el trabajo ni ofrecen momentos de iluminación-, porque pueden dedicarse a los preparativos, como barrer el taller, limpiar los pinceles o dar fondo a una tela. Cuenta que un maestro suyo decía que en esos días flojos, de bajo rendimiento, había que pintar “bodegones”. Bodegones, se sabe, son las pinturas donde se representan cosas comestibles, vasijas, cacharros, utensilios, a las que también se da en llamar: naturalezas muertas. Parecería, por el contrario, que la poesía no admite dichos estadios intermedios. Que su apuesta es a todo o nada. Pues, qué comparación puede establecerse entre preparar el fondo de una tela y sacar punta al lápiz o encender la computadora.
De entrada, poesía y pintura en nada se parecen. La pintura tiene un soporte material absolutamente superior al de la poesía: pintura, tela, espacialidad, presencia física. Todo eso la poesía tiene que producirlo a través de las palabras; es decir: tiene que sugerirlo mediante imágenes que son tributarias del lenguaje verbal. Su presencia es, por lo tanto, virtual. Sin embargo, poesía y pintura tienen infinidad de puntos de contacto. Son, podríamos decir, primas hermanas. Los avatares de la modernidad las han conmovido por igual. La indiferencia y las espaldas del público también. Por momentos, parecería que poetas y pintores han quedado solos en sus gabinetes y que los frutos de su trabajo están llamados a ser confrontados con su propia conciencia o dentro de un círculo de iniciados.
Ahora que para la pintura ha desaparecido la dependencia de la representación, y que la poesía se ha liberado de la obligación de cargar los hechos en un sistema nemotécnico constituido por estrofas, versos, rimas y ritmos, ambas persiguen lo mismo: dar presencia a lo indecible, poner en acto lo inexpresable, o su antípoda: sobrecargar los trazos de lo real con el sólo propósito de ponerlo de manifiesto ante los ojos distraídos o complacientes del público lector o espectador. Hablar, en suma, en los tajos donde se expresa el silencio o en el platillo opuesto de la violencia o la deshumanización. Claro que esto supone reconocer en ambas la condición de ser un arte. Y qué es y qué no es arte es un pregunta moderna. Lleva implícita la idea de la autonomía del arte. Esto es: que el arte no es el soporte de algo ajeno. Que ni la poesía ni la pintura dicen algo que preexista a su propia realización. Se dicen a sí mismas, en sus propios lenguajes y no a través de ellos.
Hablar, entonces, de las relaciones entre poesía y pintura es tanto como partir de la autonomía de ambos quehaceres y ver en ellos fenómenos de algún modo puros, independientes, autorreferentes. Uno, la poesía, con asiento en las palabras y en la latitud de la hoja en blanco, o bien, puesto a ser expresado mediante el recurso más antiguo de la oralidad; el otro, la pintura, con asiento o no en una superficie -los medios o soportes pueden ser variados, aún conceptuales, cinéticos, etcétera-, y en la modulación de las formas y el color. Los dos impulsados por un mismo propósito: ocuparse, en primer lugar, de ellos mismos y, recién en un segundo momento, de la naturaleza exterior. Esto trae como consecuencia que las diferencias pueden no haberse desvanecido, pero sin duda se han achicado.
Desde otro punto de vista, ambas han establecido con el público una relación difícil. Tanto el lector como el espectador, que buscaban en el arte una sublimación de la realidad, se sintieron desconcertados por obras que consideraron abstractas, ininteligibles, portadoras de un mensaje que no alcanzaban a dilucidar. Basta recordar el esfuerzo de unos y otros por saber qué significa una obra, qué quiso decir el autor, sin llegar a comprender que ese sentido que buscan objetivado en la obra debe ser el fruto de su participación activa y de su compromiso vital. Porque una obra de arte no debe tanto significar como ser. Es una presencia con la que se las ha visto el autor, al tiempo de su realización, y con la que se las deberá ver el lector/espectador en una segundo momento.
La historia del arte moderno –comprendida en esta noción la poesía y la pintura- da muestras de que a mediados del siglo XIX se produce un cambio notable que lanza a sus artistas en busca de un absoluto que, en poesía, sienta las bases de lo que luego se llamaría la poesía pura, con sus derivaciones en la poesía hermética, y en pintura a la composición sobre un plano que no se trata de disimular –en algún caso, como en Cezánne, opera como acicate de la pintura-, y que luego conduciría a la abstracción (Kandinsky: Primera acuarela abstracta, 1910), con sus pasos por el impresionismo y el cubismo. Un tipo de arte y un tipo de artista que, lejos de toda relación vicaria o de servicio, trataba de entronizar la obra como un objeto nuevo sobre la tierra. Un testimonio de sí misma, llamado a sumarse a lo existente y no a representarlo. A partir de Mallarmé, en poesía, y de Manet en pintura –que dan un portazo a toda dependencia del imperio del poder, del altar y de la nobleza- nace un artista nuevo, independiente y responsable sólo ante sí mismo.
Esta pérdida o desconcierto en cuanto al público se refiere produce otro fenómeno que también les es común a poesía y pintura. Se trata de la entrada en escena de un nuevo sujeto que media entre el autor y el lector/espectador: el crítico. Hoy el valor de una obra es menos fruto de la decisión de su destinatario, sea lector o espectador, que del crítico que destaca, acentúa y vivifica sus claves, a lo que se suma el aspecto venal del mercado. Lo cierto es que hoy se requiere de una atmósfera de teoría artística: Greenberg para las vanguardias del siglo XX, Romero Brest para la experimentación sesentista en nuestro país, Piglia para el redescubrimiento de Macedonio, Saer o Aira en Narrativa, Pezzoni para Girri.
Ahora bien, como se trata de algo vivo, abierto, hijo del tiempo y de la historia, animado por las pasiones, deseos y sueños, también esta mirada tiene fin. A épocas de cerrado cálculo le siguen períodos de gozosa intimidad, al propósito de pureza le sigue la mirada cargada y revitalizadora de la impureza, al orden le continúa el desorden –o la aventura, como sentenciara Apollinaire-. Y entonces tenemos que, en ese corsi y ricorsi, en este aprendizaje y desaprendizaje, lo que se da por muerto reaparece y lo que se tenía por agotado renace con una energía refrescante. En poesía, la dicción de la experiencia, la transposición del caos urbano, los giros coloquiales, las palabras gastadas por el uso a expensas de las prestigiosas salidas de la tradición literaria, todo ello es muestra de que la poesía ha vuelto a la calle a buscar su energía y significado. Por su parte, las instalaciones, el arte de concepto y el arte del cuerpo, que, hijos de un Duchamp redivivo vuelven una y otra vez a poblar el escenario de la plástica con sus operaciones interpretativas, tienen en la plástica el mismo significado: son intentos de copiar la vida y de reinstalar la pintura entre los hombres, rehuyendo lo sublime que éstos no han podido o no han querido alcanzar.
¿En qué se unen, clara y definitivamente? En que ambas estéticas, trabajando en los márgenes de lo dicho, de las grietas de lo inexpresable y aún de lo impensable, echan luz, completan, suturan, la esfera espiritual de lo humano, al tiempo de constituirse en testimonio de un tiempo y lugar. En ese abrir y cerrar, en ese sístole y diástole de toda obra humana, en ese descifrar lo confuso y volverlo a cifrar en una pieza verbal o plástica, se cumple la tarea de poetas y pintores, en un mundo que no pide nuevas obras –quizás siente que las que hay ya son bastantes- pero que, a poco que se encuentra con ellas, ve un reflejo de su propia condición, que ninguna otra actividad material o espiritual puede dar.
Ni poesía ni pintura son inmunes a su tiempo y, en consecuencia, muestran de manera refleja la realidad de un mundo cambiante y de una mentalidad cambiante. Un mundo globalizado, en el que las traducciones e información llegan más rápido que el contacto entre los artistas, produciendo creatividad tanto por mimesis y asimilación como por antítesis y rechazo. Todo lo cual obliga a una permanente redefinición de la teoría artística, pero, a la zaga, de un no menos vertiginoso aprendizaje y readecuación del gusto por parte del público lector/espectador.

Rafael Felipe Oteriño* 8


Las armas y las letras

Es su revolución, ya no hace falta
Compartirla con nadie. Está cercado.
Con la victoria, inevitables, llegan
las transacciones y los ministerios.
Escritorios canjeados por fusiles
para llenar planillas, poner sellos
y presupuestos, planes quinquenales,
la diplomacia y las ejecuciones.
La derrota es la síntesis tardía
su moneda, la sangre, colabora
con la hipnótica, austera economía
que los tiranos símbolos exigen.
Tienen hambre y sed, están perdidos.
Las cosas fueron mal desde el principio.
De nuevo: “Esta es la historia de un fracaso”.
Descubrir la sorpresa repetida
de que hay una alegría inesperada
en resumir los signos del espanto
en dejar a la catástrofe que dicte.
La victoria no sirve por escrito
La han echado de la estética del siglo.
Es el héroe y acaso no le bastan
los confusos combates. En la selva
falta el agua y sobran delaciones.
Escribe su meditada desconfianza
por la palabra escrita, el negativo
de la acción. Levanta al guerrillero
sobre el literato, ultimo capítulo
del combate entre las armas y las letras.
Una emboscada. Lo toman prisionero
A los demás los fusilan antes.
Ya no puede escribir. Pero no hacen falta
las libretas, el lápiz, ahora otros
escribirán por él. Ahogado, herido
debe elegir palabras con cuidado.
La memoria respeta los finales.
Todo será conservado. Es la última
Escena del acto quinto. A su verdugo
le dice que apunte bien, a ese sargento
que vacila, tiembla, que está esperando
la cancelación de la orden, que no quiere
la maldición, el don, el privilegio
el salvoconducto sangriento de la Historia.
Apunta bien, le dice, yo no puedo
apuntar nada. ¿Y el papel y el lápiz?
¿Dónde vas a guardar este instante,
la sentencia que vale más que el diario,
el epigrama final de la aventura?
Apunta bien: vas a matar a un hombre.

