REVISTA NOMBRE

REVISTA NOMBRE fue creada por los escritores Axel Díaz Maimone y Nicolás Antonioli con el fin de promocionar y difundir a autores de toda índole y procedencia, clásicos y modernos. Esta publicación esta abierta para cualquier tipo de material literario y/o artísitico en general, es por eso que los editores solicitan a quienes estén interesados que envien sus textos (ensayos, monografias, poemas, cuentos, canciones, novelas, teatro, etc.) a la siguiente dirección de mail: nicolas_antonioli@yahoo.com.ar





miércoles, 23 de julio de 2008

Revista Nombre (Año I Nº1)





REVISTA NOMBRE
AÑO I Nº1


Dos trabajos

Por Nicolás Antonioli*

Peor que su cuerpo cruzando una calle

Peor que su cuerpo cruzando una calle
En esta jauría que va a depredar el sitio
Murmuraban que un hedor surgiría para olvidarlo
Se piensa aún que eso fue exageración
Pura involución hacia la mentira
Esto otro instintito que fulgura sobre el fiasco
Ya mismo creo que me dice que su mano se recubrirá
De todas estas piadosas para que el ojo se more algo falso
Dicen además que mientras esto se escribe
Esto mismo se escribe en el mismo bar donde no quise escribirlo
y ha sido leído al menos tres veces por uno que preferiría matar
ficción dicen pero este papel aunque de utilería
tiene incontables víctimas que no eligieron la palabra cese
{finge que actúa aquí el verbo sangre}


Mala Scalabrini

las mujeres de ahora si se puede hablar de ellas como de una garúa o un desorden
tan parecidas a lo que la imaginación añade al tiempo y vuela como viento
o ceniza o el algo que arranca ese trozo de humareda un aire que no sirviera sólo para cantar sino para roer un puñado de tiniebla de vaho que se amontona en la putrefacta que ha mirado su ombligo de doncella y dice qué bien hace el amor el otro que no existe pero si pudiese abrazarlo absorbería su sombra su lloro su forma misteriosa de ser imaginado
las mujeres de esta década no sólo tienen barba como las míticas de los circos
más y mejor y para bien tienen pelos en los brazos y uno no sabe si les salen improvisados o de memoria o bien está en sus genes el genoma de la mujer barbuda o es simplemente dejadez y feminismo (en un sueño una de estas bellas me balbuceó al oído que al besarla sería yeti o loba o calambre)
la mujer retrograda de estos días entona una canción repleta de pájaros fucsias
va cantando un horror que agrede a los ineptos y gime su corazón que no late sino respira un adentro y emite su exacta destrucción como una ópera


* Escritor argentino nacido en 1985. Ha publicado dos libros de poesía y varios trabajos en revistas literarias latinoamericanas. Dictó conferencias sobre “Poesía argentina post-dictatorial y contemporánea” y diversos talleres literarios en instituciones educativas para el programa La escuela lee más; fue uno de los organizadores del Concurso Internacional de Poesía Oliverio Girondo y del Concurso Internacional de Cuento Horacio Quiroga, ambos en 2005 y con el auspicio de la S.A.D.E. Delta Bonaerense.

Poemas

Por Manuel Parra Aguilar *

El verano está encima

Desde mi balcón oigo cómo se dispersa el día.
La amenaza empieza cuando señalo con el índice la sombra
de un árbol que trepa por las paredes.
Es preciso que la rama se curve llena de pájaros.
Mas nada sigue a la única ave que vuela desde la rama
a este poema


Más le valiera morir

Though the birds have still´d their singing…
Imperecederos sounds, literature, sounds.
En Nueva York, al centro de rascacielos y la isla de Manhattan,
en un cielo reflejado de color naranja,
hay otros como yo que escucharon los sonidos
y otros yos harán lo mismo en otro siglo
cuando el tiempo haya terminado.
¿Y si ya no queda el sonido para que nadie lo escuche?
¿Qué se oye cuando nada se oye?
Sonidos, ecos de pájaros que se marcharon de Central Park,
excepto uno cuando las cosas me proponían dulcemente no creer en nada.
If all songs were only locked in this bird

* Manuel Parra Aguilar nació en Hermosillo (Sonora, México) en 1982.Realizó estudios de Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha publicado poemas en La porte des poetes, Azahar, Yuku Jeeka, Acequias, Estepa del nazas, Punto de Partida, Cultura de VeracruZ, Cantera Verde. Premio Internacional de Poesía Oliverio Girondo 2005, organizado por la Sociedad Argentina de Escritores - Delta Bonaerense (San Fernando, Provincia de Buenos Aires). Director de la revista literaria "La línea del cosmonauta". Tiene un blog: www.dondevaparartodanariz.blogspot.com

Con qué poco

Por Rafael Felipe Oteriño*

Con qué poco uno se queda de la vida;
aparece de pronto en el horizonte
con grandes bocanadas de humo blanco,
deja oír a nuestro lado su estrépito
de hierros candentes, y va directamente
al corazón del más joven. Pero una
ventanilla, que dura apenas un segundo
en la retina, nos dice que hay más
en las entrañas, hacia donde ella va. Más
de lo inmenso que trae entre sus ruedas;
más de lo inenarrable que se consuma
en los rieles. El joven la tiene ahora
entre sus manos y comienza una tracción
que dura años: tomarle la fiebre,
acunarla despacio, enderezar el ojo bizco.
Como el maquinista que aceita los relojes
para que la formación prosiga su viaje.