Pablo De Santis* 9

Poemas del libro Hormigablanca




Hormigón es el concreto. Concreto: cemento
arena, piedra y agua.
Hormigón simple = concreto
Hormigón armado = concreto + hierro

Hormigón es el concreto
La hormiguita es la indefinida

***
Por mi miedo
llegan hormigas blancas
sobrevuelan moscas
babean caracoles

Es necesario temblar
en cada respiro
para resistir
la vida

***




Límite de la finitud del tiempo

Iré bajo la tierra
hasta el magma
y ahí
entonces
pondré a las hormigas
bajo la canción de la lluvia
que cantaba con mis hermanos

***
Sobre la mudez de mi boca nada
Sobre mi boca la mudez
en partes de mi cuerpo

Ya es hora de usar mis órganos
de alimentar la lengua
de explotar en lenguaje



Luciano Fernández* 10 Contacto con el autor: vallebotanico@hotmail.com



Este juego que jugamos

a mi mujer, Laura.

algo de tu inocencia
de falta tiempo, de madera jóven que somos
se abraza con mi torpeza de Hombre, de
músculo ciego, que no comprende tu
lamento ancestral de hembra atenta
y te abrazo y te espero desde mi incomprensión
distraída que se ocupa de lo que no importa
mientras la vida se revela en vos y en tus
lágrimas que no aceptan excusas
Luego, algo se asoma, cerquita como un beso
y entrecorta el aliento de tu llanto dejando un
espeso olor a piel tibia
con una ternura de niño nos envuelve
y nos perdona el aún no saber este juego que jugamos
nos observa desde la distancia, entretenida, con
los ojos llenos de "llegarán algún día"
y después se aburre de nosotros o tiene que hacer
y nos olvida dejándonos solos en nuestro
pequeño mundito de susurros.

Martín Kasañetz* 11

El Rey de los Gitanos

Más allá del monte de los naranjos,
en el pueblo grande, la fiesta sigue:
pasodoble , vino y mujeres,
Francisco de los Burdeles
a la orilla del río tu pueblo espera;
y en un altar de la Macarena
ornado de rojos claveles,
a la vera de una candela,
Quedito, quedo, solloza
una gitana morena

Bajo el cielo estrellado
tu pueblo sueña y espera
si tu los guías no tienen miedo;
sin ti no viven, sólo en ti creen
Francisco de los Burdeles

Apasionados, alucinados
¡Ay! No sea que una navaja...
¡Ya vuelve! Allá viene Francisco
por el desfiladero
montado en su jaca blanca y cinco corceles

Pasodoble, celos, mujeres,
frenesí de luna llena,
navajas con sangre,
locura de castañuelas,

¡Francisco de los Burdeles!
Al pie de la Sierra Grande
y a la verita del río tu pueblo espera.

María Laura Guevara* 12

Huellas

Marea baja, mar calmo
Que muestra
huellas arqueológicas,
huellas de antepasados milenarios
Hoy camino por la playa
Y descubro otras huellas
de gaviotas, caninas
pero las más curiosas
son las humanas
cada pisada engendra
una historia distinta:
cuantos pensamientos
dispersos por la mente
cuando caminan por la playa
mirando ese mar profundo
lleno de misterio
Con diversidad de colores,
olas mansas y bravas
en el vaivén nos dejan
sin huellas en arenas doradas
solo las milenarias
testigos que siempre
habrá HUELLAS.

Inés Iriarte* 13

TIEMPO

No se compra ni se vende; sin embargo es muy codiciado.
Es enemigo de la ansiedad y muy compinche de la esperanza.
Es milagroso: cura el alma y cicatriza heridas.
Nos redime, calma y abre las mentes.
No es Dios y sin embargo todos le rezamos.
Es universal, no tiene género, no discrimina.
Es imprescindible pero cada uno lo toma y lo usa según sus necesidades.
Lo vemos pasar y nos damos cuenta de su existencia cuando miramos el espejo, observamos a nuestros hijos y nietos, o buscamos a los que no están.
A veces nos hiere y otras, nos alegra.
No se mide con relojes o almanaques, solo usamos el alma o el corazón.
En algunas ocasiones le pedimos que corra, que acelere su paso, y en muchas otras le rogamos que espere, que sea piadoso, que nos deje gozar o llorar un poco más.
Tiene claros y oscuros, según esté uno para recibirlo.
Es el que nos acerca a los otros.
Es el que nos hace ver que crecimos, que somos independientes y fuertes.
Nos da seguridad cuando nos afirmamos a la Tierra o tomamos nuestras propias decisiones.
Tiene pasado, presente y futuro, como los verbos, y como tal, lo conjugamos, según sea nuestro ánimo.
A veces lo odiamos, tal vez, porque pasó y no lo valoramos en su vuelo.
Pero, casi siempre, brindamos cuando llega con su manto de esperanza y sosiego.
Nos aprieta el pecho y sentimos que nunca se irá, pero luego, con su sabiduría, trae calma y alivio.
Es el TIEMPO.
Todo lo puede.
Y nos alegra, porque significa que estamos vivos, y eso -créanme- no tiene precio.

Graciela Tacconi* 14



Yolí Fidanza, La doncella del Huillallaco, Premio Casa de las Américas 2009
Entrevista por Nicolás Antonioli




Poeta, narradora, durante la década del 90 se dedica a la investigación de vida y obra de mujeres universales. De nacionalidad argentina, nació y reside en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Su temática preferencial, visión poética de lo femenino en relación con el tiempo, el amor y la ausencia. El tema de la mujer como pre-texto de su poesía en gran parte de su obra. Considerando que la mujer es la mitad ignorada de la historia de la humanidad sus textos tratan de contribuir a exaltar valores de la vida y la obra de mujeres de todos los tiempos, personajes míticos del mundo antiguo, reinas el medioevo, mujeres de la historia del mundo moderno. De la actualidad poetas, artistas, científicas, luchadoras por la libertad, y por los derechos, víctimas de violencia o de fundamentalismos. Su libro_El Universo de Ramona Montiel_recrea el personaje protagónico de la obra plástica del maestro argentino Antonio Berni. Y espera publicarse en este año como homenaje al centenario de su nacimiento. Ramona Montiel es figura paradigmática, representante de existencias reales, propias de Latinoamérica, muchacha marginal que nacida bella transcurre su vida entre un barrio pobre y una “villa miseria” y que después de intentar una vida honesta termina prostituyéndose… Su novela La prometida del señor de la montaña o La doncella del Huillallaco recibió el Premio Casa de las Américas 2009, en la categoría "Literatura para niños y jóvenes". El jurado consideró que esta obra "aborda la tradición incaica con una visión original sin caer en estereotipos comunes a esta clase de temas [y] humaniza un ritual iniciático a través de un lenguaje conciso que genera imágenes con resonancias perdurables, y [nos] transporta a una realidad lejana en el tiempo, sin perder una conexión emocional con el joven lector contemporáneo"_(del acta del jurado)._Casa de las Américas (La Habana, Cuba),_que celebra este año el quincuagésimo aniversario de su fundación, es la institución más importante de promoción y difusión de la cultura hispana y latinoamericana. Un extenso estudio crítico de parte de su obra poética se encuentra en: http://www.elmurocultural.com/cperezmartin07.html.




Yolí, ¿Hace cuánto que escribe y con qué propósito?




Escribo desde la edad a la que he dedicado la nouvelle premiada, 11 o 12 años. Desde entonces lo hago porque el ejercicio de la escritura ha sido siempre para mí una actividad gozosa, por mucho tiempo casi secreta, sostenida durante toda la vida, la escritura y la lectura, por supuesto. Por otra parte cumplí primero con mi vocación biológica, tengo una familia numerosa. Así fue que recién empecé a publicar con hijos adultos, mi primer libro es de 1991 el décimo de 2007.




Usted, se podría decir, que cultiva la literatura infantil en todos sus géneros ¿qué razones tiene hoy una escritura dirigida a este público?




No me considero una escritora de “literatura infantil” sino una escritora que aborda los géneros llevada por la inspiración, lo que resulta y para qué tipo de lector depende del tema , del lenguaje o la forma que el tema que me ha inspirado necesite, busco que el poema o la narración emocione, despierte sentimientos, sea el lector un niño, un adolescente o un adulto.




¿Qué está escribiendo Yolí Fidanza hoy?




¿Qué escribo hoy? Cuento, narraciones , poesía, una crónica sobre la visita al taller de Poesía “Historia de Soledades” que dirige Susana Valente en la Unidad Penitenciaria N º 2 de Rosario en la que veinte poetas de diferentes países invitados al XVI Festival Internacional de Poesía de Rosario leímos nuestros poemas y escuchamos los poemas de los internos.




Refiriéndonos a la nouvelle premiada ¿Qué nos puede decir sobre el argumento de esa historia? ¿Qué obsesión ha disparado su escritura? Por el título se vislumbra una literatura que trata acerca de los pueblos originarios, qué de cierto hay en esta suposición? Por favor nos podría dar una reseña sobre los orígenes del título y sobre este lugar que nombra: el Huillallaco.




En 1999 leí la información de que una expedición de antropólogos y geógrafos había descubierto en el Cerro del LLuillallaco o Huillallaco de Salta, Argentina a 6000mts. de altura, entre nieves eternas tres momias en perfecto estado de conservación que correspondían a una púber de quince años y dos niños, una chica de nueve y un niño de unos seis años. La joven vestía la ropas de sacrificio por lo que se supone que fue sacrificada en la montaña hace alrededor de 500 años para el tiempo de la llegada de Pizarro al Perú . Los estudiosos sostienen que llegaron al lugar desde el Cuzco, caminando por lo menos un año. La historia me persiguió y me hice muchas preguntas, fui escribiendo ideas que me llevaron a imaginar una ficción ya que el hecho en sí es extraordinario, imaginé que en un camino de 1200 Kms la expedición de, supuse sacerdotes, hechiceros, gentes de rangos distintos debieron vivir hechos extraordinarios y sortear peligros extremos. La novela gira alrededor del destino de siete doncellas que tomadas del Templo de las Vírgenes viajan hacia Salta por el Camino del Inca, como una sola deberá desposarse con el Señor de la Alta Montaña las otras seis morirán sin alcanzar la cima. Por supuesto que escribir la novela tuvo un trabajo de investigación alrededor de diversos aspectos de la cultura incaica. Como las protagonistas centrales tienen entre doce y quince años resultó que esa es la edad (algo menos o más, según el lector sea de un pueblo o una ciudad) la edad del lector ideal de la novela, que por otra parte puede interesar a adultos que no busquen los elementos de sexo y violencia comunes en la novelística actual sino que les interese conocer el modo de vida y la cultura de un Imperio riquísimo, regido por un poder central que se extendió de Norte a Sur del sistema andino durante una centuria y fue exterminada con la conquista y cuya organización social, ritos religiosos etc. aparece en la novela creo que con bastante realismo.

Así escribe Fidanza en La doncella del Huillallaco (Fragmento de la 2ª Parte, Historias de amor)




La historia emocionó a todas las muchachas y les trajo el recuerdo de una leyenda de amor, que había tenido un final trágico. La protagonista se llamaba Anhayansi …., belleza de piel morena, curvas firmes, ojos azules, largas trenzas azabache, vestida siempre con un ligero lienzo rojo sostenido a la cintura con una cadena de oro. Muy joven y atractiva, se había hecho enterrar viva junto al esposo, no sólo para demostrar el amor que le tenía , sino para castigar al asesino, un colla* lujurioso que la había difamado porque la pretendía sin esperanzas. Hacía tiempo que alimentaba hacia ella una malsana pasión y con el propósito de poseerla había dado muerte al esposo hiriéndolo con una flecha envenenada. Las cinco niñas comprendieron esa noche la diferencia entre los sentimientos felices y las sanas emociones que ofrece el buen amor y la desdicha y peligros de las pasiones, de las conductas lujuriosas que suelen determinar la desdicha de los amantes.
Como el amor era el asunto que más les interesaba, las muchachas hicieron preguntas difíciles de contestar directamente, por lo que la noche siguiente la madrina de Kimey les relató la historia de una indiecita demasiado ostentosa de su belleza y aspecto: Inkuy se pintaba los labios con jugos de frutos rojos, se dibujaba las cejas y ojos con carbonilla , como lo hacían las esposas del Inka. Caminaba balanceando adrede las caderas logrando que las formas de su cuerpo adolescente llamaran la atención de los varones. Parecía que esa conducta era normal para su carácter pero sucedió que resultó provocadora para un colla de instintos exaltados que trató de violarla y no lo logró gracias a la intervención de un compañero respetuoso. La macaona agregó: que ninguna conducta debería estimular los bajos instintos, pero que a veces sucedía y era por eso que las madres y las madrinas debían educar a las niñas en la modestia en el vestir, ya que si era bueno cuidar el cuerpo como el espíritu, era aconsejable que mantuviesen el recato propio de la mujer ya que uno de sus destinos, acaso el más importante , era parir hijos con un esposo que las amase y las ayudase a criarlos y educarlos por lo que se debía evitar una preñez derivada de un acto violento.







Notas al pie:




*1 Escritor, autor de cuentos y novelas que recibieron, entre otros, el Premio Municipal de Novela Inédita bienio 1996-1997, el Premio Fundación Antorchas y el Premio Fortabat. Es colaborador del Diario La Nación, conduce talleres literarios y ha dictado numerosos cursos sobre narrativa.

*2Licencia da en Historia y escritora. Ha publicado más de una docena de libros y se ha desempeñado como directora de numerosas instituciones culturales argentinas.
* 3Profesora en Letras y miembro de la Comisión Directiva de la Sociedad de Escritores de San Martín (Prov. de Buenos Aires).
* 4Poeta. Ha publicado dos libros y fue seleccionado para diversas antologías. Ejerce la vicedirección de esta revista.
* 5Poeta, ensayista y profesora universitaria, se ha desempeñado como Investigadora del CONICET y asesora de editoriales. Dirigió las revistas de poesía Azor (Mendoza, 1960-1965) y Megafón, (1975-1989) órgano del Centro de Estudios Latinoamericanos que fundó en 1970. Su obra ha merecido numerosas distinciones.
* 6Escritor, secretario de la Fundación Victoria Ocampo. Su última publicación en la novela El último pecado (Planeta, 2008)
* 7Escritora e investigadora del CONICET especializada en Literatura Argentina. Es autora de casi una veintena de libros.
* 8Poeta platense radicado en Mar del Plata. Es Miembro Correspondiente de la Academia Argentina de Letras.
* 9Escritor argentino nacido en 1963. Ha publicado más de una quincena de libros, entre ellos, la novela El enigma de París por la que recibió el Premio Planeta.
* 10Escritor y cineasta nacido en 1982. Estos poemas pertenecen a su libro Hormigablanca (Airediseño Ediciones, 2007).
* 11Escritor argentino nacido en 1978. Publicó la novela Gallino (Ediciones Fundación Victoria Ocampo) en 2007, y ha colaborado en diarios y revistas nacionales y extranjeras.
* 12Escritora cordobesa, autora de San Marcos Sierras del Ayer y Cuentos para leer en San Marcos. Actualmente està trabajando en el segundo tomo de San Marcos Sierras del Ayer y en un libro de poemas.
* 13Poeta cordobesa radicada en Monte Hermoso. Este trabajo fue leído en una de las rondas del XV Encuentro Nacional de la Poesía y el Mar.
* 14Nacida en Buenos Aires, en 1949, dedicó muchos años de su vida a la docencia y a las artes plásticas, Recientemente, incentivada por su nieta, empezó a escribir.

domingo, 1 de febrero de 2009

Extras y suplementos de Revista Nombre nº3:

Video documental en DVD: Victoria Ocampo, la mujer tras los lentes ($25)
Libro: Victoria Ocampo la mujer tras los lentes ($30)


SUSCRIPCIONES

Usted puede suscribirse a nuestra revista en soporte papel:

$60 cuota anual para residentes en Argentina

suscriptores residentes en el extranjero enviar consulta a:
revistanombre@hotmail.com

A aquellos interesados en recibir la revista bajo este concepto se les solicita enviar los siguientes datos personales a la casilla mencionada:

Nombres y apellidos completos
Dirección postal
Dirección electrónica
Tipo y Nº de documento
Teléfono

Revista Literaria Nombre (Año I Nº3)

Homenaje a Victoria Ocampo








Presentación

Con este número especial, Revista Nombre quiere homenajear a Victoria Ocampo en el trigésimo aniversario de su fallecimiento.
En la Séptima serie de Testimonios (Editorial SUR, 1967), Victoria Ocampo cuenta cómo su perro se escapó de su jardín marplatense y pasó dos horas buscándolo hasta que lo encontró en una caballeriza cercana a Villa Victoria. Es una página divertida que no pasa desapercibida en el libro. Pero centrémonos en el último párrafo: “He terminado la temporada con un complejo de inferioridad frente a mi perro [un dogo argentino]. Claro que no aspiro a representar a nuestro país tan brillantemente (ya dije que es brillante como un terrón de azúcar). Ni tengo una fantasía comparable a la suya. Pero se me hace difícil soportar que me lleve tanta ventaja. Siento que el próximo verano, si oigo repetir con orgullo a los veraneantes: “Es argentino”, a propósito del dogo, voy a ladrar: ¡Guau, guau! A lo mejor recordarán entonces que yo también soy argentina”.
Victoria era argentina hasta la médula. Y representó a su patria tan brillantemente como el terrón de azúcar al que alude en su texto, o como la medialuna de diamantes que vendió para hospedar a Rabindranath Tagore en San Isidro. Quizás por eso cuando Manuel Mujica Lainez escribió para Testimonios sobre Victoria Ocampo tituló su texto “Victoria argentina”.
El azar, entendido como coincidencia de fenómenos independientes, quiso que todas las personas que colaboraron para que este número de Nombre se pudiera llevar a cabo fueran argentinas. A Victoria Ocampo le hubiera gustado, suponemos, esta casualidad. Que sus propios compatriotas (en algunos casos, amigos suyos; en otros, contemporáneos; otros que ni siquiera llegaron a conocerla, y quienes apenas la vieron alguna vez) hablen de ella y hagan hincapié en su nacionalidad, en su incuestionable argentinidad, la hubiera emocionado. De la misma forma, sabemos que la hubiera disgustado ver que se hacían remeras con la foto de su incorporación académica digitalizada y tocada con una boina estilo “Che Guevara” y la leyenda “Hasta la Victoria Ohcampo!” en una protesta contra un régimen del que no era ni hubiera sido partidaria... Porque Victoria, como ella misma solía decir, era “capaz de muchas locuras, pero no de tilinguerías” (Páginas dispersas de Victoria Ocampo. Revista SUR Números 356/357).

La Dirección







Victoria Ocampo: el valor de vivir como un individuo

Por María Rosa Lojo*1


“Vivió como un individuo en una época en que las mujeres eran genéricas” Con su precisión habitual, Jorge Luis Borges apunta a las causas del malestar que causó (y aún sigue causando) Victoria Ocampo en la sociedad argentina. Minimizada como escritora, reducida por sus muchos detractores a una caprichosa coleccionista de celebridades (sobre todo masculinas), vista sólo bajo los clichés que caricaturizaban al “gorilismo” y a la oligarquía vacuna, considerada por los bienpensantes católicos de su tiempo como una oveja perdida, Victoria incomoda, en suma, porque es una mujer que piensa y decide por cuenta propia.
Después de una juventud impetuosa, aunque sometida, en parte, a los mandatos paternos, y a la deferencia que éstos le exigían ante las convenciones sociales, la Victoria de la madurez rompe con esas últimas ataduras. Cuando funda Sur su gran amor (Julián Martínez, oculto durante tanto tiempo para no herir a su familia) ya no ocupa el primer plano de la escena. Aquella relación central y apasionada se diluirá en una amistad nostálgica y distante. Libre de otros lazos, Victoria será la única dueña de sí misma, de su dinero, de sus gustos siempre personales destinados a “bajar línea” en el panorama artístico y cultural.
Con Las libres del Sur (Sudamericana, 2004) quise escribir parte de la “novela de formación” de Victoria Ocampo. Está entre los treinta y los cuarenta años. No es muy joven, pero es todavía joven. Ha dado muestras de talento (su ensayo sobre Dante y algunos otros textos), pero no se suelta del todo. Aún no sabe cómo canalizar en una obra ese talento, su tiempo y su fortuna. En su camino van apareciendo “ayudantes” y “oponentes”, como en el cuento tradicional. Pero en definitiva, incluso los “oponentes” ayudan de alguna manera. Su decepción, su desencuentro de ribetes grotescos con el conde de Keyserling, si bien no marca el final de su heroworship, sí la convence de que no debe esperar de esos héroes intelectuales las indicaciones para vivir su propia vida. Waldo Frank, sin duda uno de sus grandes y perdurables amigos, es la compensación para su gran chasco con Keyserling. Frank la empujará hacia Sur y convencerá a la “europea trasplantada” de que en realidad era “americana sin saberlo”. Sur no será exactamente la revista en la que pensó Frank, y eso nos habla de la autonomía de Victoria, que tomó la idea, pero para imprimir a la obra sus propias características.
La fundadora de Sur no escribió ficción, pero supo escribirse a sí misma como pocos lo han hecho en nuestra literatura nacional. Y fue autora, también, de admirables testimonios y ensayos críticos. Recoradaré, en especial, los que dedicó a la condición femenina (dos de ellos reunidos en “La mujer y su expresión”, de 1936). Nunca la abandonó la preocupación por colocar los derechos de las mujeres en un plano de igualdad respecto a los hombres, pero sin obliterar por esto la peculiaridad de una mirada diferente, que se construye desde una biología y un recorrido histórico distintos.
Admiró, con toda la desbordada generosidad de que era capaz, a Virginia Woolf. La novelista inglesa, genial y perturbada, no le correspondió de igual manera, quizá porque tampoco pudo despegarla de otro cliché: el de “millonaria americana excéntrica” (“y yo para ella fui una sombra lejana en un país exótico creado por su fantasía”). Gracias a Ocampo y a pesar del disgusto de Woolf, esa relación aportó algunas imágenes fotográficas memorables de Virginia. Y también un bello libro en su homenaje, escrito por nuestra compatriota. Entre tantas frases inolvidables, quiero rescatar ésta, donde Ocampo señala una meta no sólo para ella misma sino para todas las escritoras que la sucedimos: “…estoy tan convencida como usted de que una mujer no logra escribir realmente como una mujer sino a partir del momento en que esa preocupación la abandona, a partir del momento en que sus obras, dejando de ser una respuesta a ataques, disfrazados o no, tienden sólo a traducir su pensamiento, sus sentimientos, su visión.”