* Poeta nacido en La Plata en 1945 y radicado en Mar del Plata en la década de 1970. Ha publicado casi una docena de libros y es Miembro correspondiente de la Academia Argentina de Letras. * Omar Amadeo Ramos, nació en Capital Federal en 1952. Es escritor, periodista y abogado

Ese cura

Por Omar Amadeo Ramos*

Estoy parado en medio de una avenida, cerca de la estación Retiro. Espero que pase un larguísimo tren de carga. Al encontrarme con el Monaguillo Navarro recuerdo lo que vimos en el cuartito de la Radio FM del colegio. Habían pasado veinte años, pero lo que ocurrió ese día no lo olvidé.
Monaguillo está gordo, con menos pelo, enfundado en un sobretodo y con un maletín en la mano. Me acerco y le doy una palmada en el hombro.
- El Monaguillo Navarro, no lo puedo creer.
- Cómo te va, Cerrutti - me dice distante.
- ¿Qué hacés por acá?, che. ¿Tomamos un café?
- Dale, después me voy a ver un par de médicos.
- ¿Estás enfermo?
- Soy visitador.
- Ah, crucemos, allá hay un bar - le digo.
Caminamos en medio de los vendedores callejeros y el gentío que va para la terminal de micros y trenes. Yo cargo un par de bolsos con relojes de mano, despertadores, medias, paraguas, ositos, remeras y hasta mates. Todo chino, sabés Monaguillo. Lo consigo en el puerto y lo distribuyo por acá. Lástima que la cana pida tanta cometa. En eso se parecen al cura que organizaba los viajes de fin de año. ¿Te acordás? Monaguillo frunce los labios y mueve la cabeza. Entramos al bar y nos sentamos junto a la ventana. Protesta por el olor a frito y le contesto que en estos bares es así. Vos siempre tan fino. Viene el mozo. Le pido un café, un tostado y un té para Monaguillo. Giro la vista hacia la ventana y distingo al tren que sigue pasando. Suena la bocina de la locomotora, también la Marcha de San Lorenzo. Timbre. Posición de firmes. Correr a la fila. Formar a un brazo de distancia. Monaguillo muerde el tostado y me pregunta en qué me quedé pensando.
- ¿No te imaginás? - me llevo el pocillo a la boca. Después lo miro de frente y me da vuelta la cara-. En la época del colegio - le digo.
- Pasó tanto tiempo -me dice-. Si no me saludabas, no te reconocía.
- ¿Tan jovato estoy?
- Estás canoso, con anteojos, flaco como antes.
- Tu cara está igual. Serio como un cura o un monaguillo.
- No jodás.
- Éramos tantos. Justo a nosotros - le insinúo.
Monaguillo empuña las manos y se mueve en la silla. Saca un cigarrillo y deja el paquete sobre la mesa. Su cara es apenas un corte con un rictus nervioso. Con una mano se agarra la corbata azul con escuditos heráldicos que se desliza sobre su camisa blanca. La tetera humea como un fuego que se enciende despacio. Toma de a sorbos pequeños y me rehuye la mirada.
- Supiste algo del cura - le digo.
- Avisá.
- Yo no me la creí. ¿Vos?
- ¿Qué cosa? - pregunta molesto Monaguillo.
- Que después de eso lo mandaran al colegio de España.
Monaguillo mastica con fastidio y eleva la vista sobre las mesas vecinas. Comen pizza y toman vino. Miro hacia la ventana. El sol encuadra los furgones del tren. Entra al bar un hombre con su radio encendida.
- ¿A qué fuimos al cuartito de la Radio FM del cura? - le pregunto.
- Le llevamos discos. Estábamos cansados de Aurora y la Marcha de San Lorenzo.
- Ah, vos eras disk jockey. El cura te invitaba seguido - insistí -. A mí la música nunca me interesó.
- Invitaba a los pibes del primario. Nosotros estábamos en el secundario.
- No sé por qué te acompañé.
- Si no te acordás vos - me dijo levantando los hombros.
Termina de tomar su té. Me dice que es tarde. Siento que me mira con superioridad como cuando era monaguillo y nos ojeaba desde el altar, mientras le sostenía al cura el copón de las hostias. Con una seña llama al mozo y me dice que pagará la cuenta.
- Me amenazaste, te acordás - le recuerdo clavándole los ojos.
- Eras un estómago resfriado. Se lo querías contar a todo el mundo.
Monaguillo se impacienta. El mozo se demora en la caja.
- Qué te parece.
Se levanta y paga la cuenta. Pasa delante de mí sin saludarme.
Miro la calle. Veo la cara de ese cura sobre el asfalto y de a poco se va desdibujando hasta perderse entre el gentío, los autos y los vendedores. No veo el tren de carga. Levanto mis bolsos y salgo a la calle. Todavía puedo repartir un par de medias, unos relojes y unos ositos chinos.

* Omar Amadeo Ramos, nació en Capital Federal en 1952. Es escritor, periodista y abogado. Este cuento integra el volumen El Cielo y el Infierno, que ganó el Premio Victoria Ocampo en 2002. En 2005 obtuvo el segundo Premio de la Editorial Planeta, con su novela La Elegida. En breve publicará una nueva novela, titulada El Último Pecado, cuyo tema refiere a este cuento.