Victoria Ocampo en Mar del Plata, fotografiada por María Luisa Riva.








Recuerdo de Victoria Ocampo

Por Edgardo Cozarinsky*2

No era fácil en la Argentina de los años ’30 ser mujer, ser rica y al mismo tiempo querer realizas sus aspiraciones culturales fuera de los salones de la llamada “buena sociedad”. Victoria Ocampo lo logró con una jugada genial: su obra maestra indiscutible fue, sigue siendo, y como tal quedará, la colección de la Revista SUR, que fundó y orientó durante más de cuarenta años.
Durante los primeros treinta años de existencia, la Revista fue un predicado de la personalidad de su creadora: exigente como ella, como ella discutida, segura de tener una misión e insegura de su capacidad para realizarla. Victoria Ocampo supo rodearse muy pronto de colaboradores perspicaces, que correspondían a su gusto sin ahorrarle a veces la contradicción que buscaba, acaso para comprobar que no se había rodeado de cortesanos.
Conocí a Victoria Ocampo a fines de los años ’60 y aprecié inmediatamente su curiosidad por los jóvenes llegados de horizontes sociales lejanos al suyo pero poseídos por la pasión de las letras. Porque Victoria pertenecía a esa generación, que espero no sea la última, para quienes la literatura fue el centro indiscutido de la vida del espíritu, aún más allá de lo cultural.
Como toda personalidad fuerte, Victoria prefería sus propios errores a las certezas sin riesgo de los demás. Las relaciones personales estaban en la base de sus elecciones culturales o políticas, antes que las ideas generales. En 1936, al estallar la Guerra Civil Española, la posición de Jacques Maritain la confirmó en su hostilidad a Franco. En 1961, cuando Eichmann fue raptado en Buenos Aires, desafió la indignación de los nacionalistas irritados por esa “violación del territorio nacional por agentes israelíes” y manifestó públicamente su satisfacción de ver a un criminal de guerra llevado ante un tribunal. Y lo hizo evocando la memoria de Benjamin Fondane, poeta francés y judío rumano, que en 1939 le había confiado sus archivos para resguardarlos de la guerra que se anunciaba… ese mismo Fondane que en los últimos días de la ocupación fue deportado a Auschwitz donde murió en las cámaras de gas, ironía trágica, varios meses después de la liberación de París.
Ante esta mujer hermosa, apasionada, generosa, siempre sentí una admiración más fuerte que cualquier desacuerdo puntual sobre gustos u opiniones. Victoria Ocampo se inventó un destino y realizó una obra, peleándola sola hasta el final.

(Palabras leídas en la Maison de l’Amérique Latine, en París, el 1 de febrero de 2005 y traducidas por el autor)








La otra cara de la moneda...

Hay gente con nostalgia

Por Osvaldo Lamborghini*3

La década del 30´,
de sus ultrajes afilados.
Se estaba mejor, se dice
en esa placenta.
En San Isidro y sus barrancas,
el refinamiento disimulaba a los tarados
escuchando a Tagore, Ortega,
gente medio culta
y peores deslices
(para reírse: hasta el conde Keyserling).
Mientras la limosna llega, pensarían los hombres sabios
Mejor mirar al río, la vista fija,
la boca apretada
para aguantar la risa:
no perdonaba chistes
la bestial Victoria Ocampo;
la estulta,
Que se lo pregunten al ético Borges
y a ese genio que es Pepe Bianco.

(Texto extraído de Poemas 1969-1985, edición al cuidado de César Aira; Editorial Sudamericana, 2004).



Versos de autor anónimo recogido por Alicia Jurado en sus Memorias

Cierta dama de fuste, militante de izquierda,
La balalaika toca con tanta perfección
Que a un tiempo ejecuta, en una sola cuerda
Y con un solo dedo, pues la dama no es lerda
Los barqueros del Volga y nuestro pericón.








El hombre del látigo1
(Los días de Victoria Ocampo en el Buen Pastor)

Por Martín Kasañetz*4

Después: Mar del Plata.

El 8 de Mayo de 1953 la policía de Perón irrumpe en la silenciosa noche de Villa Ocampo en busca de Victoria y se encuentra con la casa vacía. El jardinero -único ocupante y afiliado al partido Peronista- informa que la dueña se encuentra en su casa de Mar del Plata en donde es buscada ese mismo día a las ocho de la mañana y es trasladada a la cárcel del Buen Pastor. Los crímenes de los que se la acusaba nunca se concretaron.

Antes: El Hombre del Látigo.

La niña Victoria Ocampo camina por el invierno de la Avenida Alvear que, aun con baldíos, refresca sus pulmones en sus paseos diarios –según su madre los niños debían tomar aire en todas las estaciones- y se detiene en algo que la sofoca de sorpresa y de horror. La niña Victoria sujeta con fuerza la mano de la niñera que la acompaña. La imagen que ve es la siguiente: un hombre había atado a un árbol a un caballo, un pobre mancarrón, y lo castigaba a grandes latigazos. El animal se debatía, se encabritaba, tiraba en vano de la cuerda que lo mantenía cautivo. El hombre lo golpeaba sin tregua. El cupé se aleja lentamente de lo que le parece un espectáculo de inconcebible crueldad. Esa imagen se graba en la mente de la niña Victoria hasta llegar a la esquina de su casa en Florida y Viamonte en donde insiste a su niñera que la lleve al vigilante que estaba de guardia. El hombre de uniforme –en el cual la niña confiaba la justicia- escucha a la niña Victoria mientras es arrastrado con una mezcla de escepticismo y diversión.
Este es el primer encontronazo de Victoria Ocampo con el abuso de la fuerza. La idea repugnante de la tortura. Naturalmente no sería la última. El hombre de uniforme tampoco sería, nunca más, un sinónimo de justicia.

Después: El Buen Pastor.

Victoria está acostada en su catre, en la misma sala y en la misma prisión, a metros de dos mujeres que acaban de ser torturadas. Hace un esfuerzo pero no consigue pensar en otra cosa. Se hace la pregunta aterradora: ¿Por qué yo no? Cavilación que no facilita su sueño. En cada interrogatorio al cual es llamada sus piernas tiemblan.
Victoria sabe que el hecho de estar encerrada en una cárcel enciende la imaginación más remolona. Una tarde, después de mucho insistir, le permiten a las presas políticas, condenadas al ocio, que tejieran o bordaran. Este es uno de los momentos en que Victoria vuelve a diferenciarse por su clase social del resto de las presas: el trabajo manual no estaba entre sus habilidades. Sin embargo si lo estaba la inteligencia: Victoria recita, para la diversión de sus compañeras, cuentos y poesías, representó el Living Room y Gigi sin saltear ni una escena.

Antes: Gabriela Mistral.

Durante la detención de Victoria se multiplican los reclamos en su defensa, no sólo de sus amigos de la Argentina, sino del exterior: A.Camus, André Maurois, F.Mauriac solicitan su libertad al gobierno, Waldo Frank condena la guerra de Perón contra la Democracia, un editorial de New York Times reclama su liberación. El primer ministro de la India, Nerú, intercede ante el gobierno Argentino a favor de Victoria. Gabriela Mistral envía un telegrama a Perón: “profundamente contrariada por la noticia del encarcelamiento de Victoria Ocampo, ruego a vuestra excelencia liberarla recordando su labor internacional que ha presagiado siempre a la Argentina. Vuestra intervención será vivamente celebrada y agradecida por las Américas y por Europa. Vuestra Servidora, Gabriela Mistral”.

Después: Lo inesperado.

Una tarde Victoria estaba sentada sola y no muy alegre en el patio de la cárcel. Tres compañeras suyas que quería mucho acababan de ser puestas en libertad; despedidas que siempre trascurrían entre lágrimas mal disimuladas y alegrías conmovedoras. Unas horas después Victoria iba a ser puesta en libertad pero ella aun no lo sabía. Una muchacha, presa de delito común, o ex presa que trabajaba en el Buen Pastor para las hermanas lavando el patio pasó a su lado.”No esté triste, pronto va a salir”-murmuró. “Gracias…gracias” –contestó Victoria mientras la mujer se alejaba con su delantal desteñido, sin medias, arrastrando sus chancletas gastadas. Victoria años después dirá que no recuerda el nombre de la mujer y que piensa que tampoco ella recordará el suyo pero que le debe uno de los regalos más grandes que recibió en la cárcel.

Victoria dice en sus Testimonios: “Este convivir durante un mes en condiciones poco agradables, que acababan por no contar demasiado frente a lo “otro” fue una revelación para mi, de inmensas posibilidades de entendimiento y fraternidad entre personas sin aparentes puntos de contacto (me refiero a lo que cada una de nosotras nos interesaba, a lo que formaba el fondo de nuestra existencia diaria)” […] “El estado de ánimo inexplicablemente feliz de aquellas semanas de encierro no se dejaban empañar por los insomnios, la privación de luz en las noches y de libros (segunda forma de cárcel para mí), la incertidumbre sobre la duración de nuestro encarcelamiento, las molestias diarias y las momentáneas exasperaciones que no viene al caso enumerar”. La espalda oculta del intelecto, la humanidad simple de un gesto, se descubría en una forma básica, desconocida para Victoria.

Final: El regalo.

Victoria decide junto a sus compañeras bordar su nombre en los delantales de presa a la altura de donde se coloca la legión de Honor. María Teresa Gonzalez bordó el de Victoria. Al salir de la cárcel del Buen Pastor Victoria intenta comprar el delantal como símbolo de ese momento y de sus vivencia pero no le es permitido hacerlo. Sólo guarda esa tirita de género como recuerdo de esa maravillosa camaradería como ella lo define años después. En palabras de Victoria: “… No sospechábamos, antes de la cárcel, hasta dónde puede llegar ese sentimiento. Así, siempre somos deudores de algo a los demás, inclusive a nuestros enemigos. Porque es a nuestros enemigos a quienes debemos la posesión de un tesoro que no pueden arrancarnos: hemos conocido una de las formas más puras de la solidaridad humana…”

Ficha de Victoria Ocampo como detenida política en el Buen Pastor.