Cuando se tiene hambre

Por Martín Kasañetz*

A pocos segundos de tocar el timbre una chicharra sonó e hizo que la puerta vibre. María la empujó y haciendo unos pasos se paró frente a la Administración y no dijo nada. No dijo “Soy María, la de la limpieza”, o simplemente “Soy María” su nombre, el mismo que su madre y que su abuela. Se paró en la entrada de la Administración y la señorita Administrativa Segunda la condujo, prolongando el silencio, hacia la Cocina. Le dio los artículos de limpieza que María observó con desgano y fue colocando uno a uno, a medida que iban llegando a sus manos, encima de la mesa que estaba junto a ella. La señorita Administrativa Segunda salió de la cocina y María permaneció en silencio, parada, con la mirada en un punto fijo, con la cartera colgada y el abrigo puesto.
El señor Gerente fue observador al momento de conocerla. La inspeccionó detenidamente y sintió desprecio. Luego, ya sin mirarla, mientras buscaba papeles sobre su escritorio le comentó cuánto iba a ganar, no como una consulta, mucho menos una pregunta directa, simplemente como un dato más, naturalmente indiscutible.
María, ahora sola dentro del recinto de azulejos, pudo comprobar que no había agua caliente. La canilla correspondiente era falsa, giraba infinitamente, una flor de metal sin sentido. Cambió de mano y giró, esta vez con éxito, la canilla del agua fría. Una montaña de vasos de vidrio, cubiertos baratos de bazar chino, tacitas de café y demás artículos la esperaban dentro de la pileta, ahora, mientras el agua corría, haciendo una especie de cascada de suciedad en donde el agua bajaba desde la parte superior de la montaña hasta la base haciendo que el agua oscura comience a subir lentamente. Buscó guantes de goma que usar. No había y no iba a haber más tarde tampoco para los baños.
La señorita Administrativa Primera se acercó después de un rato a servirse café y observó que María terminaba de lavar lo pendiente y se esmeraba en secar la mesada metálica que había sido salpicada por el lavado. Mientras volvía la cafetera a su hueco plástico miró a María a su lado “Podés servirte café sabes, cuando quieras” María asintió con una sonrisa. Ya en su escritorio la señorita Administrativa Primera hablaba con la señorita Administrativa Segunda; “Es gente simple entendés, andá a saber de dónde viene”. “Si, si, espero que acá la traten bien, viste cómo es la gente”. Y luego continuaban con sus tareas atendiendo el teléfono, sellando papeles, pasando llamados.
María tomó el balde que encontró en un rincón de la cocina, los trapos que trajo en su cartera y se dirigió hacia el baño de hombres. Golpeó para evitar encontrarse con alguien dentro y continuó su camino. Se aseguró de dejar la puerta entreabierta y la luz encendida para informar que el baño estaba clausurado. Limpiaba con el agua fría que, al igual que en la cocina, era la única opción disponible. Miró el mingitorio y las gotas que marcaban el piso debajo y pensó que nadie, ni su marido, ni ninguno de sus cuatro hijos varones mea del todo adentro.
La puerta se abrió lentamente, como dudando de la luz y de quién estaba dentro y la cabeza del señor Gerente asomó por la abertura. María, que estaba arrodillada de cara al mingitorio, nunca advirtió la visita inesperada a sus espaldas. El señor Gerente volvió a sacar la cabeza y se dirigió hacia la Administración de camino de vuelta a su despacho. Pidió el documento que necesitaba y, ante la pregunta acerca del gesto molesto que llevaba en la cara por parte de la señorita Administrativa Primera, contestó “Iba para el baño y justo está la negra adentro limpiando” y agregó “Qué mala suerte tengo, che”. Al dejar la Administración las señoritas Administrativas, la Primera y la Segunda, comentaban con la que podría ser la Tercera o Cuarta señorita Administrativa todo dependiendo de su suerte, de sus habilidades para el comentario veloz y para el orden de los pagos y el fichero de cuentas: “¿Te parece, tratarla así?” “Pobrecita, ahora ser humilde parece ser un pecado, la discriminación de siempre, podés creer…” decía la señorita Administrativa Primera con la palma de la mano abierta sobre el pecho, angustiada sin dudas, frotándola, como intentando calmar una sensación molesta. La señorita Administrativa Tercera o Cuarta asentía con la cabeza mientras ordenaba los ficheros.
Lunes, Martes y Jueves limpiaba la cocina y los baños del piso de abajo. Miércoles y Viernes nuevamente la cocina y los baños de las oficinas superiores. La rutina era un acto placentero para María. Esperaba paciente que la escoltaran hacia la cocina y luego los trapos, el balde y el agua fría como ritual repetitivo que, lejos de ser algo agobiante, tenía para ella el sentido de completitud del que hace lo que siempre hizo sin pensarlo, sin cuestionar si está bien o mal y, por supuesto, sin desear algo más.
Una mañana, mientras María lavaba los trapos, la señorita Administrativa Tercera o Cuarta ingresó en la cocina y se dirigió hacia la cafetera. Mientras volcaba el recipiente de vidrio sobre la taza pudo observar algo que no pudo creer y que solo después de simular un falso goteo el cual secó en el piso de la cocina y que sólo hizo para acercarse a los pies de María y observarla desde más cerca. María tenía las botas Sarkys. El modelo más caro. Cuero original, el color más caro, el taco más moderno, las que ella, con su sueldo de administrativa, no podría comprar ni en dos meses de ahorro. La señorita Administrativa Tercera o Cuarta tuvo que retomar el aliento cuando, después, ya en la Administración, comentaba al resto de sus compañeras lo que había visto.
María nunca tuvo tantas visitas a la cocina como esa mañana. Una a una las señoritas de Administración desfilaron por la cocina con las tareas más variadas, desde una taza de café, abrir la pequeña heladera para no sacar nada o una cuchara que luego no sabían en qué usar hasta un sobrecito de sacarina que ya toda la oficina sabía que no existía, ya que, por su elevado precio, el señor Gerente había decidido no comprarlo.
Los comentarios no tardaron en llegar, la señorita Administrativa Tercera -ya no Cuarta por la incorporación de un Cadete al que podía indicar que hacer y que no hacer con la soltura de una persona que ha dirigido toda su vida los caminos de cientos de personas- se paró de su silla y sin dejar de mirar al resto dijo: “Hay que decirle” y luego agregó “Imaginate, pobrecita, limpia el baño con esas botas, no se debe dar cuenta en su ignorancia”, y luego que la señorita Administrativa Segunda dijera “Claro, debe haber gastado lo que no tiene en eso y las quiere mostrar” y repitió “Hay que decirle”.
Las caras de las señoritas de Administración no gesticularon tanto como cuando en el transcurso de los días pudieron notar que María, no sólo tenías las botas Sarkys, sino que además tenía una distinta para cada día de la semana, de un modelo y color distinto y que las usaba para sus tareas de limpieza como si fuesen alpargatas o cualquier calzado económico. Además, lo más molesto para las señoritas Administrativas no era lo inalcanzable del precio, ni la belleza del calzado que María cada día alternaba por otro aun más bello, lo terrible para ellas era la soltura que María representaba, según ellas, claro, a lo que llevaba en sus pies que ellas no podrían comprar en mucho tiempo. Algo que estaba reservado a un público selecto y exclusivo, a una clase social ajena a ellas y más aun ajena a María.
Luego de más de una reunión las señoritas Administrativas encontraron la forma de hacerle saber a María lo que no estaba bien según su criterio. Acordaron, frente a los bostezos del Cadete que observaba aburrido desde su escritorio, que la señorita Administrativa Segunda le haría algún comentario sobre las botas para, de esta manera, obtener alguna información del porqué de la variedad, la cantidad y la belleza del perfecto artículo y, fundamentalmente, de la soltura de María a utilizarlas siempre.
Pasada la mañana, casi llegado el mediodía, cuando la cafetera había sido olvidada por el desenfrenado fanatismo de los empleados a despertarse, la señorita Administrativa Segunda irrumpió en la cocina en donde María ordenaba las últimas tazas en el secaplatos para volver a preparar una jarra nueva de café que luego nadie tomaría. Arrancó con el plan después de haber cargado agua en la cafetera, y la idea de entrar en confianza con algo básico y relacionador como lo es el clima: “Fría la mañana, ¿no?”. María asintió, desinteresada, con una sonrisa de media boca. La señorita continuó “Yo no sé qué pasa con los del pronóstico que no la pegan nunca…¿vivís lejos?”. María quiso responder automáticamente pero antes pensó en como hacerlo: podía explicarle el recorrido del colectivo que tomaba hasta la estación, luego la hora de tren hasta Retiro para más tarde continuar con el próximo colectivo y las seis cuadras de caminata por la avenida hasta la puerta de la oficina, pero solamente contestó “Me tomo el tren”. El silencio se adueñaba rápidamente de la escena con lo que la señorita Administrativa, torpe de verba, apuró: “¡Qué lindas botas María!, ¿cuánto las pagaste?” y sonó sobreactuado como una obra de teatros para niños en donde las palabras se lentifican y alargan demasiado y todo se escucha como en un tiempo paralelo, fuera de la realidad. Y sin dejar que María pueda contestar arrancó con otra pregunta: “¿No te parece que son poco cómodas para hacer la limpieza?”. “A mi me son cómodas, me agarran bien el pie, y para el frío del vagón son abrigadas”. Una respuesta simple de quién ve el articulo de lujo como un articulo más, ocupando el lugar que puede ocupar en su vida otras prioridades urgentes. La señorita Administrativa Segunda salió de la cocina en estado de exasperación.
Luego de una charla, que por momentos amenazaba terminar y por momentos se alargaba en monólogos y explicaciones sin fin, las Administrativas decidieron que María no podía continuar con -como ellas lo llamaron- un show de excentricidad y desparpajo por la oficina. Decidieron, entonces, inventar frente al señor Gerente, que María estaba robando y que la única solución era despedirla de manera urgente antes de que lo siga haciendo. Según ellas, una mujer de su condición social no podía, de ninguna manera posible, ser acreedora de semejantes zapatos y botas sin haber robado algo para conseguirlas.
Al fin de ese día, luego de terminar con la limpieza de los baños de las oficinas superiores, el Señor Gerente llamó a María a la oficina. A partir de que María ingresó no pasaron más de diez minutos antes de que volviera a salir. Entró en la cocina, recogió sus cosas una a una y las fue introduciendo en su cartera. Antes de salir pasó por el baño, orinó, se lavó las manos y fue por su cartera.
María salió de la oficina sin decir una palabra. A la vista de todas las Administrativas que miraban, sin dejar de hacer sus tareas.
No pasaron más de veinte minutos hasta que el teléfono sonó en la Administración. Era el marido de María que llamaba para sorprender a su mujer. En la fábrica de zapatos en la que trabajaba como operario le habían ofrecido otro par, por supuesto, de regalo.

* Martín Kasañetz nació en Buenos Aires, en 1978. Colaboró con cuentos y poemas en diversas revistas literarias argentinas y extranjeras. Y en 2007 dio a conocer Gallino (Ediciones Fundación Victoria Ocampo), su primera novela

Microficciones

Por María Rosa Lojo *

Riguroso silencio

Ella cantaba en riguroso silencio, cantaba en sueños envuelta en las palabras que los sueños prestaban como guantes oscuros.
Empezaba otra vez todas las noches la misma canción: los pasos torpes, los ojos dormidos, arrojada violenta, a contraviento, por la luz exterior.
Ella fuera de la luz fuera del mundo, ella sin casa sólo con un guante para apretar gargantas de mudez. Ella sentada a la orilla de su canción, como el pescador sobre el agua vacía.


El cartel

El cartel cuelga en el primer piso de la casa de altos desde hace muchos años. Tapa las ventanas y las habitaciones vacías; tapa las luces de los automóviles y la velocidad de los seres que van perdiendo piernas y brazos, zapatos y relojes, a medida que la noche les esconde las calles y los patios en donde caminaron los muertos.
Sobre el cartel hay voces en jirones, caras despedazadas de candidatos al poder, anuncios de un jabón que borra todas las manchas, la sombra de unas vacaciones en la montaña donde el nivel del mar es apenas un sumergido recuerdo del invierno.
Por la mañana el sol envejecerá los colores y secará las capas de papel que se han hecho una sola, compacta e indiscernible como la piedra. Alguien tratará de leer en vano las primeras palabras, hasta que otra vez la noche pula el cartel y lo asordine como una pista de baile, golpeada por pasos invisibles.