Fue inscripta como Victoria Ocampo de Estrada, y bajo el número 20.104





Alicia y Victoria
(Una conversación entre Alicia Jurado y Axel Díaz Maimone)


Alicia Jurado y Victoria Ocampo fueron amigas durante los últimos veinticinco años de la vida de ésta última. Compartieron la literatura, el amor por las plantas y la escritura, y la causa de la mujer. Hoy, a sus 86 años, Alicia Jurado ocupa el sillón de Victoria Ocampo en la Academia Argentina de Letras.
El diálogo que se transcribe a continuación no es una entrevista en el sentido estricto de la palabra. Puede decirse, y en realidad es así, que fue una conversación de amigos durante una prolongada sobremesa, y se continuó en una carta

- Usted ha escrito que conoció a Victoria Ocampo por medio de una carta. ¿Cómo recuerda ese primer encuentro?

- Yo le escribí una carta a Victoria contándole los esfuerzos que hacía para conocerla y ella me invitó a tomar el té en Villa Ocampo; lo hicimos ante la chimenea encendida, solas, pero no en el comedor (donde fui después tantas veces y con otra gente) sino en una salita más chica de la planta baja. Ella estaba vestida con pantalones y alpargatas y tenía un ramito de calicanto (flor que me recordó mi infancia) en la solapa de la chaqueta. Conversamos largamente sobre sus temas preferidos, y de otras cosas también.

- ¿Cómo fue su relación con Victoria?

- Muy cordial. Yo no trabajaba para ella (ser colaboradora de SUR no era trabajar en la Revista) y por lo tanto no hubo roces. Cuando se sacó la foto tan reproducida de los treinta años del “Grupo SUR”, Victoria quiso que yo figurara en ella a pesar de no ser de los fundadores; y allí estoy.

- ¿Qué cosas admiraban cada una en la otra? ¿En cuáles disentían?

- Mi admiración por ella era justificada y no necesitaba explicación. En cuanto a mí, creo que soy una buena escritora pero no sé si tan admirable. Ella creía en mi capacidad, porque me eligió para muchas cosas y actuó como informante cuando me presenté a la beca Guggenheim, que obtuve. ¿En qué disentíamos?. En muy poco. Ella era un poco arbitraria en su fervor por ciertos personajes, pero en general estábamos de acuerdo: a ambas nos gustaban las plantas, la música, la lectura. Ella era, tal vez, más tolerante que yo en materia política y creía que la inteligencia era más importante que las opiniones; yo no soportaba a nadie que fuese partidario de dictaduras de ningún signo.

- ¿Victoria aparece en sus libros tal como era en la vida real?

- Sí.

- Los argentinos, hoy ¿valoran o comprenden a Victoria Ocampo como persona y como escritora?

- Creo que hoy han comprendido que Victoria fue una gran mujer y no sólo difusora de cultura sino excelente escritora, con una capacidad racional que no excluye la sensibilidad extrema.
- ¿Qué le significa ocupar el sillón de Victoria en la Academia?

- Para mí es importante. Cuando Victoria fue elegida miembro de la Academia era ya una persona de mucha edad. Yo fui una de las personas que la impulsaron a aceptar el nombramiento. Victoria quería que yo la acompañara en la Academia de Letras, pero no pudo ser; yo la sucedí en su sillón, pero eso, en mi discurso de incorporación hablé de ella. Titulé mi discurso “Victoria Ocampo, mi predecesora”, y la recordé no como fundadora y directora de la Revista y de la Editorial Sur, sino como escritora, porque me parecía que ese era el lugar y el momento para hacerlo.

- Usted le dedicó a Victoria su segunda novela, En soledad vivía. ¿Cómo tomó Victoria esa dedicatoria?

- Esa novela le gustó. Recuerdo que me dijo: “¡Qué lástima que la protagonista no se animó atener el chico!”… Pensar que ella hubiera querido uno de Julián Martínez…

- Para terminar, quisiera que me hable de Victoria Ocampo y la condición de la mujer.

- Victoria fue campeona de la causa femenina. Hizo traducir A room of one`s own*, de Virginia Woolf para la Editorial SUR, publicó un número especial de laRevista sobrela mujer y en toda su obra se advierte la preocupación por el tema. Ella misma, en algún libro*, refiere su indignación antela situación social y jurídica que sufrió (y aún sufre en muchos países) la mitad dela humanidad.

Alicia Jurado, Victoria y María Esther de Miguel, junto a otros escritores,

durante la Fiesta Nacional de las Letras en Necochea.










Villa Ocampo fue

Por Nicolás Antonioli*5

Como se dijera en algún momento de la historia en un lugar apartado, oculto, conocido y breve se halla una construcción que data del año 1891. Sobre el suelo con silueta de barranca, de un San Isidro polvoriento, y como ella dijera “a flor de barro”, en una zanja a pocos metros de este accidente, a propósito. Esta casa nido, ahora convertida en casa objeto, es a la que pasamos revista. Hemos puesto los pies sobre el pedregullo que recubre la senda, luego de una de sus entradas principales; debemos recorrer este camino incierto, rodeados por un jardín, según las señalizaciones: romántico.
Alguien decía que a Victoria no le agradaban los chistes y qué broma más auténtica que una casa hoy inmóvil, una casa que supo ser refugio en tiempos de auge literario.
Como dije antes, era un “nido” y por definición en los nidos pasan cosas y al nido vienen alimañas feroces y en el nido hay sensaciones pequeñas y voraces y una idea magna y hay una mujer que lo puede todo. Era como un caudillo y dueña de su propia inteligencia. Allí fue donde una mujer joven comenzó el duro trabajo de unir mentes, algunas de las cuales se hospedaron en esa posada, bebieron del olor de esos eucaliptos (si mal no me equivoco hay uno que está seco, el más frondoso que alguna vez hizo de fondo en fotografías) frente a la casa, pues todo está frente a la casa, lo que queda de ella (de sus diez hectáreas diez mil metros cuadrados quedan tan sólo) como una mínima partícula de lo que supo ser el templo cultural del siglo XX.
Todo comenzó finalizando y todo empieza en este recuerdo que no pretende ser hondo sino algo crítico. No es del todo fiel esto, pero en algún lado vi (y el lector aténgase a la idea de que estamos in presentia de ese parque) un letrero que anuncia a la UNESCO como ente continuador del trabajo y los éxitos que esa dama intitulada Victoria había logrado. Ella como hacedora, entre sus últimas indicaciones, manifestó su deseo de que este organismo internacional fuese el encargado de prolongar en el tiempo el espíritu que ella supo transmitir y conservar para sus pares semejante predio, mediante la difusión de toda expresión cultural habida. Como un puente entre el pasado y el futuro, el que ella pretendía para su casa, símbolo del encuentro de engendros complejos o exquisitamente simples, dentro de la igualdad del lenguaje y en busca del bien más preciado: la palabra que diga.
“En mis barrancas de San Isidro el río era prolongación de otra cosa: del pasto, del barro; prolongación de mis ojos, de mí misma, sin más importancia que la de mis trenzas que barrían el Cuaderno San Martín a la hora del dictado”, escribió Victoria en 1965 en una nota aparecida en el diario La Prensa.
En otra nota escrita mucho antes, cuando San Isidro era todavía un conglomerado de pequeñas y medianas estancias, en el diario La Nación ella se pronunció en total disconformidad con lo que llamó descuartizamiento de la tierra a manos hombres mediocres, en referencia al boom del progresivo loteo y urbanización de lo que hoy llamamos San Isidro. Ni Villa Victoria se salvaría de tal descomunal disección.
Vuelvo a un punto que me parece por demás interesante subrayar, el verdadero papel que está cumpliendo la UNESCO con este patrimonio que encierra, no sólo la belleza de su construcción, sino la historia argentina reciente, el mito VO y el por qué último de su existencia. Se visualiza un estupendo trabajo de restauración edilicia, se han conservado libros de la biblioteca familiar y personal de V.O, material fotográfico inédito, muebles de diversos estilos y orígenes, en fin, se ha procurado conservar todo lo que alguna vez rodeó a su mentora como anodinas piezas de museo.
Personalmente no creo que esa haya sido la tarea encomendada. Digo, no es posible que uno, que desea beber un humilde café, deba obnubilarse ante un menú que nos propone una merienda J.L.B. y un cortado Bioy Casares (espero que esto último haya sido producto de una alucinación de las tantas que me suelen suceder cuando quiero exagerar, pero la realidad me puede).
(Me pregunto si no es posible recuperar el espacio intelectual de la casa, dar albergue a destacados hombres y mujeres de todas las disciplinas artísticas y científicas; propiciar actividades de gran envergadura en el ámbito literario de Buenos Aires, presentaciones de revistas culturales, espacio para jóvenes escritores, biblioteca pública, cafés literarios. Si nada de esto es posible hoy en esa majestuosa Villa Ocampo, en el siglo XXI, entonces habrá que creer en la reencarnación o vulgarmente, acceder al suicidio).

Villa Ocampo, en mayo de 2008.








Victoria Ocampo pudo gastar su tiempo en viajar y gozar -elegir Biarritz antes que Mar del Plata-, pero optó por gozar de la manera más plena: incorporando a su vida los placeres y riesgos de la literatura.

Rafael Felipe Oteriño*6










V.O.

Por Jorge Torres Zavaleta*7

Victoria Ocampo era amiga de mis abuelos. Mi abuelo tenía un campo que, la verdad, era muy lindo, en la zona de Mar del Plata: Chapadmalal; el lugar se llama así por esa estancia.
A Victoria le gustaba bajarse en la tranquera del campo, dejar ahí su coche con el chofer japonés e irse caminando hasta la casa, por las avenidas de pinos marítimos y árboles así. De hecho, uno de los testimonios de Victoria se llama “Chapadmalal a pie” (Testimonios, sexta serie). Porque ella consideraba Chapadmalal como una obra de arte, y en verdad lo era.
Cuando Victoria Ocampo llevó a Tagore a pasar unos días allá, él encontró la casa “llena de cosas sin sentido”; todo era inglés, porque mi bisabuelo se había educado en Inglaterra y trajo todo de allá. A Tagore le dio una especie de ataque, como si volviera a encontrarse dentro del Imperio. Y Victoria le contestó: “Todo tiene sentido acá. Esta era la Argentina de principios de siglo, que buscaba las cosas afuera. Pero eso no significa que dejaran de ser argentinos, porque la gente tenía una identidad criolla muy firme”.

Yo conocí a Victoria Ocampo en Mar del Plata, cuando tenía dieciocho años y había escrito la mitad de mi primer libro. Me llevó una amiga de mis abuelos, que era amiga de ella también, a Villa Victoria, y Victoria estaba con Angélica en la terraza.
Victoria leyó esos cuentos y vio que yo estaba empezando, pero le interesaron. Recuerdo que sólo me hizo una observación. Y después le comentó a Silvina. Por eso nos mudamos al primer piso de Posadas 1650, el mismo día que llegamos Silvina me mandó una tarjetita que decía “Se qué escribís, ¿por qué no subís a visitarme? Silvina”. Porque Victoria y Angélica le habían hablado de mí.