Líneas

En una de las líneas de tu mano hay un puente que desemboca en el mar; en otra, una balaustrada trunca que se abre en el jardín hacia ninguna parte. Entre el jardín y el mar, esa ciudad donde estás.
Allí los cielos tienen la costumbre tranquila del sol y de las lluvias y un techo nocturno te protege de las estrellas implacables. Pero alguien mata y alguien muere, los trenes se detienen en la mitad de su camino y visitantes desconocidos escarban en los desechos de las grandes casas blancas, antes de que en la luz se reconozca el mundo.
Cuando vas a acostarte cierras la mano como si astillaras vidrio y la ciudad entera se despeña en el mar y tu sombra se cuelga de la balaustrada oscura, soñando en algún lugar para vivir.

* María Rosa Lojo (Buenos Aires, 1954) es Doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Buenos Aires, trabaja como investigadora del CONICET y es profesora del Doctorado en la Universidad del Salvador. Colabora permanentemente en ADN Cultura de La Nación. Ha publicado una docena y media de libros, entre cuentos, novelas, ensayos y poesía. Su producción obtuvo importantes reconocimientos, como el Premio del Fondo Nacional de las Artes en cuento y en novela, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires “Eduardo Mallea” (1996), el Premio internacional del Instituto Literario y Cultural Hispánico de California (1999), el Premio Kónex a las Letras 1994-2003, y el Premio nacional Esteban Echeverría (2004), por el conjunto de su obra narrativa.

Los libros y los sueños
Por Fernando Báez*

-¿Quiere saber cuál es mi sueño secreto? Un auto de fe.
Amelie Nothomb, Higiene del asesino


Desde niño, he leído numerosos libros de sueños, pero también he soñado con libros. Todos mis sueños siempre han incluido visiones de bibliotecas o volúmenes enteros, desgarrados o quemados. He dicho alguna vez que mi mayor pesadilla es la tenaz imagen de un libro arruinado, y esto ha sido así porque entre los 6 y los 25 años casi todos mis tormentos nocturnos consistieron, con menoscabo de mi salud, en una extraña escena que reproducía un episodio tortuoso de mi infancia donde perdí la modesta biblioteca en la cual me crié, localizada en un pueblo llamado San Félix de Guayana en Venezuela.
Aquí hablo, por supuesto, desde una experiencia personal, ingrata e imborrable, pero he descubierto, a lo largo de una vida de lecturas, que la historia de los libros y de los sueños del hombre se enlazan en algunos capítulos sueltos, ignorados con saña, y hoy quisiera, sólo eso, compartir el recuerdo de esos dramáticos incidentes. Esta breve nota no tiene otro propósito.
Baste decir que hacia el 130 d.C., por ejemplo, Artemidoro (Interpretación de los sueños, 2, 45) escribió sobre los ensueños y en su catálogo mencionó aquellos donde se comen obras: «[...]Soñar con comer un libro es bueno para personas instruidas, para sofistas y para todos aquellos que se ganan la vida disertando sobre libros[...].» Los sueños bibliofágicos son frecuentes en La Biblia: los profetas podían hablar a Dios o a los ángeles en sueños. Ezequiel ha dicho que le fue presentado un rollo de papiro con una orden: Yo abrí la boca e hízome él comer el rollo, diciendo: Hijo de hombre, llena tu vientre e hincha tus entrañas con este rollo que te presento. Yo lo comí y me supo a mieles (2,8 y 3,1-4). En el Apocalipsis de Juan de Patmos, se retoma esta idea de tragar una obra: [...]Fuime hacia el ángel diciendo que me diese el librito. El me respondió: Toma y cómelo, y amargará tu vientre, mas en tu boca será dulce como la miel. Tomé el librito de mano del ángel y me puse a comerlo, y era en mi boca como miel dulce; pero cuando lo hube comido sentí amargas mis entrañas [...](10, 8-11)
No es común que los monarcas sueñen con libros, pero el califa Al-Mamún, hijo de Harun al-Rashid, en el siglo IX soñó con una figura venerable que traía unos libros y le pedía que los tradujera al árabe para salvar su doctrina. En un momento dado, supo que ese hombre era el filósofo Aristóteles y, por tanto, el califa pidió a sus sabios construir a partir del día siguiente un edificio para trasladar desde el griego los textos más difíciles del pensador griego. La Casa de la Sabiduría de Bagdad, que fue arrasada en parte durante el año 2003, nació de este extraño hecho.
Johannes Tzetzés, muerto hacia 1180, detestaba su pobreza porque no le permitía comprar textos. Sabemos de una carta escrita por él al Emperador Manuel I, donde le explicaba la pesadilla que tuvo con un libro. En medio del fragor de una batalla, vio la Historia de Escitia de Dexipo de Atenas, cuyo ejemplar había buscado toda su vida sólo por obtener un dato preciso y secreto. El volumen en cuestión estaba en llamas, pero aún así se conservaba íntegro. La palabra, afirmó Tzetzes (Epístola 58), había vencido al fuego. Este sueño es, de alguna manera, un indicio de los anhelos de la época.
Jean Tritheme, nacido en 1462 y muerto en 1516, miembro de la Cofradía Celta, donde se estudiaba la astrología, la magia, la cábala, la matemática y la literatura, dijo que los ocho tomos de su Esteganografía los copió enteramente de un libro que vio en un sueño. La obra, en suma, describía métodos de escritura secreta, telepatía y telequinética.
Los misteriosos sueños con libros se han preservado. En el siglo XX, el escritor francés André Gide, tuvo un sueño con Proust en una biblioteca. Dice en sus Diarios que vio un cordel que ataba a varios libros, lo desató y al caer se dañaron los lomos de las obras. Proust, impecable, argumentó que no había sucedido nada porque la edición de Saint Simon era común y corriente. Gide, sin embargo, al borde la sorpresa, se dio cuenta de que había dañado la edición más rara de ese autor.
En Artificios (1944), incluido en su magistral colección de Ficciones, Borges tiene un relato titulado “El milagro secreto” donde aparece el enigmático sueño de un escritor con una biblioteca: “Hacia el alba, soñó que se había ocultado en una de las naves de la biblioteca del Clementinum. Un bibliotecario de gafas negras le preguntó: ¿Qué busca? Hladík le replicó: Busco a Dios. El bibliotecario le dijo: Dios está en una de las letras de una de las páginas de uno de los cuatrocientos mil tomos del Clementinum. Mis padres y los padres de mis padres han buscado esa letra; yo me he quedado ciego buscándola. Se quitó las gafas y Hladík vio los ojos, que estaban muertos. Un lector entró a devolver un atlas. Este atlas es inútil, dijo, y se lo dio a Hladík. Éste lo abrió al azar. Vio un mapa de la India, vertiginoso. Bruscamente seguro, tocó una de las mínimas letras. Una voz ubicua le dijo: El tiempo de tu labor ha sido otorgado. Aquí Hladík se despertó. Recordó que los sueños de los hombres pertenecen a Dios y que Maimónides ha escrito que son divinas las palabras de un sueño, cuando son distintas y claras y no se puede ver quién las dijo.”
Del escritor argentino Alberto Manguel hay una historia sin desperdicio. Ya ha contado varias veces que su escenario onírico es la gran biblioteca que posee: “Anoche soñé que, al entrar, la habitación estaba llena de gente, escritores en su mayoría, a los que he conocido y que han muerto ya. Me llenó de alegría ver a mi vieja amiga, la poeta Denise Levertov, que murió hace unos años. Y me acerqué para besarla, pero se dio vuelta con una sonrisa y empezó a sacar libros de los estantes y a tirarlos alegremente al aire. Tuve miedo de que le pegaran a alguien” (Diario de lecturas, p. 225).
Hace unos meses, mientras revisaba Ex libris (2002) del escritor Ross King, encontré un pasaje memorable donde el autor comentaba que después de haber leído el capítulo sexto de Don Quijote, tuvo un sueño en el que quemaban libros: “Yo había observado con acobardado horror cómo eran arrancados de las estanterías y arrojados a brazadas a la hoguera por una banda de burlones criminales a los que no podía ver claramente mientras entraban y salían precipitadamente bajo la luz de la chimenea”. En este sueño, los volúmenes se convirtieron en humo negro y ceniza.
Según sabemos, Dante en su Vita Nova hablaba del “libro de la memoria”, acaso porque el libro es la máxima representación física de la memoria individual o colectiva. A lo largo de los siglos, el libro ha sido una representación radical de la memoria que ha facilitado la transmisión del conocimiento de una generación a otra.
Por eso mismo, soñar con bibliotecas o con libros, bien que persisten o se destruyen, es un modo de recrear en un sueño el mayor temor de la historia del hombre: el prodigioso horror a la amnesia. Y esto, como puede verse, no es poco.


* Escritor venezolano, autor de Historia universal de la destrucción de los libros (Destino, 2004).

La transmisión oral

Por Santiago Sylvester*

Cuando Eneas desembarca en Cartago (Libro I de la Eneida), descubre en el templo de Juno que la historia de la destrucción de Troya está contada en los frisos de ese templo. Tiene la poderosa revelación de que su propia historia, puesto que él mismo está allí peleando contra los griegos, ya ha recorrido lo que era entonces el mundo conocido. No se nos informa cuánto tiempo ha pasado desde aquella guerra, pero de esta anécdota surgen dos comprobaciones: la velocidad con que las noticias se propagaban por el mundo antiguo, y la inmediatez con que un episodio podía transformarse en mito. Porque no es casual que la narración de los hechos esté pintada en los frisos de un templo, ni que el propio Eneas se pregunte entre llantos: “¿Qué región de la tierra no está llena de nuestro sufrimiento?” Afortunadamente para Eneas, casi de inmediato entrará en escena Dido y atenuará sus penurias por un tiempo, hasta que la desdicha los alcance de nuevo.
También a Ulises, en un libro previo (no sé si en un tiempo previo, ya que ambos libros hablan de lo mismo), le había sucedido un episodio similar. En el Canto VIII de la Odisea se relata cómo, en el banquete de Alcínoo, un aeda ciego (¿epítome de Homero?) cuenta hazañas notables, y lo que cuenta es la riña entre Ulises y Aquiles en ocasión de una fiesta. Ulises, comensal del banquete, que para entonces ya había sobrellevado siete Cantos de avatares y desgracias, se cubre la cara con un manto para que no lo vean llorar: lo que el aeda está contando son trozos de su vida y la emoción lo traiciona. Luego el aeda narra la historia del caballo célebre, que tanto implicó a Ulises, y es entonces cuando Alcínoo, viéndolo desbordado por el llanto, le pide que hable de su aflicción. Ulises se presenta, y sus aventuras siguen, y también en esta escena queda evidente que la información transcurrió con una concepción mítica del tiempo, a un ritmo que alcanzó a sus protagonistas.
En el Renacimiento sucede otro tanto. Hay noticias de que el mismo año en que se publicó la primera parte de Don Quijote de la Mancha se quemaron muñecotes que representaban al caballero y a su escudero en la fallas de Valencia. Quiere decir que, en tan escaso tiempo, y sin apoyo mediático, ya la fama de los personajes había recorrido España, se había asentado en el imaginario popular, y era posible reconocerlos en una mascarada. Tal vez sucedió que el libro se había difundido aún inédito con esas lecturas grupales en postas y ventas de las que da fe el propio Cervantes; pero aún así resulta sugerente que, en tan poco tiempo, las figuras de ambos hayan quedado fijadas, mitificadas en lo que era la pequeña aldea global de entonces. Dos años después, en 1607, don Quijote y Sancho recorrieron las calles de Pausa, pueblo del Perú, con ocasión de la llegada del virrey a ese lugar: es decir, la fama los precedió, y lo hizo con precisión morfológica: el caballero, enjuto y largo; el escudero, gordinflón y breve; y ambos sentenciosos, cada uno a su modo.
La velocidad casi instantánea de coplas y romances, sobre la base de una mnemotecnia oral, escritos así para facilitar su difusión, mantuvo durante años (siglos) el sistema de transmisión rápida de un conocimiento. Se ha dicho demasiadas veces, como para insistir en ello, que el sistema de la copla, y en general de los poemas populares, se fundamenta en la legítima apropiación, de modo que, al no tener autor conocido, resultan ser de quienes los usan. Esto es lo que ha sucedido, y seguirá sucediendo mientras alguien recuerde de memoria una copla anónima. Y esta apropiación, que está en la base de la movilidad, sucede incluso con coplas que declaran su procedencia y se adaptan a otros lugares, o con poemas que por alguna razón tienen fecha incluida.
El viejo y conocido romance español “La aparición”, cuya anécdota le otorga datación y origen indudables, tuvo en tierras argentinas, y posiblemente en toda América, un éxito inesperado: inesperado, no por su aceptación, sino porque, andando el tiempo, fue cantado sin conciencia de su extranjería a pesar de las huellas. Juan Alfonso Carrizo, en sus extensas galopadas por el Norte argentino en la primera mitad del siglo XX, lo encontró, con variantes, en muchos lugares: Jujuy, Salta, Catamarca; pero lo destacable es que esta historia ya estaba constituida en mito propio, sin que interesara la precisión de a quiénes se refería, ni la época del asunto:

Dónde vas Alfonso XII
dónde vas, triste de ti,
voy en busca de Mercedes
que ayer tarde no la vi.
··········································
El poema hace referencia, lógicamente, a la muerte de María de las Mercedes de Orleans, la joven esposa del rey Alfonso XII, sucedida a los pocos meses de la boda, en 1878. Aquí hay que anotar que, si bien el tema da fecha a este romance, tiene sin embargo, como pasa a menudo con los poemas populares, un remoto antecedente en otro romance, que habla de otra cosa y se remonta al siglo XV, titulado “El palmero” (expresión con la que se denominaba a los peregrinos que iban a Tierra Santa), recogido en el Libro I del Romancero general, de Agustín Durán:

Dónde vas, el desdichado,
dónde vas, triste de ti
··········································
muerta es tu enamorada,
muerta es, que yo la vi.
··········································
La transmisión oral aportaba estas características, de adaptación de un asunto a otro, y también el anonimato del autor introducía en la entretela un registro que tendía a formar parte más de las creencias que de la historia. Esas fueron características que, por años, se consideraron esenciales al folklore y a la cultura popular, y funcionaban como algo que, de entrada, daba un aire ceremonial a lo tratado: al no conocerse al autor, y quedar indeterminada su procedencia, se tendía a pensar que era, o merecía serlo, “vox Dei”, y terminaba conformando una sólida “vox populi”.
Carrizo supone que la poesía española, en el período colonial, tuvo en el Norte una llegada puramente oral, con excepción de la poesía ascética y conventual, que fue traída por los misioneros en libros y pliegos sueltos. De ahí que, como explica Bernardo Frías, “la poesía anónima reemplazó a la prensa en forma de décimas o redondillas: solas unas veces; formando cadenas de estrofas otras; en endecasílabos muchas veces y en sonetos que tocaron la corrección clásica”. Es decir, la poesía sirvió para transmitir noticias que, como queda dicho, se entronizaban en mito; y esto sucedió al menos mientras duró la procedencia anónima porque es ahí donde se protege y cunde la leyenda.
Hace muchos años, en Cafayate, pude oír a un grupo de niños que recorrían las fincas cantando al Niño Dios en los pesebres de Navidad; uno de los cantos, claramente un romance español, tenía por argumento la concurrencia de distintos animales a dejar sus ofrendas al recién nacido: por allí pasaron ovejas, palomas, gallinas y vacas, además de los más emblemáticos buey y burro de Belén; pero entre tanta granja llegó también una sirenita de la mar a un sitio del que, si tienen razón los estudiosos del planeta, el mar se retiró hace varios millones de años. Por divertirme, le pregunté a uno de los chicos si había visto a la sirena, y en el mejor estilo de un poema de Juan Carlos Dávalos me contestó que él no, pero su abuelo sí. Me quedé, por supuesto, sin saber si me había tomado el pelo.
Carrizo, en cambio, no tuvo ninguna duda acerca de la buena fe de un bagualero de Salta, al que oyó la siguiente copla, pasando Río Blanco:

A Cupido lo han muerto
en Corralito,
quién lo mete a Cupido
andar solito.

Carrizo le preguntó al cantor si sabía quién era Cupido, y tuvo la siguiente respuesta: –No sé, señor, tal vez será el diablo–. Respuestas tan desconcertantes hubiera podido recibir si preguntaba de un modo similar por Carlos V, San Agustín o los Doce Pares de Francia, que aparecen inesperadamente en coplas y romances del Norte, trayendo noticias por vía oral y sin dar cuenta de qué hacen en lugares tan remotos.

* Poeta y ensayista argentino nacido en Salta en 1942.