Arte y política en Victoria Ocampo y en SUR

Por Omar Ramos*8

“Mi proyecto, decía Victoria Ocampo, es facilitar a la Argentina los medios para que tenga un lugar -Villa Ocampo, en San Isidro y Villa Victoria, en Mar del Plata- donde los escritores y artistas de nuestro país y del mundo entero puedan encontrarse, conocerse, dialogar e incluso hospedarse”.
Lo meritorio de Victoria Ocampo es que una dama de la alta sociedad, que a diferencia de sus pares dedicó su vida y su dinero a estudiar, a difundir la cultura y el arte en todas sus formas, supo ayudar a escritores, artistas plásticos, escultores, filósofos, poetas, y además fundar y dirigir una editorial y una revista que como Sur, se editó en enero de 1931, en un volumen ilustrado de más de doscientas páginas y llegaría a perdurar por sesenta y dos años. “La calidad literaria ha sido la única discriminación a la que me atuve”, dijo Victoria.
Contó con escritores de distintas ideologías: José Bianco, Eduardo Mallea, Guillermo de Torre, Ernesto Sábato, Héctor Murena, Enrique Pezzoni, entre otros. Fue fundamental el aporte intelectual de Waldo Frank, un norteamericano que contribuyó a afianzar las relaciones culturales entre Estados Unidos y el resto de América. Y también a dar forma a la Revista Sur.
La propia Victoria se encargó de traducir y de editar bajo el sello Sur las obras de Albert Camus, William Faulkner Graham Greene, Lanza del Vasto, T. E Lawrence. La editorial también difundió a Malraux, Cesare Pavese y Marcuse. La lista de autores que fueron conocidos gracias a la revista y a la editorial es enorme. Allí hubo comunistas, gandhianos, católicos, anarquistas, socialistas, liberales, una variedad de criterios artísticos, estéticos e ideológicos. La editorial y la revista mantuvieron una actitud plural hasta su suspensión en 1970. Waldo Frank y María Rosa Oliver, dos marxistas, eran miembros del Comité de Colaboración. También comunistas como Malraux escribieron en su revista. “No estoy en contra del comunismo, estoy en contra de todos los totalitarismos por pura incompatibilidad espiritual”.
Es cierto que en Sur no publicaron a partir de 1961 pro castristas. Sí peronistas como Leopoldo Marechal, (le publicaron “El Centauro”, y Laberinto de Amor, en 1936 uno de sus grandes poemas) y Juan José Hernández y Juan José Sebreli.
En sus primeros veinte años, Sur no dio la impresión de ser una revista que exageraba su afrancesamiento. Había publicado a 55 ingleses, 80 franceses, y 182 latinoamericanos. Borges fue desagraviado en 1942, a lo largo de 30 páginas, cuando la Comisión de Cultura le negó el Premio Nacional.
Las páginas de los seis tomos de la Autobiografía de V.O. la muestran transgresora y valiente, máxime si se considera que nació en 1890, en un medio tradicional de origen patricio. Un ámbito donde la influencia victoriana, con su carga de prejuicios, machismos e hipocresía otorgaba prioridad a las apariencias sociales. En este marco donde fue educada por institutrices francesas, inglesas y una dinamarquesa, es más que meritorio que Victoria Ocampo haya sabido romper con estos cánones y difundir el arte sin acondicionamientos culturales, sociales, políticos y religiosos.
Supo emocionarse con manifestaciones artísticas y literarias ajenas a la tradición católica y occidental que imperaba en su medio social, como fue el caso de reunirse con Ravindranath Tagore y organizar un festival benéfico donde recitaría poemas de Baudelaire y Verleaine, y Claudio Arrau, de paso por Buenos Aires, brindaría un concierto. El encuentro pudo realizarse sin las damas cristianas beneficiarias porque la escritora fue declarada persona no grata por la curia. Un alto dignatario de la Iglesia Católica justificó la medida: “La Señora Ocampo ejerce una gran influencia, es persona de arrastre. Hace falta darle una buena lección para que le sirva de ejemplo. Tagore y Krishnamurti, dos enemigos de la Iglesia, son amigos suyos y han sido invitados”.
Victoria Ocampo traspasaba los límites de las normas sociales de la época: se emocionaba con las realizaciones artísticas transgresoras para su tiempo, ejerció la libertad intelectual traspasando los límites de lo que se consideraba apropiado y viajó a la búsqueda de los intelectuales que admiraba.
Victoria Ocampo soportó duras críticas por sectores de derecha e izquierda. En 1925, según Horacio Salas, el dirigente nacionalista católico César E. Pico intentó destruirla con descargas irónicas como que era un material para las fiestas y los encantos del five o’clock, y una eclosión de romanticismo, sensualidad y sensiblería.
Manifiesta Victoria en su Autobiografía que no cree que el fascismo aniquile menos que el comunismo las posibilidades de la libertad y del espíritu. “Lo que Mussolini piensa me horripila. Detesto su manera de considerar a la mujer, es suficiente para alejarme amplia y definitivamente del fascismo”. Opina que los comunistas son más justos en ese aspecto. “No he conocido a Lenin pero he conocido a los comunistas del partido que a menudo son hipócritas. Aunque sin duda hay sinceros entre ellos. No me gustan los unos ni los otros. No sé entrar en el juego de la política, estoy en otro estado. Será necesario encontrar otra cosa o pronto estallaremos todos”
Los políticos que más admiró fueron Gandhi y Nehru, a los cuales les tuvo mucha confianza, mucho respeto. A los otros políticos no: “Algunos de ellos pueden ser grandes hombres bajo ciertos aspectos, pero bajo ciertos otros sus fallas me chocan (aunque sean fallas humanas como las de todos nosotros). Pero ellos, por ser responsables y tener el poder en la mano, tienen menos derecho a equivocaciones que repercuten en millones de personas”.
Nunca más proféticas estas palabras de VO cuando al caerse el comunismo el capitalismo globalizado se expande en su faz financiera y no productiva y distributiva produciendo una pobreza no sólo económica sino también en lo cultural y en el espíritu.
“No se puede vivir sin una causa a la cual dedicarle la vida -afirma Victoria-. Y si se cree en una causa más que por la mitad es como si no se creyera en ella”.
Al declararse la Guerra Civil española Victoria Ocampo y la Revista Sur asumieron la defensa de la República y tampoco hubo dudas en manifestarse categóricamente en contra del nazismo.

Victoria Ocampo podría haberse pasado la vida viajando y admirando cuanto ciudad y museo le vinieran en gana, o haciendo beneficencia como la mayoría de las damas de su origen social, sin embargo difundió y promocionó a los talentos artísticos de su época. Basta recordar que fue ella la que le organizó a Jorge Luis Borges conferencias cuando tuvo problemas durante el primer peronismo, y que detectó el saber de Jacques Lacan, en los comienzos de su carrera, cuando no había llegado a los treinta años.
Pasó la mayor parte de su vida respondiendo críticas, soportando injusticias pero siempre haciendo cultura, difundiendo la educación y el saber, acallando con esta actitud las voces de aquellos que no la consideraban argentina.
La vida de Victoria Ocampo lejos está del acondicionamiento que le impusieron sus detractores que no vieron en ella más que su belleza, condición social privilegiada, y el entretenimiento de una niña bien a la que le gustaba ser una mecenas.









V.O.: Contra viento y marea

Por Horacio Salas*9

Los prejuicios ideológicos han estragado -y continúan estragando- la cultura argentina, donde la objetividad necesaria a toda actividad intelectual, generalmente ha brillado por su ausencia. Un cierto fanatismo en el cual, en la práctica, ningún escritor argentino (obviamente me incluyo) ha dejado de incurrir alguna vez –o demasiadas- a lo largo de la historia literaria del país. Los controvertidos y muchas veces dramáticos avatares nacionales permearon sobre los creadores nativos dejando una impronta crítica que rara vez ha permitido juzgar las obras con independencia de las opiniones políticas de los autores, las que, como señaló Borges “son lo más baladí que tenemos”.
Desde los comienzos de su actividad creadora, Victoria Ocampo no pudo escapar a las generales de la ley. Ya lo dije en algún libro, pero con frecuencia es conveniente reiterar las verdades una y otra vez. En vida, Victoria fue ignorada por gran parte de sus compatriotas, muchos de los cuales la habían denostado con rencor ideológico por el significado icónico de su nombre, o la juzgaban, en el mejor de los casos, como una divulgadora cultural, una suerte de mecenas, una dama de alta sociedad que paliaba sus aburrimientos con frecuentes viajes a Europa, donde intimaba con personalidades culturales de moda que luego solía invitar a Buenos Aires sólo para su lucimiento personal.
También los sectores de la derecha católica la tacharon primero de esnobismo y luego la acusaron por lo que juzgaban una vida privada escandalosa: separada de su marido y con relaciones sentimentales que eran la comidilla de la pacata sociedad argentina de principios de siglo. Para peor se mostraba fumando y conduciendo su automóvil. Un atrevimiento. Además ironizaban sobre su costumbre (que abarcó la redacción de sus primeros textos) de escribir en francés y hacerse traducir al castellano).
Por otro lado, aún antes de que fundara la revista Sur, y de que su aparición produjera rechazos en el reducido mundillo literario de comienzos de los treinta, la realidad era que Victoria Ocampo se atrevía a plantarse en terrenos hasta entonces exclusivamente masculinos.
Ya en la dirección de la revista recibió acusaciones que la acompañarían -con mayor o menor virulencia- hasta sus últimos días: la calificación de extranjerizante, por la importancia que brindaba a la cultura europea y a autores desconocidos en el medio nativo. Cuando se reunió con Mussolini en Italia, por única vez, en una entrevista que terminó cuando el dictador europeo, en desacuerdo con las tesis feministas de Victoria, le espetó: “la donna é per parire”, los sectores de izquierda la acusaron de fascista. En tanto, la curia metropolitana la había declarado persona no grata, con lo cual prohibía de hecho que cualquier dama católica asistiera a sus conferencias. Había cometido el pecado de permitir que en su revista escribieran algunos autores comunistas y personalidades pertenecientes a otras religiones: resultaba inconveniente esa amplitud de criterio que demostraba Sur, así como los autores elegidos por la editorial, provenientes de las más diversas ideologías, que fueron traducidos y dados a conocer entre los lectores argentinos, a lo largo de más de cuarenta años.
El espacio de esta nota no permite una información más detallada sobre las dificultades que VO debió enfrentar a lo largo de los años. Se podría agregar que con el tiempo también ella abandonaría su actitud receptiva e incurriría en sectarismo, enconando su reticencia respecto de autores peronistas y –tras el triunfo de Fidel Castro en Cuba- de los escritores de la izquierda latinoamericana.
Mi generación (la que la historia de la literatura ha dado en llamar del sesenta) mantuvo mayoritariamente respecto de Victoria Ocampo una actitud de prejuicioso rechazo que encerraba una paradoja. Denostábamos a la directora de Sur, pero al mismo tiempo no dejábamos de leer, aunque fuera para demolerlos, los números de la revista que ostentaba en sus tapas una flecha de color con la punta hacia abajo.
Por último (aunque a ciertos oídos todavía les resulte una herejía) creo necesario resaltar que Victoria Ocampo fue profundamente argentina. Hasta su deslumbramiento por Europa era también una seña de identidad nacional. La lista de autores que fueron conocidos en esta parte del mundo gracias a Sur, tanto a la revista como a la editorial –insisto- es enorme. La deuda de los lectores argentinos también. (Albert Camus William Faulkner, Graham Greene, Dylan Thomas, Césare Pavese son sólo algunos de los nombres, difundidos en la Argentina gracias a Victoria Ocampo. Ella podría haberse conformado con realizar anodinas obras benéficas, como los hicieron la mayor parte de sus contemporáneas del mismo origen social. Victoria, en cambio, trató de que sus compatriotas fuéramos mejores. A su manera y de acuerdo con sus posibilidades: lo hizo.
Como escritora los seis tomos de su Autobiografía señalan, que era una notable memorialista y algunas de esas páginas se encuentran entre los mejores textos que produjo la literatura de este lado del mundo. No es poco. Los diez tomos de sus Testimonios, por su lado, representan la crónica apasionada de su tiempo
Victoria Ocampo pasó buena parte de su vida dando explicaciones, enfrentando críticas, soportando envidias e injusticias. Quizá esa sea otra demostración de que era argentina.