Victoria Ocampo, poeta

Por Axel Eduardo Díaz Maimone *

Casi todos los escritores se han iniciado en el campo de las letras a través de la poesía. Victoria Ocampo no fue la excepción: mucho antes de publicar sus primeros ensayos había escrito varios poemas.
Durante la adolescencia, Victoria mantuvo una intensa amistad con Delfina Bunge y le escribía a diario. Dentro del epistolario Ocampo - Bunge se encuentra la mayoría de los poemas escritos por Victoria, cuyos temas son la música, la literatura, el deslumbramiento producido por un libro o por un escritor recién descubierto, y los sentimientos y preocupaciones de una adolescente. Los poemas de Victoria, es preciso mencionar, fueron escritos entre 1907 y 1909, es decir, entre sus diecisiete y diecinueve años.
Cuando Victoria dejó atrás la adolescencia, dejó de escribir poesía. Pero este dejar de escribir no implicó, para ella, dejar de pensar poéticamente, pues Victoria Ocampo, en su madurez, ha escrito mucho desde la poesía. La prueba está en varias de las páginas que componen las diez series de Testimonios y los seis tomos de su Autobiografía
Los escritos de Victoria, y sobre todo aquellos que hablan de su infancia, de amigos muertos, de las maravillas del mundo vegetal, de sus recuerdos, están enmascarados de poesía; “la sentimos como un polvillo de oro, perceptible apenas, que se filtra sobre las cosas, alumbrándolas”, dijo acertadamente Alba Omil. Cuando Victoria evoca a Fani, su ama de llaves, cuando escribe cartas despidiendo a los amigos que van dejando este mundo y dejándola sola (y aquí hay dos particularmente poéticas, nostálgicas, que son las dirigidas a Ricardo Güiraldes y a María Rosa Oliver), cuando recuerda la calle Florida hacia 1897 (ella tenía siete años, acababa de llegar de París y sentía que esa “calle recordada” era mucho más ancha, más grande que la que veía desde uno de los veinticuatro balcones de la casa paterna), cuando describe los jardines de San Isidro o Mar del Plata, Victoria deja salir la poesía que habita en su interior, y con ese estilo tan particular, tan suyo, le hace conocer a los lectores lo que ella siente.
En una de sus páginas más conmovedoras, “Adiós al Tren del Bajo” (Testimonios, sexta serie, 1962), Victoria Ocampo escribió: “No escribo poemas, aunque todo el mundo que me circunda, y por humilde y aparentemente prosaico que sea, me parece materia poética, por ser materia misteriosa. No escribo poemas y en más de una oportunidad he tenido que callar por ese motivo: lo que sentía era de carácter vehementemente lírico pero poco amoldable a un lenguaje que no fuera de arrebato. Tan inadecuado a la prosa como un traje de calle al baño de mar estival”. Porque Victoria, que pasó por el mundo con ojos de testigo, supo ver todo lo que la rodeaba desde la óptica de la poesía.


Un poema de juventud de Victoria Ocampo, escrito en San Isidro el 12 de febrero de 1908.


Tu recuerdo [fragmento]

Aunque la ausencia me deje sólo tu recuerdo, /lo llevo en mi alma enternecida y ardiente; /él me hace volverte a ver tan parecido /que te adoro en él con total embriaguez. [...]Confío un céfiro de versos a tu casa, /te los repito, suavemente, rozándote;/ esto que te susurro en las tardes abrumadoras, /el amor con el cual enloquezco, /levanta tu recuerdo, /aunque sólo eso la ausencia me deje.


* Nacido en 1985, es colaborador permanente de la sección cultural de Ecos Diarios de Necochea, y miembro de la Comisión Organizadora de la Fiesta Nacional de las Letras.

Escritores en el recuerdo

Luisa Mercedes Levinson, tejedora de aventuras

Luisa Mercedes Levinson fue una de las grandes escritoras argentinas. Nacida en Buenos Aires el 5 de enero de 1909, a los diez años escribió una pieza de teatro, y una serie de poemas con los que distraía a los invitados que recibían sus padres en la casa que habitaban en la Avenida de Mayo; paralelamente, tomaba clases de arpa (fue una excelente arpista, y llegó a dar conciertos) y transcribía sus sueños, detalladamente.
Esos sueños escritos dieron origen a su primera novela, La casa de los Felipes, publicada en 1951. Le siguió a ese libro un cuento escrito en colaboración con Jorge Luis Borges: “La hermana de Eloísa”, que apareció editado por ENE en 1954, con un cuento de cada uno y el producto de varias tardes de té, risas y literatura. “El proceso de elaboración de “La hermana de Eloísa”, el cuento que escribí con Borges, fue peculiar. Caminábamos por toda la ciudad, por los barrios más inusitados, como Puente Alsina, llegábamos hasta Avellaneda, etc., tomábamos el tren y nos íbamos a las estaciones del Oeste. Así nació el argumento de ese cuento largo, que da título a un pequeño libro. El editor fue Julio César Gancedo. Tal vez no fue una gran realización. Para mí, lo valioso fue que, durante el proceso de elaboración, aprendí el arte de corregir. Borges venía a tomar el té todas las tardes y escribíamos durante dos o tres horas, una sola página. Era una novedad para mí, que fui siempre una atropellada. Cuando a Borges y a mí se nos ocurría una idea, Borges la sopesaba, la aclaraba, y la transformaba en síntesis”, escribió L.M.L..
Por esos años, Luisa Mercedes Levinson había empezado a publicar en diarios y revistas bajo el pseudónimo de Lisa Lenson (“para no avergonzar a la familia”). Escribió una serie de cartas de amor que la Revista Idilio publicaba semanalmente, bajo el título de Secreteando con Lisa Lenson, y que eran contestadas por Chamico (Conrado Nalé Roxlo). En esa columna Lisa desplegó su compasión, su amor a los demás, su sentido del humor y su seducción innata.
Trabajadora incansable, se anticipó a escrituras “impensadas”, como el realismo mágico. La combinación exacta de excentricidad, imaginación e inteligencia hicieron posible que llevara a palabras su espectacular visión del mundo, pero sin llegar a interponerse en el camino de sus personajes. Jean Cassou, Roger Caillois, Francis de Miomandre y St. John Perse elogiaron su obra, a medida que se fue gestando, y la incluyeron en numerosas antologías europeas.
Autora de más de una decena de libros, en los que alternó entre el cuento y la novela, y de varias piezas teatrales, Luisa Mercedes Levinson falleció en la ciudad que la vio nacer el 8 de marzo de 1988.

“Mamá era muy sociable, muy fantasiosa, llena de imaginación para la vida cotidiana, divertida y vistosa, pero a la vez muy seria y consciente con la propia escritura”, recordó Luisa Valenzuela.





Director
Axel Eduardo Díaz Maimone


Vicedirector
Nicolás Antonioli


Agradecimientos:
A los escritores que hicieron posible la realización de esta publicación.
A Zilda Balsategui, por permitirnos incluir en la portada de este primer número de Nombre una de sus pinturas.

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