Primer número de SUR, correspondiente al verano de 1931.











Victoria jardinera

Por Sonia Berjman*10

Un jardín es el macrocosmos representado en un microcosmos. ¿Cómo iba a estar ausente en la vida de una mujer universal pero también entrañablemente criolla como Victoria?
“Cuando pienso en el jardín de San Isidro, en sus flores (que están floreciendo en este mes), ¡qué nostalgia! ¿Para qué viajar si uno lleva dentro en germen toda la belleza del mundo? (…) Cuando pienso que allí es verano, que el jardín está lleno de flores, que hay duraznos y cielo azul, me siento desgraciada, desterrada.” 1
Este enero 2009 nos trae el recuerdo de los treinta años de su desaparición física. Pero Victoria no ha muerto: sus ideas, sus libros y sus jardines todavía viven para que la sigamos escuchando, leyendo y admirando.
Esta mujer excepcional de la cultura latinoamericana fue, además de escritora, creadora de la Revista SUR, mecenas de las artes y gestora cultural, una amante de la naturaleza, una jardinera intelectual y práctica ella misma y nos legó jardines míticos de nuestro país, como los de Villa Ocampo en San Isidro, Villa Victoria en Mar del Plata , el jardín moderno de Palermo Chico y aquellos otros de sus escritos.
Para Victoria, un jardín era la suma de todos los sentidos, tanto materiales como simbólicos. Por ello, gustaba enfatizar el juego de especies autóctonas junto a exóticas buscando el placer y la magia del ambiente. Así, mezclaba especialmente plantas, de color (privilegiando el blanco), de sabor (frutales) y de música (por el mecerse de sus ramas con el viento y por los pájaros que allí anidan) y de olor: “ … los olores lo mismo que los sonidos son poderosos fijadores, prolongan y conservan (…) los estados fugitivos del alma, las atmósferas sentimentales, que de otro modo ya no podrían resucitar en nosotros (…) Esa música de los troncos, de las ramas, de las hojas, ha acompañado mi vida de tal modo, la ha iluminado con tanta constancia …” 2
Pero, además de los jardines materiales de sus casas y de los literarios de sus escritos, Victoria siempre llevaba consigo el pequeño jardín del ramito de su solapa, para recordarnos que la naturaleza es la esencia de lo bello y que no hay mejor adorrno que unas simples flores o unas hojas. De acuerdo a los ciclos de las floraciones, Victoria adornaba las solapas de sus tailleurs con gardenias, jazmines, paraísos y otras flores estacionales.
Autodefinida como autodidacta, sus saberes fueron amplios y profundos. En los primeros lugares de sus preferencias estuvieron tres disciplinas que delinearon al personaje: la literatura, la música y el conocimiento de la naturaleza. La naturaleza para Victoria abarcaba el paisaje, la botánica, la horticultura y la jardinería.
En el transcurso de su vida se fue empapando del saber necesario para construir sus propios jardines, para apropiarse de jardines ajenos a los que quería como propios, para adornar viviendas sin jardín como si lo tuvieran y para escribir tantas y tantas páginas verdes, que invito a leer.

El jardín de Villa Ocampo









Victoria Ocampo representa mucho

Por María Esther Vázquez*11

La figura y la obra de Victoria Ocampo se han revitalizado mucho.
Cuando un escritor o una persona de importancia muere, hay un período en que se lo olvida totalmente y que se llama purgatorio. Si tiene suerte, a veces la cabeza para arriba; y, si no, se hunde definitivamente. En el caso de Victoria, la figura empezó a elevarse. Ayudó bastante el incendio de la casa (que es uno de los dos edificios de estilo franco-victoriano que hay en el país). También la idea de que esa casa, como dijo Vargas Llosa, “es el símbolo de la cultura de América”; y en eso coincidieron escritores de países y lenguas muy diferentes, como Octavio Paz, Graham Greene, André Malraux...
La figura de Victoria Ocampo se ha ido agrandando con el tiempo. Porque a medida que la Victoria física se va alejando, va creciendo la imagen de una Victoria que puede ser igual a la física, que nunca va a ser peor y que puede incluso llegar a ser mejor.
No nos olvidemos que la Revista y la Editorial SUR tradujeron y fueron un puente de ida y vuelta entre la Argentina y el mundo. El hecho de que Borges fuera conocido tan pronto en Francia se debió a la labor que hizo Victoria Ocampo, esta mujer tan generosa, que estaba siempre dispuesta a todo desde el punto de vista del arte.
Yo creo que Victoria Ocampo, hoy, representa mucho.


Villa Victoria, la residencia marplatense de Victoria Ocampo, tal como se conserva actualmente.





Carta a Victoria Ocampo, a treinta años de su muerte

Por Axel Eduardo Díaz Maimone*12

Victoria, querida y admirada Victoria:
Sé que estas líneas nunca llegarán a tus manos, pero te las escribo de la misma forma que vos lo hacías con aquellos amigos que te precedieron en la muerte. Quizás el contenido de esta carta te alcance dondequiera que estés; o -¿por qué no?- lo vayas leyendo a medida que te escribo, asomada por detrás de mis hombros. Sabrás que me deleita pensar la segunda posibilidad.
La mañana del 27 de enero de 1979, cuando te fuiste, cuando decidiste cruzarte de brazos a los ochenta y ocho años, yo no había nacido. Vine al mundo seis años después, y te descubrí poco antes de que se cumplieran veinte de tu muerte. Hace mucho, es cierto, pero recuerdo todo con nitidez cinematográfica.
Una tarde de otoño llegué a tu casa marplatense. Mis padres -quizás algo extrañados por mi afición a los libros y mi gusto por los Museos y Centros Culturales a una edad (once o doce años) en que la mayoría de los chicos juegan- me llevaron a tu “bungalow frente al Atlántico”.
Al cruzar la cancela vidriada vi una foto tuya: en traje de baño, con un pie en la arena y otro sobre una roca, sonreís mirando hacia el mar. Me pregunté quién sería, que habría hecho esa mujer que, como acababa de escuchar, había nacido el mismo día que mi bisabuela y le daba nombre a un Centro Cultural. Entonces hice la visita, y supe algo de tu vida, de SUR (que fue tu vida), de tu obra, de tus amigos.
Pero al llegar a tu cuarto (sigue estando allí el magnífico juego de muebles que usaste por última vez en la primavera de 1977) me impactó otra fotografía colgada entre los dos roperos: mirás de frente, con una tristeza estremecedora, y tapás con el abrigo de piel parte de la cara para que no vean las huellas que te va dejando el cáncer. Es la foto que te sacaron cuando entraste a la Academia, Victoria, el 23 de junio de 1977. Comentando esa fotografía con María Esther Vázquez, años después, me dijo: “Lo que más impresiona es la desolación de la mirada, que los anteojos no pueden disimular. La tristeza increíble de esos ojos, grandes todavía, nos habla de su devastación interior”[1].
De vuelta en Necochea, te descubrí a través de la primera biografía que te escribió Maria Esther. Pasé del libro de ella a tus Testimonios en menos de una semana. ¡Leerte fue admirarte, Victoria! Caí de rodillas ante tus escritos de la misma forma que vos con Tagore, pero con una diferencia: vos lo conociste, fuiste su amiga; yo no tuve con vos la misma suerte.
Desde entonces no he dejado de leerte, Victoria. Hace doce años que te leo y releo, y siempre encuentro algo nuevo. Tampoco he dejado de visitar tus casas, porque siento allí tu tácita presencia (que haría salir corriendo a más de uno). Pero, ¿sabés?, hay veces que tengo la misma sensación que vos en el cottage de Lawrence: la gente que cuida tus casas me incomoda. “Esas presencias extrañas me impedían, en cierto modo, probar el goce que me había prometido. Se interponían, imposibilitando todo acercamiento espiritual, mental, entre el dueño de casa y yo”, escribiste en “Una visita a Clouds Hill”[2]; permitime copiarte haciendo la salvedad de género, Victoria, pero esas líneas tuyas me vinieron a la mente cada vez que estuve en Villa Ocampo.
Villa Victoria ha cambiado mucho. Tus libros y colecciones se trasladaron a San Isidro, y sólo quedan allí algunos muebles, el escritorio (¡que alguien dio en comodato!) y unos poquísimos objetos personales; creo recordar, también, el bandó de una cortina expuesto en una vitrina porque se salvó de ser forro para unas bagatelas que venden en la boutique. Pero la Municipalidad mantiene la casa, o intenta hacerlo, en buenas condiciones...
Sin embargo, Villa Ocampo ha padecido mucho: más de veinte años de desidia, un incendio, ¡un robo! María Esther, con Alicia Jurado y otros amigos tuyos han luchado mucho para salvar la casa. Hubo una ayuda oficial (que no imaginábamos y ha sido útil) y hoy se puede volver a visitar -con muchas restricciones- y ¡hasta tomar el té ahí mismo! (porque han reformado ambientes para instalar una confitería dentro y mesas y sillas en la terraza, pero no “para ser usada con un sentido vivo y creador, en la producción, experimentación y desarrollo de las actividades culturales, literarias, artísticas y de comunicación social tendientes a mejorar la calidad de la vida humana, la cooperación internacional y la paz entre los pueblos”[3], como vos querías). Pese a todo la casa conserva ese toque tuyo, porque “los muertos no están muertos sino cuando sus menores ademanes o sus pasos ya no se perpetúan en nadie. Esos ademanes, esos pasos, no significan nada para quienes no los quisieron […] pero bastan, si nos toman desprevenidos, para hacernos soltar el llanto”[4].
Querida Victoria, creo que te he contado varias cosas. Pero quizás, como en esa primera carta que le escribiste a Tagore, he dicho mucho que podría haber callado y no te conté todo lo que hubiera querido. Tal vez en otro momento continúe esta carta, o te diga cara a cara lo que falte. Ahora, sólo me resta reiterarte mi admiración, que es la misma de ayer, de hoy y de mañana.



Ingreso de V.O. a la Academia de Letras, 1977.






Bibliografía de Victoria Ocampo

De Francesca a Beatrice. Con epílogo de José Ortega y Gasset. Revista de Occidente. Madrid. 1924.
La laguna de los Nenúfares. Revista de Occidente. Madrid. 1924
Testimonios I Revista de Occidente. Madrid. 1935
Supremacía del Alma y de la Sangre. SUR. Buenos Aires. 1935
La Mujer y su Expresión. SUR. Buenos Aires. 1936
Domingos en Hyde Park. SUR. Buenos Aires. 1936“Emily Brontë (Terra incognita). SUR. Buenos Aires. 1938
San Isidro. SUR. Buenos Aires. 1941. Con un poema de Silvina Ocampo y 68 fotografías de Gustav Torlichen.
Testimonios II. SUR. Buenos Aires. 1941
338.171 T. E.. SUR. Buenos Aires. 1942
Testimonios III. Sudamericana. Buenos Aires. 1946

Henry V y Laurence Olivier. SUR. Buenos Aires. 1947
El “Hamlet” de Laurence Olivier. SUR. Buenos Aires. 1949
Soledad Sonora (Testimonios IV). Sudamericana. Buenos Aires. 1950
El viajero y una de sus sombras (Keyserling en mis memorias). Sudamericana. 1951
Lawrence de Arabia y otros ensayos. Aguilar. Madrid. 1951
Virginia Woolf en su diario. SUR. Buenos Aries. 1954
Testimonios V. SUR. Buenos Aires. 1957
Habla el algarrobo. SUR. Buenos Aries. 1959
Tagore en las Barrancas de San Isidro. SUR. Buenos Aires. 1961
Testimonios VI. SUR. Buenos Aires. 1964
Juan Sebastián Bach. El Hombre. SUR. Buenos Aires. 1964
La Belle y sus enamorados. SUR. Buenos Aires. 1964
Testimonios VII SUR. Buenos Aires. 1968
Diálogo con Borges. SUR. Buenos Aires. 1969
Diálogo con Mallea. SUR. Buenos Aires. 1969
Testimonios VIII. SUR. Buenos Aires. 1971
Testimonios IX. SUR. Buenos Aires.1975
Testimonios X. SUR. Buenos Aires. 1978
Autobiografía I: El Archipiélago. SUR. Buenos Aires. 1979
Autobiografía II: El imperio insular. SUR. Buenos Aires. 1980
Autobiografía III: La rama de Salzburgo. SUR. Buenos Aires. 1981
Autobiografía IV: Viraje. SUR. Buenos Aires. 1982
Autobiografía V: Figuras simbólicas. Medida de Francia. SUR. Buenos Aires. 1983
Autobiografía VI: Sur y Cía.. SUR. Buenos Aires. 1984
Correspondencia. Rev. SUR 347 Julio – Diciembre 1980. Buenos Aires. Impreso en 1981
Páginas dispersas de Victoria Ocampo. Rev. SUR 356/8357 Enero – Diciembre 1985. Impreso en 1987.
Cartas a Angélica y otros. (Selección, prólogo y notas de Eduardo Paz Lestón). Sudamericana. Buenos Aires. 1997
Correspondencia Victoria Ocampo - Roger Caillois. (Selección, prólogo y notas de Odile Felgine con la colaboración de Laura Ayerza de Castilho). Sudamericana. Buenos Aires. 1999
Testimonios. Series primera a quinta. (Selección, prólogo y notas de Eduardo Paz Leston). Sudamericana. Buenos Aires. 1999
Testimonios. Series sexta a décima. (Selección, prólogo y notas de Eduardo Paz Leston). Sudamericana. Buenos Aires. 2000

En Francés

De Francesca à Béatrice. Editions Bossard. París. 1926
Le vert paradis Lettres Françaises. Buenos Aires. 1945
338.171 T. E.. N. R. F. Gallimard. París. 1947

En Inglés

338.171 T. E. (Lawrence of Arabia). Traducción de D. Garnet. Gollancz. Londres. 1963

Traducciones

Albert Camus: Calígula. Rev. SUR 137/138 Marzo – Abril 1946
Colette y A. Loos: Gigí. SUR. Buenos Aires. 1946
Graham Greene: El cuarto en que se vive. SUR. Buenos Aires. 1953
Graham Greene: El que pierde gana. SUR. Buenos Aires. 1954
Lanza del Vasto: Vinoba (en colaboración con Enrique Pezzoni). SUR. Buenos Aires. 1955
T. E. Lawrence: El Troquel. SUR. Buenos Aires. 1955
Graham Greene: La casilla de las macetas. SUR. Buenos Aires. 1957
W. Faulkner – A. Camus: Réquiem para una reclusa. SUR. Buenos Aires. 1957
John Osborne: Recordando con ira. SUR. Buenos Aires. 1958
D. Thomas: Bajo el bosque de leche (en colaboración con Félix Della Paolera). SUR. Buenos Aires. 1959
Graham Greene: El amante complaciente. SUR. Buenos Aires. 1959
F. Dostoievski – A. Camus: Los Poseídos. Losada. Buenos Aires. 1960
Graham Greene: Tallando una estatua. SUR. Buenos Aires. 1.965
J. Nehru: Antología (selección y prólogo de Victoria Ocampo). SUR. Buenos Aires. 1966.
Varios Autores: Huit poètes argentins. TEN records. Monoaural 20.103. SUR. Buenos Aires. 1.970
Mahatma Gandhi: Mi vida es mi mensaje. SUR. Buenos Aires. 1970
Roger Caillois – Huyghes – D’Ormesson: Roger Caillois y La Cruz del Sud. Traducción y prólogo de V. O. SUR. Buenos Aires. 1.972
Graham Green: La vuelta de A. J. Raffles. SUR. Bs. As. 1976
Paul Claudel: Oda Jubilar. SUR. Buenos Aires. 1978



La última carta de V.O.
(extraída de www.albaomil.blogspot.com)




Agradecemos muy especialmente a:

Martín Zoloa
Diego Zigiotto
Martín Kasañetz
María Lucrecia Tellería






*1 Escritora e investigadora del CONICET especializada en Literatura Argentina. Es autora de casi una veintena de libros.
*2 Escritor y cineasta argentino radicado en París en 1973, aunque hace más de diez años que alterna entre aquella ciudad y Buenos Aires. Ha publicado más de una decena de libros, y es mayor el número de sus obras cinematográficas.
*3 Escritor y poeta argentino (1940-1985).
1 De la misma forma que V.O. pidió prestado un verso a San Juan de la Cruz para titular Soledad sonora la cuarta serie de Testimonios, el autor usó como título el de uno de los Testimonios de V.O.
*4 Escritor argentino nacido en 1978. Recientemente publicó la novela Gallino (Ediciones Fundación Victoria Ocampo)
* El libro fue traducido por Jorge Luis Borges, y publicado por la Editorial SUR en 1938 con el título de Un cuarto propio.
* V.O. se refirió a este tema en nueve de los diez volúmenes de Testimonios, en muchos de sus artículos periodísticos, en conferencias, etc.
*5 Poeta nacido en 1985, es vicedirector de ésta Revista y se ha especializado en poesía argentina postdictatorial.
*6 Poeta platense radicado en Mar del Plata. Es Miembro Correspondiente de la Academia Argentina de Letras.
*7 Escritor, autor de cuentos y novelas que recibieron, entre otros, el Premio Municipal de Novela Inédita bienio 1996-1997, el Premio Fundación Antorchas y el Premio Fortabat. Es colaborador del Diario La Nación, conduce talleres literarios y ha dictado numerosos cursos sobre narrativa.
*8 Escritor, secretario de la Fundación Victoria Ocampo.
*9 Escritor, Miembro de Número de la Academia Nacional de la Historia. Ha publicado más de una treintena de libros.
*10 Licenciada en historia del Arte y Doctora en Letras, ha publicado más de un centenar de trabajos sobre historia de la arquitectura, historia urbana e historia del paisaje. Es asesora del Proyecto Villa Ocampo de la UNESCO para recuperar los jardines de la casa, y ha publicado el libro La Victoria de los jardines.
1 Victoria Ocampo. Autobiografía, tomo II, El imperio insular, Editorial SUR, 1982, 2°ed., pp. 116-117.
2 Idem. Testimonios. Primera Serie, (Selección: Eduardo Paz Leston), Sudamericana, 1999, párrafo referido a Anna de Noailles, p. 24.
Carta a Eduardo Mallea, La Nación, 10 de agosto de 2003, Sección 6, página 3.
*11 Escritora. Ha publicado dos libros sobre Victoria Ocampo y preside la Fundación que lleva su nombre.
*12 Ha publicado decenas de trabajos sobre Victoria Ocampo, y tradujo del inglés toda la correspondencia de V.O. y Rabindranath Tagore.
[1] Así cierra M.E.V. la descripción de la foto con que abre el último capítulo de su biografía de V.O. (Planeta, Buenos Aires, 1991)
[2] En Testimonios, quinta serie. Sur, Buenos Aires, 1957.
[3] Revista SUR nº 342, Buenos Aires, 1978.
[4] Testimonios, segunda serie. Sur, Buenos Aires, 1941.








Director: Axel Eduardo Díaz Maimone
Vicedirector: Nicolás Antonioli


SUSCRIPCIONES

Usted puede suscribirse a nuestra revista en soporte papel:

$60 cuota anual para residentes en Argentina

suscriptores residentes en el extranjero enviar consulta a:
revistanombre@hotmail.com

A aquellos interesados en recibir la revista bajo este concepto se les solicita enviar los siguientes datos personales a la casilla mencionada:

Nombres y apellidos completos
Dirección postal
Dirección electrónica
Tipo y Nº de documento
Teléfono